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Rousseff se enfrenta a su primera batalla política en el Congreso

El gobierno está enfrentado a los sindicatos por el aumento del salario mínimo

Juan Arias

La presidenta brasileña Dilma Rousseff y sus más fieles ministros preparan su estrategia para defender hoy en el Parlamento brasileño su postura sobre el aumento del salario mínimo, que Rousseff sitúa en 545 reales (cerca de 240 euros), por debajo de los 580 reales (casi 260 euros) que exigen los sindicatos. El Gobierno de Rousseff, apoyado por 10 partidos y con mayoría absoluta en el Congreso, no debería perder la votación.

Eso en teoría. En la práctica, es común la infidelidad de los partidos aliados al Gobierno a la hora del voto. El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva experimentó esas traiciones en votaciones decisivas. Una derrota hoy en el congreso podría poner en entredicho la fuerza de convicción de Gobierno de la presidenta brasileña, que necesita el respaldo en un momento en que ha decidido recortar 50.000 millones de reales (cerca de unos 22.000 millones de euros) del presupuesto de 2011 debido a la deuda que le dejó su antecesor, así como por una inflación que se ha disparado por encima del 6%.

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A 45 días de su investidura, la nueva presidenta ha dado pasos para alejarse de su tutor, el ex presidente Lula. Un alejamiento más evidente en su manejo de la política exterior, donde ha decidido condenar explícitamente los abusos a los derechos humanos del Gobierno del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y ha mostrado una mayor cercanía a Estados Unidos y Europa.

Rousseff sostiene que la subida salarial que propone corresponde a un cálculo vigente desde el Gobierno de Lula que tiene en cuenta la inflación y el Producto Interior Bruto, pero los sindicatos aseguran que el cálculo no responde al aumento real del coste de la vida.

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, junto al retrato pintado por el artista brasileño Romero Britto en Brasilia el pasado 14 de febrero
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, junto al retrato pintado por el artista brasileño Romero Britto en Brasilia el pasado 14 de febreroREUTERS
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