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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Grietas en la narrativa de la flamante recuperación española en Europa

El Popular supone que España estrene el mecanismo de resolución bancaria con fuertes pérdidas para accionistas y bonistas respecto a la solución italiana

Claudi Pérez
Un repartidor pasa ante una oficina del Banco Popular en Barcelona
Un repartidor pasa ante una oficina del Banco Popular en BarcelonaEFE

España vuelve. La economía española va como un tiro, el paro baja a toda velocidad, el déficit está bajo control, el rescate bancario es un ejemplo a seguir y el Gobierno español vuelve a tener capacidad de influencia en Bruselas. Esa es la narrativa en boga en las instituciones europeas. Pero ese relato tan positivo —y a ratos grandilocuente— puede salir por lo menos tocado de la crisis del Banco Popular.

Hay varias maneras de gestionar una crisis bancaria de una entidad mediana tirando a grande, como es el Popular. Estados Unidos deja quebrar a los bancos no sistémicos, pero cuando las cosas se ponen feas el Gobierno reúne a los banqueros en una habitación, les obliga a aceptar dinero público y al cabo de un tiempo, cuando las nubes se han disipado, les obliga a devolver las ayudas y les cruje a multas por las cosas mal hechas. En Europa, en cambio, está terminantemente prohibido cerrar bancos, a pesar de que hay cientos de páginas de normativa que dicen lo contrario. O al menos lo estaba hasta la pasada madrugada.

Lo que suelen hacer los europeos es buscar una solución en el sector privado, y si no es posible se tira del dinero del contribuyente en grandes dosis. Lo que haga falta. Así lo hizo Alemania en lo peor de la Gran Crisis (y en parte lo sigue haciendo, con los landesbanken y las sparkassen, las cajas regionales y locales). Así lo hicieron Francia, Bélgica, Holanda, Italia, España: los países del Norte y los del Sur, los calvinistas y los católicos; todos. La canciller Angela Merkel decidió en su día, eso sí, que cada Estado tiene que hacerse cargo de sus entidades: nada de soluciones europeas. Y eso provocó que algunos socios del euro se vieran obligados a pedir rescates. Pero esa fórmula sigue funcionando en Grecia, Portugal y sobre todo Italia con Monte dei Paschi Siena y con Veneto Banca y Popolare de Vicenza.

España inaugura con el Popular otra vía, después de inaugurar las quitas a los preferentistas, o las multas por manipular las estadísticas. Es una vía más limpia, dicen en Bruselas, aunque ser conejillo de indias siempre provoca cierta incertidumbre. El asunto es relativamente sencillo de explicar: se trata de que en caso de que un banco haga aguas, se proteja al máximo el dinero público. Se trata de proteger al máximo al contribuyente. Se trata, en fin, de tratar de romper el abrazo de la muerte entre bancos y Estados. Y desde ese punto de vista, la operación es impecable: pierden los accionistas y quienes compraron deuda de peor calidad, como mandan los cánones: uno de los pilares del capitalismo es ese "que cada palo aguante su vela", que suele valer para casi todo menos para los bancos (y hay buenas razones para que eso sea así: una economía se colapsa si no funciona su sector financiero).

Pero el cierre del Popular y su compra por parte del Santander, sin embargo, deja un reguero de incógnitas por resolver. ¿Qué demonios hizo el supervisor? Se dice que el Banco de España era un completo desastre (algo rotundamente falso) y que el BCE iba a mirar con lupa a las entidades, pero lo sucedido apunta exactamente en la otra dirección. El Popular aprobó con cierta holgura los test de estrés, como lo hizo en su día Monte dei Paschi. El SSM decía hasta hace nada que la entidad era viable. Y la unión bancaria, en fin, sigue en pañales: cuando ha habido que buscar un comprador ha aparecido el Santander, por lo que lo de las fusiones transfronterizas sigue siendo un quiero y no puedo. Además, la presidenta de la junta de resolución, Elke König, hizo una declaraciones la pasada semana señalando las dificultades del Popular que "han podido tener un impacto determinante en la consecución de los hechos que han conducido a la resolución; en el mejor de los casos, esas declaraciones supusieron una notable imprudencia", explica el eurodiputado socialista Jonás Fernández.

Más incógnitas: ¿No era el rescate español un ejemplo a seguir? El ministro de Economía, Luis de Guindos, lleva meses diciendo que España hizo las cosas bien y que el sector financiero español funciona. Hace unos días aseguraba que el Popular era perfectamente solvente. Pero está claro que a la digestión del pinchazo del ladrillo aún será larga.

Un último interrogante: ¿Por qué Italia ha podido salvar Monte dei Paschi, aun a costa de su prima de riesgo o de una recuperación menos potente, y España ha optado por cerrar el Popular y buscar un comprador? En parte, porque Italia no tiene un Banco Santander: Unicredito e Intesa están en horas bajas. Y en parte porque España no tiene otra opción: hay italianos en todas y cada una de las instituciones relevantes en la toma de decisiones sobre el cierre de bancos. Empezando por Draghi. Y apenas hay españoles. El Gobierno puede no haber tenido otras opciones: las fuentes consultadas en Bruselas aseguran que Europa buscaba desde hace tiempo un banco para bajar la persiana, y el Popular ha sido el elegido.

Y el quid de la cuestión: ¿Quién gana y quién pierde? No está claro para qué demonios quiere el Popular un banco como el Santander, con una cuota de mercado enorme en España: los Botín siempre dijeron que no querían crecer más en España. De momento, pierden los accionistas y los bonistas. Y los trabajadores del Popular: buena parte de la plantilla se irá a la calle. Con otra operación (un banco de fuera de España, por ejemplo), quizá hubieran perdido aún más los bonistas, pero habría menos empleados de banca en la cola del paro.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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