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Tribuna
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Nikola Tesla y su legado balcánico

La posición de la Unión Europea frente a Rusia y China necesita del refuerzo de la ampliación al este

Rafael Ricoy
Javier Solana

Para ilustrar la complejidad de los Balcanes, qué mejor que recordar a uno de sus hijos pródigos: el físico e inventor Nikola Tesla (1856-1943). Nacido en una localidad perteneciente hoy en día a Croacia, pero en el seno de una familia serbia ortodoxa, la nacionalidad de Tesla sigue siendo objeto de debate en la región. Tanto en Croacia como en Serbia hay quienes pretenden apropiarse de su figura, haciendo un flaco favor a su legado ideológico. Y es que Tesla abogó por servirse de los avances científicos para tender puentes entre naciones y, en última instancia, alcanzar la paz universal.

Incluso las contribuciones de Tesla al campo de la física, que le valieron el honor de que la densidad de flujo magnético se mida internacionalmente en teslas, parecen destinadas a evocar las dinámicas que caracterizan a su tierra natal. Como apuntó hace unos meses la alta representante de la UE, Federica Mogherini, los Balcanes se prestan a ser el escenario de grandes juegos de poder. Esto se debe a que son muchas las potencias que proyectan su magnetismo hacia la región, en virtud de vínculos económicos, políticos, históricos y culturales que se entrecruzan.

Después del rotundo fracaso que supusieron las guerras yugoslavas para la UE, su prioridad fue promover la reconstrucción y la reconciliación, tratando de abarcar con su campo magnético a todo el territorio de la antigua Yugoslavia. Sin embargo, esta estrategia ha producido resultados asimétricos y, por el momento, Eslovenia y Croacia son los dos únicos Estados posyugoslavos que han conseguido ingresar en la UE.

Si bien la UE ya ha incorporado a algunos países de mayoría ortodoxa (como Grecia, Bulgaria y Rumania), el que en el espacio posyugoslavo aún no se haya extendido más allá de los países mayoritariamente católicos refuerza una narrativa contraproducente. Cabe recordar que el apresurado reconocimiento de Eslovenia y Croacia por parte de Alemania y el Vaticano en 1991-1992 ya contribuyó a alimentar la retórica de "choque de civilizaciones" que Samuel Huntington desarrolló poco después. Huntington tomó las guerras yugoslavas como ejemplo de su simplista paradigma civilizatorio, que le lleva a trazar una línea divisoria entre el "cristianismo occidental" —el catolicismo y el protestantismo— y el resto de religiones europeas.

Tanto Eslovenia como Croacia reivindican que los Balcanes occidentales en su totalidad se incorporen a la Unión. No obstante, ciertas cuestiones de carácter bilateral han obstaculizado los avances, como ya ocurrió durante el proceso de adhesión de Croacia, que Eslovenia bloqueó temporalmente aprovechando su condición de miembro de la UE. Además, algunos males que han aquejado recientemente a la propia UE —como la crisis económica y el auge de partidos políticos xenófobos— han hecho más difuso el halo de inevitabilidad que rodeaba a su ampliación hacia los Balcanes. En 2014, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, descartó que se produzcan nuevos ingresos antes de 2019.

Mientras tanto, los Balcanes occidentales están sufriendo una preocupante involución en términos democráticos. Potencias muy influyentes en la región como Rusia y Turquía se están erigiendo en modelos a seguir, al igual que una Hungría cuya deriva autoritaria la UE no ha sido capaz de frenar.

La relación que mantienen Serbia y Rusia resulta especialmente llamativa. En 2014, el presidente Putin llegó a afirmar en una visita a Belgrado que "Rusia, como en el pasado, siempre verá a Serbia como su aliado más cercano". Más allá de los lazos culturales existentes y de la dependencia serbia de las fuentes de energía rusa, el que Rusia tenga derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU resulta fundamental para Serbia, ya que impide que Kosovo se convierta en miembro de las Naciones Unidas. Todos estos factores ayudan a explicar que Serbia no se uniera a las sanciones impuestas por la UE a Rusia en relación con su anexión de Crimea. Tampoco lo hicieron Bosnia y Macedonia, a diferencia de Albania y Montenegro, ambos miembros de la OTAN.

Sería un error ver a los países balcánicos como partículas que se limitan a dejarse atraer pasivamente por los polos magnéticos que los rodean. Serbia, en concreto, se sigue inspirando en la política exterior del mariscal Tito, que durante la Guerra Fría no fue ni mucho menos el aliado más cercano de la URSS, sino que obtuvo grandes réditos de su juego de contrapesos con Washington y Moscú. Oficialmente designada como Estado neutral, Serbia mantiene una estrecha colaboración con la OTAN a través de su Asociación para la Paz, y al mismo tiempo ha acogido recientemente ejercicios militares con el Ejército ruso. Aunque el presidente Aleksandar Vucic se presenta como un firme partidario de la integración europea, por ahora no parece dispuesto a distanciarse de Rusia.

En este nuevo juego de contrapesos participa el otro miembro permanente del Consejo de Seguridad que se opone al reconocimiento de Kosovo: China. Haciendo valer su pujanza económica, China ha invertido millones de dólares en infraestructuras en Serbia y demás países de la región, a la que pretende otorgar un papel preponderante como parte de su Belt and Road Initiative. La línea de alta velocidad entre Belgrado y Budapest, cuya licitación está siendo investigada por la Comisión Europea, daría un gran impulso a los planes chinos de conectar el puerto griego del Pireo con Europa Central. Esta investigación es un indicio de que, sin llegar a albergar las ambiciones disruptivas de Rusia, China puede desproveer a los Balcanes occidentales de incentivos a converger con el modelo institucional que Bruselas aspira a fomentar.

A pesar de todo ello, la UE sigue ocupando una posición ventajosa. Resulta revelador que los Balcanes occidentales (dejando de lado a Croacia) desarrollen el 74% de su comercio extrarregional de bienes con la UE, por solo un 6% con China, un 5% con Rusia y un 4% con Turquía. Los múltiples retos existentes no deben llevar a la UE a diluir su estrategia, sino a revaluar su proyecto, tanto de puertas adentro como de puertas afuera. El diálogo que se entabló en la Cumbre de los Balcanes occidentales del mes pasado es bienvenido, siempre y cuando los países que quieren adherirse a la Unión no pierdan de vista la necesidad de emprender transformaciones profundas.

La UE debe estar a la altura de las expectativas que a buen seguro Nikola Tesla depositaría hoy en ella. Es preciso mantener motivados a los amplios sectores de la población balcánica que siguen sintiéndose atraídos por la Unión y por la concordia que se ha vivido dentro de sus fronteras, de la que toda Europa debe tener oportunidad de participar. La UE no está en disposición de garantizar que las nuevas adhesiones vayan a producirse con rapidez y sin contratiempos. Pero sí que está en sus manos asegurar algo más importante: que, cuando estos países lleguen al destino, el recorrido haya merecido la pena.

Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.

© Project Syndicate, 2017.

www.project-syndicate.org

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