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Draghi explora los límites del BCE con la promesa de nuevos estímulos

El eurobanco anuncia que aumentará el balance en un billón de euros en dos años

Claudi Pérez
El presidente del BCE, Mario Draghi, poco antes de comparecer en conferencia de prensa, tras la reunión del consejo
El presidente del BCE, Mario Draghi, poco antes de comparecer en conferencia de prensa, tras la reunión del consejoThomas Lohnes (Getty Images)

Demostración de fuerza del capitán en pleno motín a bordo. Tras una semana cargada de tensión por las filtraciones y por la constatación de que cada pronóstico sobre la economía europea es peor que el anterior, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, aprovechó ayer la que pudo ser la reunión más complicada de su mandato para dar un sensacional golpe de autoridad. No hubo decisiones de calado en Fráncfort. Pero sí otro capítulo de esa modalidad de la política monetaria europea que los analistas denominan “intervención verbal”: el jefe del BCE anunció que el consejo de gobierno acordó por unanimidad (con Alemania, por tanto, a favor) encargar a los altos funcionarios del banco “la preparación de medidas adicionales por si son necesarias”. Agotado ya el resto de la munición y con la economía, aun así, metida en una trampa mortal, ese eufemismo de las “medidas adicionales” implica que están más cerca las compras de deuda pública y privada a gran escala. El quantitative easing (QE) de los norteamericanos, británicos y japoneses ya está a la vista en Europa.

Los mercados reaccionaron a sacudidas, con el euro a la baja y subidas en las Bolsas.

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Draghi hace oficial así la petición de mano para las compras de bonos, que han levantado ampollas entre los más ortodoxos porque suponen adentrarse en aguas desconocidas, al menos en Europa. Con el Bundesbank alemán al frente, varios miembros del consejo han hecho público esta semana su malestar con Draghi, que les ha ido metiendo en una emboscada con una secuencia imparable de medidas extraordinarias. Varios consejeros se oponen desde siempre a las adquisiciones de deuda a la americana, que supondrían explorar los límites del mandato del BCE. Ante ese rechazo, Draghi ha ido anunciando medidas no convencionales de menor calado. No han funcionado. Ni las barras libres de liquidez ni las compras de determinados activos privados ni los tipos de interés oficiales en el 0% o incluso en negativo consiguen sacar a Europa de su enfermedad japonesa: un estancamiento que va para largo con riesgos de deflación, o en todo caso con la inflación muy lejos del objetivo del BCE (el 2%) desde hace más de un año.

El mensaje de Draghi a su consejo es nítido: hemos hecho todo lo posible por evitarlo, pero si las cosas no mejoran hay que usar el arma nuclear, las compras de deuda pública y privada. No queda otro remedio.

Pese a que se esperaban cuchillos largos, Draghi usó ese amago de crisis interna para reafirmar su liderazgo. Se sacó de la manga un comunicado más explícito que nunca y aprobado por unanimidad, algo que no dejó de repetir a lo largo de una suculenta rueda de prensa. Se comprometió a aumentar el balance del BCE en un billón de euros en los próximos dos años con las subastas de liquidez y las compras de cédulas hipotecarias (ABS) y de bonos garantizados (covered bonds), e hizo explícito ese objetivo por escrito. Y es poco probable que el balance se hinche tanto en tan poco tiempo con esas medidas: por eso los analistas ven las compras de deuda a gran escala como una posibilidad cada vez más cercana.

Pero Draghi no se quedó ahí y pronunció las palabras mágicas: “El consejo de gobierno es unánime en su compromiso de usar instrumentos no convencionales adicionales”, y “ha encomendado la tarea de hacer todos los preparativos para tener listas esas medidas adicionales si son necesarias”. Es muy posible que lo sean: la inflación está en mínimos históricos (con el IPC de la eurozona en el 0,4%, y por debajo del 1% desde hace más de un año); el paro y la deuda están en máximos; la banca sigue sin prestar, y la economía, en fin, se ha parado y se adentra en una fase crepuscular si las cosas se siguen torciendo.

“No hay división entre el Norte y el Sur”, recalca el supervisor europeo

Draghi lo quiere todo listo por si eso sucede, a la vista de que el abanico de riesgos pone los pelos de punta: a los desafíos geopolíticos (Ucrania, Oriente Próximo) y la desaceleración en China hay que sumar los progresos insuficientes en las reformas y las dificultades de la eurozona para aprobar estímulos fiscales y usar la flexibilidad de sus reglas fiscales. Y anunció incluso en qué condiciones apretará el botón rojo de las compras a gran escala: si las medidas que están en marcha (compras de determinados activos privados y barra libre de liquidez a la banca) no funcionan, y si la previsión de inflación sigue empeorando. De esa manera, él mismo pone toda la presión sobre la reunión de diciembre. Para entonces se conocerán las nuevas previsiones de crecimiento e inflación del BCE, y se verá si la banca acude o no a las subastas de liquidez, tras el fiasco de septiembre.

En su comparecencia, el banquero central europeo no escondió las diferencias que han aflorado en el consejo, pero aclaró que “no hay coaliciones”. “No hay una división entre Norte y Sur”, dijo.

Draghi ya salvó al euro sin un solo disparo cuando anunció que el BCE haría “todo lo necesario”. Y desde hace semanas avisa de que la economía europea necesita un paquete de estímulos monetarios y fiscales, además de reformas, si no quiere meterse en un verdadero lío. Pese a los navajazos por la espalda, ayer consiguió meterse al consejo en el bolsillo con una suerte de preanuncio de esas compras a gran escala “que pueden cambiar el partido como sucedió cuando aquello de todo lo necesario”, explicó Santiago Carbó, de la Bangor School. El euro cayó de inmediato —hasta 1,24 dólares, mínimo en 26 meses— y los tipos de interés de la deuda de los países periféricos se beneficiaron de esas palabras. “El mercado se siente bien”, resumió gráficamente Nick Lawson, economista de Deutsche Bank. Aunque no es el mercado, sino la economía real la que necesita un poco de aire.

El BCE es ya la institución más influyente de la UE. Para lo bueno y para lo malo: en lo más duro de la crisis, el Eurobanco usó las primas de riesgo para imponer ajustes. Y no dudó en obligar por carta a algunos países, como España e Italia, a plegarse a la austeridad. El Eurobanco hizo públicas ayer sus cartas a Irlanda, en las que el antecesor de Draghi, Jean-Claude Trichet, obligó al Ejecutivo irlandés a pedir el rescate. Draghi defendió a Trichet con el argumento de que la economía irlandesa es ahora la de mayor empuje en Europa. “Eso demuestra que no lo hicimos mal”, cerró. E Irlanda crece, en efecto. Aunque por el camino ha perdido centenares de miles de empleos, la deuda pública se ha disparado y sus jóvenes han emigrado en masa.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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