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DESAYUNO DE REDACCIÓN

Energía para el nuevo ciclo económico

El gas natural se perfila como el combustible que ayudará a completar la transición hacia una economía descarbonizada y protagonizada por fuentes renovables

María Fernández

Transición energética hacia un modelo descarbonizado. Ese es el punto de partida del futuro trazado por los objetivos que marcó la Cumbre de París y por las directrices de la política europea, que establecen para 2020 que un 20% del consumo de energía proceda de fuentes renovables. Además, todos los Estados miembros deben alcanzar, para ese año, una cuota del 10% en combustibles limpios en el transporte. En ese camino, el gas está llamado a tener un papel fundamental mientras las nuevas fuentes ocupen un papel equiparable al que ahora representan las tradicionales (carbón, petróleo o nuclear). Para abordar estos cambios EL PAÍS reunió el pasado 6 de abril a un grupo de expertos en un encuentro patrocinado por Gas Natural Fenosa que trató de dar respuesta a los desafíos que enfrenta el país.

En la imagen, Castillo de Villalba, buque metanero de Gas Natural.
En la imagen, Castillo de Villalba, buque metanero de Gas Natural.

Para alcanzar la neutralidad en carbono para el año 2050 a través de la renovación energética se dibujan muchos escenarios. Antoni Peris, presidente de Sedigas y director general de Negocios Regulados de Gas Natural Fenosa, considera que las nuevas formas de producir energía “aún no tienen un rendimiento y una funcionalidad equiparable a las tradicionales”, porque tienen un difícil acople a la demanda al depender de fuentes (sol o viento) de generación aleatoria. “Ahí es donde encaja el papel del gas, porque es una energía abundante, más diversificada que el petróleo por su localización, confiable y económica”. Además, subraya, de todas las energías no renovables, es la que menos CO2 y partículas emite. Los objetivos, plantea Carlos Solé, socio de Economics & Regulation de KPMG, son “tremendamente ambiciosos”, y se conseguirán si se actúa en tres frentes: “Las renovables, la eficiencia energética —que debe suponer más del 50% del esfuerzo para reducir las emisiones— y la propia descarbonización [la sostenibilidad de los combustibles para eliminar del mix de producción aquellos que sean más contaminantes]. Todo esto va a venir marcado, además, por la revolución tecnológica”.

El mundo parece saber dónde quiere llegar, pero ¿por qué camino? Para Antonio Blanco, consultor independiente en temas gasistas, “el futuro estará en las renovables y el gas natural, que desde el punto de vista del funcionamiento del sistema se podría considerar como una energía renovable”. Porque el problema que se plantea mientras no se desarrollen tecnologías que garanticen el almacenamiento sigue siendo el mismo. “A menos que la sociedad decida que cuando no hay viento se apaguen las luces, hace falta una energía de recambio. ¿Cuál? Tiene que ser el gas natural”, insiste Blanco. Y recuerda que la biomasa es una fuente renovable, pero contaminante, y el carbón, mientras no se resuelvan los problemas de la captura de CO2, es una energía en declive.

Joan Ramon Morante, director del Instituto de Investigación en Energía de Cataluña, concreta que “el quid de la cuestión es el almacenamiento, esencial para las renovables. No se concibe su introducción sin tener solucionado ese aspecto”. Otro problema son las propias actividades para las que el suministro eléctrico no es una solución. “En el sector del transporte y en el industrial hay procesos que no se pueden electrificar”. En un escenario en el que ya no se prevé un gran aumento del consumo (excepto si se electrifica el transporte), “continuar introduciendo capacidad en el sistema tiene un coste, y la sociedad va a preguntarse quién lo paga”. Porque España, según los expertos, tiene una capacidad para generar 2,8 veces la cantidad de energía que tiene durante un pico de consumo. “Si introducimos renovables tenemos que pensar qué vamos a dejar de hacer…, por ejemplo, ¿qué ocurrirá con las centrales nucleares?”, se pregunta Morante.

Decisiones políticas

Efectivamente, las medidas que se tomen responderán a decisiones políticas. “El consumidor tiene que tener cada vez más poder y es necesario que desde la política se defina una transición energética ordenada”, cree Jordi Dolader, senior partner de MRC y presidente del consejo editorial de El Periódico de la Energía. “La política energética con mayúscula tiene que abordar dos cosas: el mix energético de hoy y mañana y la gobernanza, es decir, quién debe controlar, qué actividades deben ser reguladas, qué se deja al mercado…”. En la transición hacia un modelo completamente limpio es necesaria una regulación eficiente “sin que haya ganadores o perdedores y haciéndolo con sostenibilidad, con tecnologías que vayan madurando”.

