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Columna
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El peligro de los bancos gigantescos

La única ventaja es la economía de escala; la gran desventaja es el coste de impedirles caer

Xavier Vidal-Folch

Hay demasiados bancos europeos, compiten con denuedo por un mercado estancado y por eso son poco rentables. La solución es eliminar a los más débiles, fusionarlos con los fuertes y concentrar el sector en pocos gigantes.

Ese es el argumento en el que desde hace meses insisten el FMI y el BCE. Dudemos de la causa de esta tesis. En Europa hay, sí, muchas entidades, 5.192. Pero no más que anteayer, y en su mayoría son irrelevantes, y no problemáticas. Lo prueba que, en esa suma, la cuota española asciende a 214, cuando apenas hay 18 verdaderos bancos y solo 6 relevantes.

La escasa rentabilidad proviene de su incapacidad para ganar dinero con tipos de interés bajos: cuesta justificar un margen digno si el precio de la mercancía, el dinero, oscila en torno a cero. Aunque mejor se quejen menos: esos tipos bajos favorecen al consumidor de crédito; benefician así a la economía; facilitan a la banca la búsqueda de clientes; y la ayudan a rebajar la morosidad acumulada.

Lo que está en crisis es el modelo de negocio. En la era del bólido, la mitad de los bancos son tartanas, cargadas de personal y sucursales, mientras afloran otros competidores.

Como la banca en la sombra, básicamente fondos y vehículos de inversión, que manejan 3,2 billones (con b) de euros; y han concedido crédito a empresas y familias por 1,3 billones (La banca en la eurozona, Antonio Garrido. EuropeG, febrero 2016). O los incipientes competidores tecnológicos, que, con estructura más liviana, cargan menores costes al deudor (como en el crowdlending, o préstamo directo de particular a particular).

Se entiende que las autoridades europeas y mundiales se saquen las moscas de encima incentivando que el sector arregle él solito sus fiascos con fusiones. También pasó aquí en los ochenta. Y (menos) en la crisis de las cajas.

Pero la receta de las fusiones solo entraña un beneficio notable: la economía de escala. Y esa tiene límites. No es muy seguro que amalgamar dos desastres como el primer banco alemán, la Deutsche Bank (100.000 empleados) con el segundo, el Commerzbank (más de 50.000), arroje más rentabilidad, al igual que la unión de dos mulas no engendra un caballo.

Y en cambio, los gigantes bancarios asustan por sus graves peligros. El peor, que son sistémicos, too big to fail, demasiado grandes para dejarlos caer. La directiva europea 59 de reestructuración y resolución bancaria (15/5/2014) coloca al dinero público como último pagano de los rescates. Pero en una crisis virulenta poca diferencia habrá entre ser el último y el primero. Amén de la posición dominante, el poder de mercado, la influencia política y la infiltración mediática de esos gigantes.

Si son demasiado grandes para caer es que son demasiado grandes para existir, se ha escrito atinadamente. “La solución correcta es obvia: no dejar que las instituciones financieras se conviertan en demasiado grandes, recortar las que lo son (13 bankers, Simon Johnson. Random House, 2010). ¿Cómo? troceándolas, exigiéndoles a más tamaño mucho más capital, diversificando el mercado (Too big to save, Raghuram Rajan, Time, 19/1/2012) y Willem Buiter, Too big to fail is too big, FT, 24/6/2009). Lo contrario de lo que se predica.

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