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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Factible, aunque muy ajustado

Se puede conseguir el objetivo del déficit porque el crecimiento superará el 3% y el Gobierno tiene posibilidades de subir ingresos

Luis de Guindos, ministro de Economía, en el Congreso de los Diputados.
Luis de Guindos, ministro de Economía, en el Congreso de los Diputados.Emilio Naranjo (EFE)

Así es cómo califica la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) la expectativa de cumplimiento del objetivo de déficit público en España en 2017. Un juicio que coincide en buena medida con el consenso de los expertos que participan en el panel de Funcas: en julio pronosticaban un déficit del 3,2% del PIB una décima por encima del objetivo pactado con Bruselas, el 3,1%.

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Mi opinión es algo más optimista. Doy por hecho el cumplimiento, por dos motivos. El primero es que el crecimiento volverá a superar el 3% en 2017, claramente por encima de lo esperado. Y ese mayor dinamismo acabará notándose en las cifras de recaudación. El segundo es que el Gobierno central tiene en cartera posibilidades de incremento de ingresos contempladas en el paquete fiscal diseñado para la prórroga del año 2016 que no han sido trasladadas a los PGE-2017, como el impuesto sobre bebidas azucaradas o los medioambientales.

No obstante, no podemos estar satisfechos. En 2016 cumplimos porque elevamos dos veces el objetivo de déficit. Y en 2017 seguimos por encima del 3%, a pesar de que el PIB encadena varios años de expansión vigorosa y hemos recuperado buena parte de lo perdido en el pasado. El componente cíclico del déficit, la parte del mismo explicada por la coyuntura, sigue caminando rápidamente hacia una posición neutral, pero nosotros seguimos sin cuadrar cuentas. En otras palabras, mantenemos un déficit estructural excesivo que no podemos obviar.

Comparándonos con nuestro entorno, ese déficit estructural no parece que venga explicado por un nivel de gasto excesivo, sino por una recaudación tributaria relativamente baja, que, a su vez, vendría determinada por la combinación de un fraude fiscal más elevado, las deficiencias y limitaciones del sistema fiscal española y una querencia excesiva por beneficios fiscales de distinto tipo: los llamados gastos fiscales se sitúan por encima de la media de los países de nuestro entorno.

Pero el gobierno central insiste en que el camino está en la reducción del peso del gasto en el PIB. En su estrategia presupuestaria se diseña una senda que permite reducir 3.2 puntos porcentuales el gasto sobre el PIB de 2016 a 2020, con un gasto nominal que puede expandirse ligeramente por encima del 2% anual (2.2%). Al mismo tiempo, los ingresos se mantienen casi estables, con un aumento de ocho décimas porcentuales en el mismo período. Es decir, que el ajuste (insuficiente) en el déficit recaería en un 80% en el lado del gasto y un 20% en el de los ingresos.

Seguimos sin querer hablar de reforma fiscal. Nos contentamos con rebajas en busca de votantes y parches, asumimos sin sonrojarnos las inequidades que genera el fraude y los tratamientos fiscales particulares, renunciamos a aprender de los errores propios y de las experiencias exitosas en otros países. Nos equivocamos.

Santiago Lago Peñas es director de GEN (Universidad de Vigo).

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