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Italia usa el Brexit en Bruselas para tratar de poner orden en sus bancos

Roma y la Comisión Europea han pactado una línea de liquidez de 150.000 millones para entidades solventes

Claudi Pérez
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, la semana pasada en Bruselas
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, la semana pasada en BruselasGeoffroy Van der Hasselt (AP)

La sacudida en los mercados financieros –y en la política europea— tras el referéndum británico ha dejado un largo memorial de daños, desde la cabeza del premier David Cameron al desplome de la libra esterlina, pero también dos sistemas bancarios muy señalados: el portugués y el italiano, que han sufrido fuertes caídas en Bolsa. Roma ha usado el Brexit para tratar de poner en orden sus bancos: el Gobierno italiano ha pactado con la Comisión Europea una línea de liquidez de hasta 150.000 millones de euros. Solo las entidades solventes podrán usar ese instrumento, que ha sido utilizado anteriormente en cuatro países (Grecia, Portugal, Chipre y Polonia). Las entidades podrán acceder a líneas de liquidez del Tesoro italiano dejando como deuda y otros activos como garantía. La Comisión considera que Italia "no tiene ahora mismo problemas de liquidez y cuenta con el apoyo del BCE en caso necesario", pero ha accedido a crear esa especie de bazuka "para dejarlo en una esquina de la habitación, por si un día fuera necesario", según las fuentes consultadas en Competencia.

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Ese es el temor: que un día sea necesario. En ese caso, a pesar de ese cortafuegos, Roma necesita más. En los balances de la banca italiana hay más de 350.000 millones de euros en créditos dudosos (el 13% del total), e Italia tiene cada vez más claro que necesita una solución sistémica para ese enorme lío, que es un problema tan italiano como europeo por el tamaño del agujero. El gobernador del Banco de Italia, Ignazio Visco, negó tres veces esa posibilidad en una entrevista con este diario hace solo dos semanas. Sin embargo, el Ejecutivo de Matteo Renzi ha acelerado los contactos con el Ejecutivo comunitario para tratar de hacer inyecciones de dinero público en las entidades más necesitadas sin necesidad de aplicar las reglas de ayudas de Estado, que obligarían a los accionistas y a los poseedores de deuda de peor calidad a pasar por caja. El jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, admitió ayer en Bratislava que hay contactos, pero no quiso desvelar las líneas maestras de la negociación. Juncker dejó una intervención inquietante en la última cumbre europea: explicó que en caso de inestabilidad los bancos centrales deberían hacer todo lo que esté en su mano para evitar una estampida bancaria.

Italia juega con esos miedos y, en definitiva, quiere una solución a la española pero sin las quitas a los preferentistas. Roma argumenta que el Brexit ha provocado tales turbulencias que sin ese dinero público en la banca, Italia –y con ella toda la eurozona— podría enfrentarse a una crisis del sistema. Desde hace días circulan rumores de todo tipo en Bruselas, que cifran la inyección de capital público necesaria en 40.000 millones de euros (cifra idéntica

a la que necesitó España en su día, por cierto). Las fuentes europeas consultadas niegan esas cifras. La Comisión no está convencida de que haya un problema para el conjunto del sector, y no cree que la situación sea más complicada que otras anteriores en la que se han aplicado las reglas. Bruselas, en fin, no es partidaria de que se tengan que suspender las reglas que obligan a los accionistas y acreedores a pagar parte del pato, como sucedió en España con las preferentes. El BCE tampoco aprueba la suspensión de las reglas de ayudas de Estado.

Pero los problemas están ahí; la banca italiana es, esta vez, el elefante en la habitación si la cosa pasa a mayores y hay algo parecido a una reedición de la crisis de la eurozona. Italia ya ha puesto en marcha varias soluciones parciales para los problemas en sus bancos –con la recapitalización de las entidades más pequeñas o la puesta en marcha de un fondo público-privado denominado Atlante–, pero los mercados han dado sobradas pruebas de que piensan que después de todos esos parches los problemas siguen ahí.

Lo mismo sucede en Portugal. Aunque el caso italiano es más delicado, con Renzi perdiendo fuelle en las encuestas –y no solo en las encuestas: el Movimiento 5 Estrellas acaba de arrebatarle a su partido la alcaldía de Roma— y un referéndum constitucional previsto para octubre que puede provocar un cambio de Gobierno. Desde principios de año, la banca italiana experimenta una continua sangría en Bolsa: Unicredito ha perdido el 60% de su valor; Banco Popolare casi un 80%.

Aunque los problemas en el sistema financiero van más allá de la periferia: un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) asegura que el Deutsche Bank, que se deja en Bolsa un 45% de su valor en lo que va de año, es el mayor riesgo sistémico en Europa. El gigante alemán preocupa menos por el potencial de Alemania y sus boyantes finanzas públicas. Pero la publicación de los resultados de las pruebas de esfuerzo de la EBA (en otoño) y las consecuencias del Brexit han devuelto la atención hacia la banca europea en general. Y la italiana en particular.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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