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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desconcierto con las reformas

Antón Costas
Rafael Ricoy

El verano, además de para las bicicletas, es una buena época para hacer balance. El relativo sosiego permite evaluar sin acritud cosas que hemos hecho en el pasado y extraer lecciones para el futuro. En mi caso, aprovechando que al comienzo de este verano la economía española ha recuperado el nivel de renta de antes de la crisis, quiero dedicar esta columna a hacer un pequeño balance de una década de crisis.

De creer el discurso oficial (tanto interno como de la UE y del FMI) el retorno al crecimiento ha sido el resultado de las reformas económicas: flexibilidad laboral, rebajas impositivas para empresas Y rescates bancarios. No deja de ser curioso este argumento. También podría decirse que fue precisamente el tipo de reformas que se impusieron lo que ha hecho que la economía haya tardado diez años en recuperarse y que haya aumentado la desigualdad y la pobreza.

Fíjense en esta coincidencia. Esta década perdida para el crecimiento y el bienestar de la eurozona tiene mucho en común con la década perdida en Latinoamérica durante los años ochenta. En ambos casos existe un consenso amplio entre los economistas sobre que esas décadas perdidas tuvieron que ver con el tipo de reformas que se aplicaron. A partir de la reflexión sobre ambas experiencias, Dani Rodrik, economista de Harvard y reconocido experto en economía del desarrollo, ha publicado un trabajo con el sugerente título de La elusiva promesa de las reformas. Debería ser de lectura obligatoria para todo aspirante a reformista.

Las reformas estructurales no funcionan en el contexto de una economía en recesión y aún menos sin el apoyo de políticas expansivas. Tiene sentido. Las reformas que afectan a los ingresos y a los planes de futuro de los hogares, aplicadas en momento de recesión, no hacen sino empeorar las cosas. Pongan ustedes a dieta a una persona que sufre ya de anorexia y observen los resultados. Pasa lo mismo con la dieta de austeridad aplicada a una economía que ya está experimentando una profunda depresión. De hecho, el retorno al crecimiento a partir de 2004 en España, Portugal y en el conjunto de la eurozona tiene mucho más que ver con las políticas monetarias expansivas del BCE y la relativa relajación de la austeridad que con las reformas.

Pero, además de esta década perdida, el retorno del crecimiento viene acompañado de elementos preocupantes. Aquí mencionaré solo dos:

Primero. El crecimiento se ha desconectado del progreso social. El paro continua siendo muy elevado, especialmente el de larga duración. Muchos de los nuevos empleos producen “trabajadores pobres”. Y la desigualdad y la pobreza se han disparado.

El sentimiento de injusticia y abandono que ha traído esta crisis alimenta el populismo político

Segundo. Las reformas injustas han traído el populismo. La mejor explicación sobre las causas del populismo político, tanto de izquierda como de derecha, es el sentimiento de injusticia y abandono que tienen los perdedores de la crisis.

¿No existen reformas progresistas? Es decir, reformas cuyos resultados fomenten tanto el crecimiento como el progreso social. Las hay. Pero ese resultado depende tanto de su contenido como de su forma de aplicación.

Del contenido de alguna de esas reformas progresistas habló hace dos semanas en estas mismas páginas Luis Garicano (Políticas económicas de oferta progresistas, Negocios, 23.07.17). A ellas me remito.

Respecto a la forma de aplicar las reformas, los economistas y políticos reformistas tienen mucho que aprender de los cirujanos y médicos en general. Ya tuve ocasión de mencionar esta cuestión en un artículo anterior en esta misma columna al hablar de las reformas sin dolor (Negocios, 7.7.2016). Ahora quiero añadir que, de la misma forma que a la hora de decidir que tipo de intervención o terapia seguir los médicos consultan cada vez más a los pacientes, los reformistas tienen que hacer lo mismo con los ciudadanos.

Desconfíen de economistas y políticos que les digan que sólo hay una solución. Están actuando como dictadores benevolentes, ya sean tecnócratas o populistas. La economía no es una religión con prescripciones fijas. Es un método de análisis de los problemas que ofrece múltiples alternativas. Las más eficaces y equitativas son aquellas que combinan el buen análisis con las preferencias políticas de los ciudadanos.

Para ser eficaces y justas las reformas tienen que ser democráticas. El desconcierto con las reformas de la zona euro proviene en gran parte de que no son democráticas. En su forma actual, la UE es una máquina endiabladamente eficaz de fabricar populismo. Si no cambia, el desconcierto con las reformas, el malestar social y el populismo político seguirán con nosotros mucho tiempo.

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