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Simientes para los alimentos del futuro

La centenaria firma Semillas Fitó redobla la inversión en innovación para competir con las multinacionales

Una técnica comprueba una muestra en el departamento de I+D de Semillas Fitó. 
Una técnica comprueba una muestra en el departamento de I+D de Semillas Fitó. 

La sandía sin pepitas, la fresquilla, la nectarina o el melón piel de sapo han nacido gracias a los ejércitos de investigadores de las empresas de semillas como Fitó. “Detectamos los deseos del consumidor en cada mercado, y les damos respuesta desarrollando nuevas variedades de productos o mejorando los existentes, en nuestros centros de innovación. En ellos obtenemos las semillas de los nuevos productos: una semilla de éxito tarda diez años en obtenerse, y cuesta un millón de euros. Es un ciclo largo; ahora investigamos lo que comeremos en 15 años”, explica Eduard Fitó, director Corporativo y de Desarrollo de Negocio, y uno de los dueños de Semillas Fitó.

Estas simientes de autor desarrolladas por las empresas de semillas dan frutos más resistentes al transporte y más acordes al gusto del consumidor en texturas, sabores o colores. No solo eso, “el cambio climático, por ejemplo, es tan rápido que las plantas no se pueden adaptar a él, y los centros de innovación de las empresas semilleras aceleran su adaptación. Las empresas de este negocio son imprescindibles, y Semillas Fitó es el líder de capital español del sector”, asegura Rafael López Moya, director de transferencia de tecnología de Pons IP.

Nacida en 1880, en Barcelona, Semillas Fitó mantiene su carácter familiar. Sus ventas han crecido un 37% en seis años hasta superar los 90 millones de euros en 2016, mientras realizaban fuertes inversiones para desarrollar su internacionalización. La obligación de implantar centros de investigación en las regiones donde vende encarece la apertura de nuevos mercados. A pesar de la dificultad, casi dos tercios de la facturación de Fitó procede del exterior, un porcentaje que no llegaba al 50% en 2010. Semillas Fitó vende en más de 70 países, tiene 630 empleados en 17 mercados, ocho filiales, y ocho centros de I+D en España, Turquía, México, India y Suiza, además de un laboratorio de biotecnología en España. Prevé cerrar 2017 con ingresos de 100 millones de euros.

Invierte el 20% de sus ingresos en el desarrollo de nuevos productos, un arma para competir en todo el mundo con grandes grupos como Bayer (que ha comprado Monsanto) o Cargill. “Fitó realiza investigación activa con científicos que hacen mejora genética clásica, aceptada por las agencias de seguridad alimentaria de todo el mundo. La empresa no ha entrado en los transgénicos”, aclara López Moya. Cada año, la compañía vende millones de semillas de nueve especies de frutas y verduras de planta de hoja (el 60% de las ventas), de gran cultivo (maíz y trigo), de césped y de plantas ornamentales. Tiene el 60% del mercado de la berenjena en el Mediterráneo, el 90% del melón amarillo en Brasil, más del 20% del maíz para uso forrajero, y más de la mitad de los melones turcos. “Mejorar el sabor de melones turcos con semillas un 25% más productivas fue un gran éxito. El último ha sido la creación del tomate Monterrosa: el consumidor valora comer tomate con el sabor natural de la huerta durante todo el año”, indica Eduard Fitó.

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Las semillas de autor tienen propiedad industrial, y la normativa comunitaria establece el pago de derechos durante su duración (unos diez años). Además, “existe la obligación de identificar el producto en la cadena alimenticia, con el nombre original de quien genera el derecho. Incumplir esto es como vender un vino con denominación de origen sin identificar”, asegura López Moya. Los agricultores deben pagar las semillas, generalmente cada año, hasta la liberación de la propiedad industrial. “Supone de un cinco a un 10% de la cosecha, es necesario para mantener la investigación. Probamos más de 4.000 semillas al año, de ellas saldrán diez nuevos productos, y solo uno tendrá éxito comercial”, defiende Fitó.

El agricultor se queja

Pedro Barato, director general de Asociación Agraria–Jóvenes Agricultores (ASAJA), valora que la investigación de las empresas semilleras aumenta su rentabilidad, “pero debían poner precios más acordes a la realidad del mercado. Nos pagan los cereales al precio de 1985, por ejemplo. Así que, o uso semillas antiguas sin royalties, o no puedo pagarlas”.

Fitó busca dar una vuelta de tuerca al negocio. “Estoy haciendo clubes con los agricultores y los comercializadores para dar mis semillas en exclusiva, mantener la trazabilidad y hacer valer la marca de mis productos,que deben ir etiquetados. Hacemos marketing para crear mercado, también en redes sociales: se come mucho por moda”, dice Fitó, que también trabaja en crear servicios con un sistema de drones para recoger datos y vigilar las cosechas, al que sumará un seguro de cosecha.

Se puede decir que las semillas utilizadas en los países desarrollados son de autor. “La mejora vegetal aumenta la productividad del campo, y así podremos alimentar un planeta de 9.700 millones de habitantes en 2050. Sin ella, Europa necesitaría 19 millones de hectáreas más para producir la misma cantidad de comida. Somos el sector europeo más intensivo en investigación”, cuenta Antonio Villarroel, Secretario General de Anove, la asociación del sector semillero.

Cruces mejores que el original

El fitomejoramiento es la técnica de investigación por la que se cruzan distintas variedades de una especie vegetal para mejorar sus características. Así se logran semillas que dan plantas más productivas porque son más resistentes que sus antecesoras a virus y enfermedades, necesitan menos agua y nutrientes, y dan productos durante más meses al año. También se cruzan variedades de distintas especies vegetales para dar frutos nuevos.

Los agricultores han realizado un proceso de mejora vegetal básico, que tardaba décadas en ofrecer resultados. Las empresas de semillas lo han sistematizado en sus centros de innovación, donde prueban millares de cruces, y acortan el tiempo del proceso a la mitad ayudados con métodos de cultivo in vitro y de biotecnología. Estas instalaciones de obtención vegetal (mejora y creación natural de semillas) tienen laboratorios y campos de cultivo ubicados en la región donde se sembrarán las semillas para que puedan crecer con su climatología.

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