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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una ventana al 2015

Hay que trabajar, trabajar y trabajar para, entre todos, sacar al país adelante

Ángel Ubide
Maravillas Delgado

Desde lo alto de Tres Hombres, la bella pista de eslalon de Formigal, en el Pirineo Aragonés, se ve un panorama de cumbres, nubes y claros, sol a ratos, y muchas curvas que hay que trazar con cuidado para llegar hasta abajo. El año que iniciamos tiene pinta de que vaya a ser bastante parecido, con abundantes curvas tanto en lo económico como en lo político. Tres Hombres estaba cerrada estas Navidades por falta de nieve, pero acompáñenme en una bajada virtual y analicemos las perspectivas económicas para el 2015.

La economía mundial se beneficiará de la fuerte caída de los precios del petróleo. El impacto es positivo, sin duda, a pesar de la insistencia de la prensa y de muchos analistas, durante los últimos meses, de buscarle todos los posibles aspectos negativos. Imagínense que los precios del petróleo hubieran aumentado un 50 por ciento en los últimos tres meses. Seguro que estaríamos hablando del riesgo de una profunda recesión. ¿Por qué no estamos debatiendo ahora el riesgo de una aceleración del crecimiento? Por supuesto que la caída del precio del petróleo afecta a cada país de manera distinta, y que habrá ganadores y perdedores. Pero es difícil entender la resistencia a resaltar la parte positiva, parece que estemos todavía afectados por el impacto emocional de la larga y profunda crisis, o que la prensa necesite historias negativas para funcionar.

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El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó hace unas semanas un avance de sus estimaciones y determinó que el impacto positivo sobre el crecimiento mundial (comparado con un escenario de precios del petróleo estables) será del 0,3 al 0,7% del PIB en 2015 y del 0,4 al 0,8% en 2016, dependiendo de la rapidez de la respuesta de la oferta petrolífera y, por tanto, de la persistencia del nivel actual de precios del crudo. El impacto positivo será mayor en Europa y en Japón, importadores de crudo, que en EE UU, donde una gran parte del crudo consumido se produce domésticamente. También será mayor en China e India, países con economías todavía muy intensivas en el uso de la energía. El efecto sobre la inflación será negativo, una caída de 0,2% de la inflación subyacente mundial según el FMI, pero este efecto debería ser transitorio si las expectativas de inflación se mantienen bien ancladas (para lo cual hace falta una política monetaria firme y creíble, todavía incierta en la zona euro).

Por supuesto, habrá países que sufran. Lo hemos visto en Rusia, de manera clara y contundente, y lo estamos viendo, a cámara lenta, en Venezuela. Los países del Golfo son suficientemente ricos para capear el temporal —de hecho es probable que la caída de los precios del crudo la haya facilitado Arabia Saudita para ganar cuota de mercado a largo plazo—. Los países con proyectos de producción de crudo de alto coste marginal —Canadá, Brasil, Argentina, por ejemplo— verán sus perspectivas de medio plazo afectadas negativamente. La industria del petróleo shale, en EE UU, que estaba gozando de un periodo de exuberancia en los últimos años, se tendrá que adaptar. Ya se está apuntando a una recesión en el Estado de Texas para el 2015 y la quiebra de exploraciones shale financiadas con deuda muy apalancada. Pero ninguno de estos factores de riesgo es suficientemente importante desde el punto de vista económico (si la crisis rusa deviniera en una crisis geopolítica con Occidente la dimensión del problema cambiaria, sin duda) como para eliminar el veredicto positivo. De hecho, aunque sufra a corto plazo, el enfriamiento del sector petrolífero estadounidense es una transferencia de los sectores sobrecalentados a los sectores más necesitados, aumentando la estabilidad del patrón de crecimiento estadounidense.

