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Columna
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San BCE, que estás en los cielos

Draghi desborda a los mercados y exige a los Gobiernos la compañía de la inversión pública

Xavier Vidal-Folch

Hay dos maneras de enjuiciar una decisión. La más evidente es calibrar si genera o no efectos, cuántos, y de qué intensidad.

Desde que hace un año largo el BCE se lanzó al expansionismo monetario, no ha logrado aún aumentar la inflación —su principal deber—, aunque ha evitado la deflación.

Ha sido más exitoso reactivando la economía de la eurozona, pero sin llegar a una recuperación como la de EE UU. Seguramente es culpa de la soledad de la política monetaria, ayuna de la compañía de una política fiscal.

El sheriff del BCE fue muy claro sobre esta ausencia de policy mix, o cóctel de políticas, el 15 de febrero, ante el Parlamento Europeo: "La política monetaria del BCE ha sido el único estímulo verdadero en los últimos cuatro años; ahora hay que poner énfasis en la inversión pública, en la inversión en infraestructuras", desafió Mario Draghi.

En cualquier caso, la bondad de una medida se otea también según su coste de oportunidad: qué ocurriría de no adoptarse, o de haberse producido la contraria.

"¿Cuál habría sido el impacto de parar la expansión monetaria?", se pregunta una de las mejores cabezas monetarias europeas, el también italiano, y exconsejero del BCE, Lorenzo Bini-Smaghi (FT, 4/3/2016). "La experiencia reciente demuestra" que "conduciría a un mayor deterioro" de indicadores como los tipos de interés a largo, la inflación o los tipos de cambio del euro, se autocontesta.

Y si en vez de la eurozona nos fijamos en España, su resultado es aún más encomiable.

Un paquete de medidas puede evaluarse también según la ambición inherente a su diseño y pues, las resistencias que deben vencer. El del jueves del BCE es prístino. Porque:

1. Ha desbordado a los analistas y sorprendido a los mercados, porque ha ido más allá de sus previsiones en cada una de las medidas del arsenal disponible: facilidad de depósito (peaje que pagan los bancos por tener dinero inmovilizado en Fráncfort) al 0,4%; ampliación del abanico de compra de activos a deuda corporativa privada, ya no solo pública; aumento de 20.000 millones (el doble de lo augurado) en las compras mensuales de bonos...

2. Ha implementado todos los objetivos fijados en los Estatutos del BCE: no solo el canónico de controlar la inflación; también el de contribuir al crecimiento y al empleo.

3. Ha concitado venturosamente la inquina de los sospechosos habituales. Los representantes del Bundesbank y del banco central holandés votaron en contra. El lobby de los banqueros privados se desgañitó previamente contra el endurecimiento de la facilidad de depósito, aunque obtuvo a cambio barras de liquidez o litronas al 0%, que le incentivan a prestar a familias y empresas. Y el escepticismo de sabios e instituciones —como el propio Banco de Pagos de Basilea— sobre la eficacia de la expansión monetaria es rampante.

Claro que las mejores medidas conllevan siempre contraindicaciones colaterales: la vuelta de tuerca al negocio bancario; la adicción al dinero barato; la inflación de activos y el consiguiente peligro de burbujas, entre otros. Pero quien no quiera ensuciarse, mejor que no vaya a la era.

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