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Columna
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El fetichismo hipócrita del déficit

¿Por qué acepta España sin cuestionar un nuevo recorte de gasto para este año de 5.500 millones de euros?

Antón Costas

En el mundo anglosajón es habitual que los responsables político-económicos publiquen sus memorias cuando abandonan sus cargos. Lo han hecho recientemente el exgobernador del Banco de Inglaterra, el de la Reserva Federal y el del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Pero esta conducta no es frecuente por nuestros pagos. Aunque sólo fuese por esto, habría que agradecer al ministro de Economía Luis de Guindos que haya publicado su visión de los años en que vivimos peligrosamente (España amenazada. De cómo evitamos el rescate y la economía recuperó el crecimiento). De Guindos lo publica, sin embargo, cuando aún no ha abandonado el cargo. Pero intuyo que es una consecuencia no prevista del retraso en la formación de nuevo gobierno.

Aparte de la oportunidad, de su estilo directo y de su fácil lectura, el libro tiene otras virtudes. Es interesante tanto por lo que cuenta como por lo que calla. Y también por lo que, sin decir, insinúa de forma sibilina. En algunos casos el lector tiene la impresión de que opta por contar la “verdad política”, aquella que Lytton Strachey pone en boca de un personaje ficticio de su Books and Characters (1922), dedicado a John Maynard Keynes, cuando dice: “No es tarea de un gobernante ser sincero, sino ser político; debe alejarse incluso de la propia virtud, si es que esta se encuentra en un lugar diferente de la conveniencia”.

Hay muchas cosas en el libro sobre como transcurrió el debate del rescate financiero en España que merecen comentario. Pero ahora me interesa un aspecto acerca de cómo se toman decisiones en la UE. Me refiero a la fijación de los objetivos de déficit público y, por tanto, de la austeridad presupuestaria. Una cuestión que sigue viva hoy con la exigencia al nuevo gobierno de nuevos recortes de gastos para el año en curso.

Cuenta el ministro cómo transcurrió la reunión del Eurogrupo que tuvo lugar en Bruselas el 12 de marzo de 2012. En ella se produjo aquella foto en que Jean-Claude Juncker aprieta por atrás con las dos manos la yugular de De Guindos. El ministró cuenta que aquella sesión del Eurogrupo fue “quizá la más dura que recuerdo con España”. Y, aunque lo calla, también la más humillante para él y para España. Porque, “el episodio del tigre saltando sobre la pieza al comienzo de la reunión no era nada en comparación con lo que me esperaba dentro”.

Lo que le esperaba dentro era “el tira y afloja con la cifra de déficit”. A pesar de su resistencia a aceptar las cifras de la Comisión, “volví a casa con un ajuste adicional de 5.000 millones de euros bajo el brazo porque la Comisión finalmente nos fijó un déficit público del 5,3% del PIB, medio punto menos que lo que pretendíamos. Mantuvo el objetivo del 3% para 2013, como finalmente tuvimos que reflejar en el Programa de Estabilidad que enviamos a Bruselas en abril de ese año. No era en absoluto creíble, pero daba igual. Era una cuestión casi de autoridad” (la negrita es mía).

Este relato es revelador de cómo se toman las decisiones sobre el déficit y los recortes en la UE. Primero, se ve que la fijación del déficit es un juego hipócrita de mercadeo político, un tira y afloja, no una decisión basada en criterios técnicos económicos. Segundo, releva el fetichismo del déficit de la Comisión Europea, que deja de lado cualquier otra consideración económica (crecimiento), social (paro, pobreza) o política (populismos).

No hay macroeconomista ni organismo económico internacional que defienda este tipo de política fiscal. Al contrario, es el propio FMI, representante de la ortodoxia fiscal, el que reclama con insistencia a las autoridades europeas un activismo fiscal que venga en ayuda de la política monetaria del BCE. Y es el propio Mario Draghi, presidente del BCE, el que lo viene reclamando insistentemente, aunque predica en el desierto. Y es también ilustrativo el abandono del objetivo de equilibrio presupuestario a medio plazo por el nuevo gobierno del Reino Unido después del Brexit.

Dejémonos, por tanto, de fetichismos e hipocresías. ¿Qué sentido tiene exigir a España un nuevo recorte de gasto para este año de 5.500 millones de euros? ¿Por qué lo aceptamos sin cuestionar su oportunidad y sus efectos? En todo caso, que nos digan cuales serán esos efectos sobre el crecimiento, el paro, la pobreza, el malestar social y el populismo político. De esa forma, podremos verificarlo y exigir responsabilidades.

Esta última cuestión, la responsabilidad por los efectos de las políticas, es importante. Hasta ahora la Comisión Europea actuaba con total impunidad. Pero un fallo reciente del Tribunal de Justicia de la UE ha dictaminado que la Comisión Europea y el BCE pueden ser juzgados como responsables de las consecuencias de sus programas de rescate. Se acabó la impunidad. Ahora la ética de las reglas fetichistas e hipócritas, como las del déficit, ha de ser sustituida por la ética de las consecuencias. Quizá la judicial sea una vía efectiva para el cambio de políticas. Volveremos sobre esta cuestión.

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