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Columna
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El último acto de una larga estafa

Los cambios hechos por los republicanos a su ley de reforma sanitaria la hacen igual de mala, pero de forma más sutil

La senadora demócrata Elisabeth Warren encabeza una protesta de mujeres contrarias al plan sanitario republicano en Washington.
La senadora demócrata Elisabeth Warren encabeza una protesta de mujeres contrarias al plan sanitario republicano en Washington. Astrid Riecken (AFP)
Paul Krugman

Hace unos días, el tuitero en jefe exigió que el Congreso promulgase "un precioso proyecto de ley nuevo sobre la asistencia sanitaria" antes de que se suspenda la actividad parlamentaria. Pero ahora que hemos visto la última versión de la "reforma" sanitaria de Mitch McConnell, la palabra "preciosa" no es precisamente la que mejor la define. De hecho, es de una fealdad incomparable, intelectual y moralmente. Las versiones anteriores de la atención sanitaria de Trump eran terribles, pero esta es, por increíble que parezca, incluso peor.

Antes de meterme en lo que la hace peor, vamos a hablar de un elemento del nuevo proyecto de ley que puede parecer un paso en la dirección correcta, y de por qué es en gran medida un fraude.

El proyecto de ley original del Senado tuvo mucha mala prensa justificada por recortar la asistencia sanitaria a los más pobres (Medicaid) y al mismo tiempo rebajar considerablemente los impuestos a los ricos. Esta versión reduce algunas de esas bajadas de impuestos —aunque ni mucho menos todas— por lo que parece una concesión a los moderados.

Sin embargo, al mismo tiempo, el proyecto de ley permitiría a la gente utilizar las cuentas de ahorro sanitarias con exenciones fiscales para pagar las primas de los seguros. En la práctica, esto crea una nueva exención tributaria que principalmente ayuda a la gente con rentas elevadas que (a) se puede permitir ingresar mucho dinero en dichas cuentas y (b) soporta unos tipos impositivos marginales altos, y, por tanto, consigue un importante ahorro fiscal.

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Por tanto, sigue siendo un proyecto de ley que quita a los pobres para dar a los ricos; simplemente lo hace de forma más sigilosa. No obstante, esta reestructuración tributaria le da a McConnell un poco más de dinero con el que jugar. ¿Y cómo aborda los dos grandes problemas del proyecto de ley original, es decir, los recortes salvajes a Medicaid y el aumento de las primas para los trabajadores más mayores y menos adinerados? No lo hace.

Aparte de unos pequeños retoques, esos brutales recortes a Medicaid siguen formando parte del plan, y sí, son recortes, a pesar de los desesperados intentos republicanos de fingir que no lo son. La reducción de las subvenciones que harían que las primas se disparasen para millones de personas también sigue ahí.

La parte buena, si se puede llamar así, es que hay un poco más de dinero para la crisis de los opiáceos, algo de dinero (pero no suficiente) para los pacientes de riesgo especialmente alto, y un poco más de ayuda para las aseguradoras, o sea, lo mismo que los republicanos denunciaron y calificaron de escandalosos beneficios para las empresas cuando lo hicieron los demócratas.

Sin embargo, el cambio más importante en el proyecto de ley es la manera en que, a efectos prácticos, dejaría sin protección a las personas con enfermedades preexistentes. La Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (Obamacare) establecía unos niveles mínimos en los tipos de pólizas que se permitía ofrecer a las aseguradoras; el nuevo proyecto de ley del Senado cede ante las exigencias de Ted Cruz de que se permita a las aseguradoras ofrecer unos planes reducidos que cubren muy poco y con unas desgravaciones muy altas que serían inútiles para la mayoría de la gente.

Las consecuencias de este cambio serían desastrosas. Créanme, no lo digo yo: es lo que dicen las propias aseguradoras. En una nota de prensa, la AHIP, la patronal del sector asegurador, advertía que la aprobación de la propuesta de Cruz "fracturaría y segmentaría los mercados aseguradores en fondos de mutualización de riesgos", que darían lugar a "unos mercados de seguros sanitarios inestables" en los que las personas con enfermedades preexistentes perderían la cobertura o tendrían planes que serían "mucho más caros" que con la ley actual.

O dicho de otra manera, este proyecto de ley sumiría a los mercados de seguros en una espiral mortal clásica. Los republicanos llevan años vaticinando esta espiral, pero siguen estando equivocados: todos los indicios muestran que el Obamacare, a pesar de que adolece de algunos problemas reales, se está estabilizando y funciona bastante bien en los Estados que lo apoyan. Pero, en la práctica, este proyecto de ley echaría por tierra todos esos progresos.

Y hablemos claro: muchas de las víctimas de estas consecuencias negativas serían miembros de la clase obrera blanca, personas que votaron a Donald Trump creyendo que iba en serio cuando prometió que no habría recortes en Medicaid y que todo el mundo tendría un seguro mejor y más barato. Por tanto, ¿por qué presionan los líderes republicanos para que se apruebe esto? ¿Por qué hay tan siquiera una posibilidad de que se pueda convertir en una ley?

La principal respuesta, diría yo, es que lo que sucedería si se aprobase este proyecto de ley —un importante descenso del número de estadounidenses con seguro médico y una drástica disminución de la calidad de la cobertura para aquellos que lo sigan teniendo— es lo que los republicanos han querido todo este tiempo.

Naturalmente, durante la yihad de ocho años contra la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, el Partido Republicano fingió lo contrario: denunciaba Obamacare por no cubrir a todo el mundo; atacaba los elevados gastos adicionales asociados a muchas de sus políticas, etcétera. Pero la ideología conservadora siempre ha rechazado la propuesta de que la gente tiene derecho a la asistencia sanitaria; la élite republicana consideraba, y sigue considerando, que la gente cubierta por Medicaid, en concreto, son unos aprovechados que en realidad están robando a los ricos, que merecen más por serlo.

Y los conservadores siempre han opinado que los estadounidenses tienen un seguro médico demasiado bueno y que deberían pagar más en gastos deducibles y en copagos, lo que les haría "arriesgar el pellejo" y, por tanto, supondría un incentivo para controlar los costes.

De modo que suponemos que lo que estamos viendo aquí es el último acto de una larga estafa, el momento en el que los estafadores hacen caja y sus víctimas descubren que les han engañado. Lo único que falta por saber es si realmente se saldrán con la suya. Lo descubriremos muy pronto.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2017.

Traducción de News Clips.

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