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Columna
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Los nuevos contratos sociales

El 3% de la población mundial, 250 millones de personas, son migrantes internacionales

Joaquín Estefanía

Para el año 2030 más de la mitad de los puestos de trabajo actuales serán automáticos o habrán quedado obsoletos; tres cuartas partes de las 500 mayores empresas del mundo habrán desaparecido o habrán sido sustituidas por otras; el 60% de los empleos en que habrán de empeñarse quienes hoy se encuentran en la escuela o en el colegio no han sido creados todavía. Estas son algunas de las tendencias que se prevén como consecuencia de la cuarta revolución industrial. ¿Cómo afectarán al contrato social del futuro, definido como el conjunto de acuerdos implícitos y explícitos que determinan lo que cada ciudadano y cada grupo social contribuye al Estado y lo que recibe de él?

¿Qué le ocurre a ese contrato social en presencia de las cadenas globales de valor, de las multinacionales generalizadas, de todo lo offshore, de los flujos de capital sin freno, de la evasión y la elusión fiscal transnacional, de las migraciones y de los movimientos de refugiados (un 3% de la población total mundial vive actualmente en un país distinto al lugar en que nació: 250 millones de personas son migrantes internacionales). Estas reflexiones pertenecen a la secretaria general iberoamericana, Rebeca Grynspan, en la representación del libro América Latina: un nuevo contrato social (Marcial Pons) y las hizo en relación a la región iberoamericana, pero son extensibles al resto del planeta. La cuarta revolución industrial (la tecnológica) tiene grandes posibilidades de elevar el bienestar pero también del riesgo de la que la tecnología profundice las brechas sociales y económicas y genere nuevos desafíos a la cohesión social (por ejemplo, tasas de desempleo estructural mucho mayores que las actuales).

La composición social de Iberoamérica se ha transformado, siendo dominantes las clases medias y las compuestas por los vulnerables (aquellas personas y familias que han ascendido desde las clases bajas pero que no han superado el riesgo de volver a caer en las mismas ante eventualidades como la pérdida del puesto de trabajo, la disminución de valor de sus activos, una catástrofe natural, la enfermedad de un familiar, etcétera). Personas que antes demandaban el acceso a los servicios básicos ahora también piden una mejoría de su calidad, mayor participación política, transparencia y rendición de cuentas, o mejores oportunidades de movilidad social. En definitiva, una expansión de lo que significa ser ciudadano, incorporando los estándares mínimos de seguridad económica de nuestra época.

La directora del Latinobarómetro, Marta Lagos, prosigue esta reflexión en la revista Pensamiento Iberoamericano, que inaugura ahora su tercera época bajo los auspicios de la Secretaría General Iberoamericana y dirigida por Enrique Iglesias. Al hacer balance de los últimos 20 años, Lagos subraya que América Latina no evoluciona por un camino ya diseñado, sino que más bien inventa su propio camino; tiene democracias en espera del desmantelamiento de las desigualdades, poblaciones que solo se creen su propia experiencia, sociedades separadas por el color de la piel, y “tenemos la región más pacífica [más aún tras los acuerdos de Colombia], sin poder nuclear, sin conflictos armados, que pondrá en el mercado 100 millones de habitantes las próximas décadas”.

Si hubiese que resumir en una cuestión estas décadas, ésa sería la siguiente: ¿es posible más y mejor democracia con altos niveles de desigualdad? Lo que desborda el ámbito iberoamericano y remite de modo directo a la cuestión de los nuevos contratos sociales.

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