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Columna
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Y el planeta, ¿qué?

La campaña electoral estadounidense ha ignorado el problema del cambio climático. Eso es casi criminal

Paul Krugman
Rafael Ricoy

Nuestros dos principales partidos políticos discrepan en muchos temas, pero en ninguno la brecha es mayor o más importante que en el del clima.

Si Hillary Clinton gana, seguirá adelante con las medidas del Gobierno Obama, una mezcla de negociación internacional y políticas nacionales que promuevan las energías limpias, un dúo eficaz que da alguna esperanza de controlar las emisiones de gases de efecto invernadero antes de que el cambio climático se convierta en catástrofe climática.

Si Donald Trump gana, la política climática de estilo paranoide —la creencia de que el calentamiento del planeta es un engaño pergeñado por una conspiración internacional de científicos— se convertirá en doctrina oficial, y la catástrofe será casi inevitable.

Entonces, ¿por qué los medios de comunicación parecen tan decididos a no prestar atención a este asunto? En concreto, ¿por qué casi siempre da la impresión de que existe una norma que prohíbe sacarlo a colación en los debates?

Antes de entrar en ello, un breve resumen sobre la división política. Resulta extraño lo poco que se le reconocen al Gobierno de Obama sus políticas ambientales. Todo el mundo ha oído hablar del fiasco de las garantías de préstamo concedidas a una empresa de energía solar, Solyndra, con un coste, por cierto, equivalente a poco más de la mitad de lo que el propio Trump perdió en solo un año por culpa de sus malas decisiones empresariales. Sin embargo, poca gente ha oído hablar de la revolución de las energías limpias que los préstamos del Gobierno y otras ayudas políticas contribuyeron a promocionar, y que ha reducido drásticamente el precio de las energías solar y eólica, y disparado su consumo.

Tampoco hay muchos que hayan oído hablar del endurecimiento de las normas gubernamentales sobre ahorro de combustibles, especialmente para camiones y autobuses, que por sí sola es una de las medidas ambientales más importantes de las últimas décadas.

Y si Clinton gana, es casi seguro que se harán realidad medidas todavía más importantes: el Plan de Electricidad Limpia, que regularía las emisiones de las centrales eléctricas, y el Acuerdo de París sobre el Clima, por el que todas las grandes economías del mundo se comprometen a recortar considerablemente sus emisiones.

Por otro lado, está Trump, quien una y otra vez ha tachado el cambio climático de bulo y ha insinuado que se lo inventó China para perjudicar la competitividad estadounidense. Ojalá pudiera decir que esto le convierte en una excepción dentro de su partido, pero no es así.

De modo que, en materia de política climática, existe una brecha inmensa e increíblemente trascendente. No solo porque haya una distancia enorme entre ambos partidos, y entre sus candidatos, sino porque esa distancia posiblemente tenga más importancia para el futuro que cualquiera de sus desacuerdos. Entonces, ¿por qué no se habla más de ella?

No digo que no se haya informado en absoluto sobre las diferencias en materia climática, pero nada comparable a, por ejemplo, el empecinamiento con las noticias sobre el servidor de correo electrónico de Clinton. Y resulta verdaderamente increíble que, en los tres debates emitidos en todo el país que se han celebrado hasta ahora —el foro “Comandante en jefe”, con la participación de Clinton y Trump, el primer debate presidencial y el debate vicepresidencial—, los moderadores no hayan planteado ni una sola pregunta sobre el clima.

Fue especialmente curioso durante el debate del martes. De algún modo, a Elaine Quijano, la moderadora, le dio tiempo a hacer no solo una, sino dos preguntas inspiradas por el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, una organización a la que le preocupa que, a pesar de los déficits presupuestarios relativamente bajos y el extremadamente bajo coste de los préstamos, el Gobierno federal pueda toparse con problemas fiscales de aquí a un par de décadas. Puede que este asunto tenga algún interés, aunque no tanto como afirman los cascarrabias del déficit (y Quijano se las arregló para insinuar que las propuestas de Clinton, cuyo coste está completamente cubierto, no son mejores que la multibillonaria explosión de la deuda de Trump).

Pero si nos preocupan las consecuencias a largo plazo de las políticas actuales, el aumento de los gases de efecto invernadero es un problema mucho más grave que la acumulación de deuda a un interés bajo. Es raro que se hable de lo segundo pero no de lo primero.

Y este punto ciego tiene mucha importancia. Los sondeos indican que a la generación del fin del milenio, en concreto, le preocupan mucho la protección del medio ambiente y las energías renovables. Pero también muestran que más del 40 % de los votantes jóvenes cree que no existen diferencias entre ambos candidatos en estas cuestiones.

Sí, lo sé, la gente debería prestar más atención, pero, no obstante, ese dato nos dice lo fácil que es que los votantes que dependen de las noticias de la televisión o no leen los artículos de las páginas interiores de los periódicos pasen por alto algo que debería ser un tema fundamental de esta campaña.

La buena noticia es que aún tenemos dos debates por delante, que nos brindan la oportunidad de enmendar algunas cosas.

Ya va siendo hora de terminar con el bloqueo informativo que pesa sobre el cambio climático. Tiene que ser un asunto crucial y de primer orden, y las preguntas deben ir acompañadas de una comprobación de los hechos en tiempo real, no quedar relegadas al limbo de “su palabra contra la mía”, porque este es uno de esos asuntos en los que la verdad suele perderse en medio de una ventisca de mentiras.

Dicho de manera simple, no hay ningún otro asunto tan importante como este, y pasarlo por alto sería una irresponsabilidad casi criminal.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2016.

Traducción de News Clips.

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