Las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía apuntan a que para 2040 se espera un fuerte crecimiento de las renovables, el mantenimiento en el consumo de gas y una reducción importante de carbón y petróleo dentro de la matriz energética mundial. “No es fácil saber lo que va a pasar, pero hoy por hoy, en función de los acuerdos de París, ese es el consenso de mercado”, dice Peris. Las cosas solo podrían cambiar si se avanza en soluciones muy revolucionarias. “Hace muchos años que se trabaja en la captura del CO2 y no se puede decir que haya un proyecto exitoso, porque cualquier solución que pase por enterrar ese elemento está coja”, añade Peris. Dolader también duda de la capacidad de la naturaleza para reabsorber el dióxido de carbono y no se olvida de otra idea rupturista: los reactores nucleares que experimentan con nuevas técnicas de producción. España, por ejemplo, colabora en el ITER, un ensayo científico a gran escala “que promete una fuente barata, inacabable y gestionable de forma eléctrica”. Alemania y Francia también cuentan con proyectos para convertir la energía renovable en gas y así almacenarla. Sería una manera de aprovechar la superproducción de renovables que ahora se desperdicia.

Para Solé, España tiene ya una ventaja competitiva frente a muchos países: se puede apoyar en las renovables y el gas. “Aprovechemos las condiciones del país para contribuir a la cesta energética europea. Somos la puerta de entrada de gas a Europa gracias a las regasificadoras y a los puntos de conexión con el Magreb. Está previsto que para cumplir con los objetivos de la UE el gas participará en la cesta primaria en un 27% en 2030. Ese 27% “puede crecer a un 33%”. Pero el problema es que los ciclos combinados funcionan a entre un 10% y un 12% de su capacidad. “Incrementar su rendimiento no significaría incrementar los costes en infraestructuras”, recuerdan los expertos.

Costes elevados

No habrá, según los expertos, un buen diseño de política energética si no se tienen en cuenta los llamados “costes hundidos”. Por ejemplo, dos terceras partes de las reservas probadas de petróleo en el mundo no se quemarán si se alcanzan los objetivos de la Cumbre de París. Pero esas reservas, o más bien la expectativa de negocio que generan, ya están en los balances de las compañías petroleras. Otro ejemplo está en lo que han costado las regasificadoras para almacenar gas natural licuado en España en relación con su escasa utilización. “Esos costes hundidos los tenemos en casa”, apunta Dolader. “¿Qué hacemos con las infraestructuras que no van a ser útiles y que generan costes fijos para el consumidor?”, se pregunta. En cambio, otras tecnologías que ahora se consideran caras podrían dejar de serlo, por ejemplo, si aumentan los costes de emisión de dióxido de carbono, otras formas de producción podrán sacar ventaja.

Una de las variables más importantes en la ecuación de la sostenibilidad estará en la energía que consuma el transporte. La electrificación de la flota tiene sus particularidades. Por un lado, está el problema del coste de las baterías y su escasa autonomía, y por otro, la limitada red de electrolineras en España. “En cambio, convertir un motor de gasolina a uno de gas natural ronda los 1.500 o 2.000 euros. Es cierto que necesitas poder cargarlo, pero creemos que aún existe un campo muy importante para el gas. El primer fabricante mundial de camiones está apostando por él, y también está creciendo el transporte marítimo”, vaticina Peris. Morante califica el coche eléctrico una “realidad prometedora”, pero se pregunta si los 28 millones de vehículos que tiene el país podrían cargar las baterías por la noche. “Eso modificaría la curva de la demanda”. La tecnología, añade, está en un momento muy delicado porque existe cierta desconfianza sobre si las baterías de litio tendrán futuro a medio plazo. “Fabricar baterías más baratas significa que tiene que haber un mercado que absorba esa producción porque si no bajarán los precios”. Por el contrario, los expertos hablan de otros ensayos interesantes. Como el del biometano. “Audi ya tiene una planta piloto de seis megavatios y una flota de 2.000 vehículos circulando. Aunque emita CO2 no realiza una aportación neta a las emisiones porque es de captura biológica”.

El carbón ¿español?

A pesar del alto coste ambiental, España sigue generando un 13% de su energía con la quema de carbón, pero solo entre el 2% y el 2,5% de los megavatios introducidos en el sistema proceden de combustible salido de las minas nacionales. Aun así, la desaparición del carbón no deja de plantear un problema social. “Los que peinamos canas recordamos que el primer enfrentamiento serio que tuvo Francisco Franco fue en Asturias con el tema del carbón, igual que Margaret Thatcher lo tuvo en Reino Unido. Hay que solucionar el problema, pero creo que es manejable… En el sector trabajan unas 5.000”, sostiene Jordi Dolader.

En casi todas las directrices de política europea se plantea la sustitución de ese combustible, así que los expertos llaman al pragmatismo. “¿Cuánto empleo se puede crear con las renovables y con el nuevo modelo de redes eléctricas inteligentes o Smart Grid? El nuevo modelo va a aportar más fuerza laboral de la que se pueda perder”, considera Joan Ramon Morante. La eficiencia de una planta de generación a base de carbón, añade, está muy por debajo de la de un ciclo combinado. “Hay que afrontar el problema con valentía. Afortunadamente el sector carbonero no es tan relevante en España y para suplirlo no hay que hacer grandes inversiones”, reflexiona Antonio Blanco.

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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