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Columna
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Papá cuéntame otra vez…

La economía crece con fuerza pero sus efectos no llegan a la ciudadanía. Parece una noria

Joaquín Estefanía
El ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, y los titulares de Economía, Luis de Guindos,  y Hacienda, Cristóbal Montoro.
El ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, y los titulares de Economía, Luis de Guindos, y Hacienda, Cristóbal Montoro.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Qué hay de lo mío; por qué no recupero el puesto de trabajo perdido durante la crisis; por qué no dispongo de un empleo decente, no esta mierda, con una cierta seguridad laboral y que tenga que ver con aquello que he estudiado o para lo que me he formado; por qué si trabajo tantas horas no disfruto de un nivel salarial al menos similar al que tenía antes o un poco superior, como es lógico; por qué me ha disminuido la protección social ya que perdí el derecho al seguro de desempleo porque llevo mucho tiempo en paro, no puedo cotizar lo suficiente para que —en el futuro— tenga derecho a una pensión pública, o he de soportar largas listas de espera ahora que he caído enfermo de importancia. En definitiva, por qué mi nivel de bienestar no se corresponde con el hecho de que España esté a punto de recuperar los niveles precrisis de Producto Interior Bruto (PIB), y esté creciendo con fortaleza (datos oficiales).

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Estas son algunos de los interrogantes que legítimamente pueden hacerse hoy muchos de los trabajadores convocados por los sindicatos con motivo del 1 de mayo. Una economía que se acelera con cierta fuerza y que sin embargo no revierte las consecuencias de la recesión y el estancamiento de una década con la misma intensidad y rapidez. Tampoco los niveles de desigualdad generados. Cuando comenzó la Gran Recesión en España, finales del año 2007, la tasa de paro era del 7,9%. Hoy, después de 14 trimestres seguidos de crecimiento, es del 18,75%, y en el año 2020, según el Programa de Estabilidad 2017-2020 presentado a Bruselas, será del 11,2%, más de tres puntos superior al inicio de los problemas, 13 años después. He ahí un posicionamiento circular: volver una y otra vez al punto de partida (en esta ocasión ni siquiera eso) sin haber resuelto nada, mientras la sociedad cambia y cambia.

Los estragos de estos años se pueden medir también comparando las Encuestas de Condiciones de Vida de los años 2008 (con los datos de 2007), y de 2016, la última publicada. En este periodo de ocho años los ingresos medios anuales son prácticamente los mismos (de 26.010 euros a 26.730); la tasa de riesgo de pobreza (indicador relativo que mide desigualdad, no pobreza absoluta) ha ascendido y afecta a casi una cuarta parte de la población (22,3%); y los hogares que manifiestan llegar a fin de mes con mucha dificultad, los que no tienen capacidad para afrontar gastos imprevistos y los que no pueden irse de vacaciones fuera de su casa al menos una semana al año, han seguido creciendo. Si a ello le añadimos lo que han aumentado los trabajos temporales (casi el 26% del total), los hogares sin ningún tipo de ingreso (648.000) y los hogares con todos sus miembros en paro (1.394.700) se comprenderá el malestar de una parte importante de la población.

De todos estos asuntos, el partido en el Gobierno sólo dice algo tan tópico como que han mejorado las cosas desde el cénit de la crisis pero que aún queda mucho que hacer. No se puede contar a los ciudadanos el mismo rollo una y otra vez. Les corresponde a los demás —sobre todo a las formaciones de izquierdas que son las que colocaron la desigualdad en el frontispicio de sus políticas desde su fundación— dar respuesta a esta hiriente dualidad. No en vano la aparición de nuevas fuerzas en Europa, en ambos extremos del espectro ideológico, ha sido posible en buena parte gracias a una austeridad mal repartida, y a la negligencia e indiferencia hacia los ciudadanos en apuros.

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