La distribución de ganadores y perdedores es, además, muy oportuna desde un punto de vista cíclico. La economía de EE UU ha alcanzado la velocidad de despegue, con una tasa de crecimiento esperada por encima del crecimiento potencial, así que una menor contribución positiva al crecimiento (y la caída transitoria de la inflación) facilitará el ajuste de tipos de interés que la Reserva Federal prepara para el verano. La economía europea, por otro lado, todavía empantanada en una larga recesión y en una persistente fragilidad política e institucional que Grecia va a poner otra vez a prueba, necesita toda la ayuda que se le pueda ofrecer, y la caída del precio del crudo llega en el momento ideal para sostener la demanda interna. Además, si la caída de la inflación es la gota que colma el vaso de la paciencia del Banco Central Europeo (BCE) y facilita que, finalmente, y con muchísimo retraso, inicie un programa de expansión cuantitativa, pues bienvenida sea. Es esencial romper el incomprensible tabú de que el BCE no puede o debe comprar bonos soberanos y que la expansión cuantitativa en la zona euro no funcionara. Si se ejecuta de manera agresiva y convincente aumentara las expectativas de inflación, reducirá los tipos de interés reales y aumentara el precio de los activos financieros, relajando las condiciones financieras y, eventualmente, fomentando el consumo y la inversión. En China, la reducción de la factura energética facilitara la transición hacia una senda de crecimiento más moderado, más enfocado en el consumo, los servicios y la demanda domestica que en la inversión, las manufacturas y las exportaciones, y debería calmar los miedos recurrentes de un colapso de su economía.

A nuestra frágil España, la caída de los precios del petróleo, combinada con la fuerte reducción de los tipos de interés a largo plazo (generada tanto por la caída de la inflación como por la anticipación de la expansión cuantitativa del BCE), la depreciación del euro, y la interrupción del ajuste fiscal, suponen un estímulo que debería mejorar el crecimiento, a pesar del ensordecedor y nocivo ruido político. Cuando las recesiones son profundas, los rebotes, sobre todo si van acompañados de nuevos estímulos como ahora, pueden sorprender al alza, ya que hay mucho camino por recorrer para volver al punto de partida pre-recesión. Puede ser un año mejor. Pero que no sirva, de ninguna manera, para declarar misión cumplida. El desempleo es terrible, el crecimiento potencial muy bajo, y la deuda pública estará en el 100% del PIB hasta la próxima década. El ajuste fiscal pendiente es todavía muy importante y, si no se fomenta la inversión, nacional y extranjera, tendrá que ser todavía mayor. Y para fomentar la inversión hay que generar un horizonte político, institucional, y de política económica, creíble y estable. Sobre todo, hay que evitar cometer errores. Los utópicos procesos independentistas, las fantasías de rentas mínimas y máximas, el mito del retorno de la banca pública, las amenazas de auditorías y de quitas de deuda, van todas en la dirección equivocada. Son estrategias de lucha por el poder político que se aprovechan de la enorme, y justificada, frustración popular, pero que carecen de lógica económica.

Para repartir primero hay que crecer, no hay atajos. Limpiemos el pasado pero miremos al futuro. Hay que seguir liberalizando la economía (España está tan solo en el lugar 33 del ranking de Doing Business del Banco Mundial, por debajo de países como Portugal, Malasia o Estonia, y de la media de la OCDE) para mejorar la productividad, mejorar mucho la educación (incluyendo una revisión profunda del sistema universitario público, descentralizándolo para aumentar la competencia, reducir su pertinaz endogamia, y reconducir los incentivos hacia el éxito educativo de los alumnos y de la investigación), y reducir el desempleo y la desigualdad con políticas que combinen la mejora de los incentivos al empleo y el apoyo a los más necesitados, como el contrato único y los impuestos negativos sobre la renta (earned income tax credits en ingles). Hay que trabajar, trabajar, y trabajar para, entre todos, sacar al país adelante. Mucha suerte en el 2015.

Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics, Washington D. C.

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