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Philip Morris se aferra a la tecnología

La tabacalera invierte miles de millones para desarrollar un cigarrillo que cambie el rumbo de una industria muy denostada

Laura Delle Femmine
Philip Morris vendió el año pasado 856.000 millones de cigarrillos, un 2,7% menos que en 2013.
Philip Morris vendió el año pasado 856.000 millones de cigarrillos, un 2,7% menos que en 2013.

Lo llaman “el cubo”. Esta estructura acristalada, asomada a la orilla del Lago de Neuchâtel, en el noroeste de Suiza, es el principal centro de I+D de Philip Morris International (PMI). Entre sus paredes, gracias al trabajo de centenares de investigadores y una inversión en ciencia de casi 2.000 millones de euros, se está gestando lo que podría convertirse en el futuro —y quizás la salvación— de la industria: encontrar la fórmula para reducir el daño provocado por el tabaco.

La idea no es nueva. La multinacional, que el año pasado vendió casi 856.000 millones de cigarrillos —un 2,7% menos que en 2013—, sabe hace tiempo que el sector está cada vez más demonizado y que la lucha para reducir el número de fumadores se ha convertido en uno de los mantras de las políticas públicas. Sin considerar que en China, el mercado del tabaco más grande del mundo —que reúne el 30% del consumo mundial de cigarros—, solo puede vender una cantidad limitada de sus productos, ya que el monopolio estatal de la industria hace al país impenetrable.

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PMI se separó en 2008 del Grupo Altria y actualmente acapara una cuota de mercado del 15,6% —sin contar Estados Unidos—. Lleva desde 2003 trabajando en los “productos de riesgo reducido” (PRR). “El trabajo de PMI se inspira en la ciencia existente sobre reducción del daño causado por el tabaco”, explica Tommaso di Giovanni, responsable de comunicación del área de PRR de la empresa. Este esfuerzo implica “reducir el daño gracias a alternativas al cigarrillo con potencial de menor riesgo”, sin tener que prohibir la actividad.

Porque las muertes causadas por el tabaquismo no paran de crecer: de acuerdo con Organización Mundial de la Salud, se cobra la vida de casi seis millones de personas cada año. Pese a la creciente regulación del sector, el número de fumadores en el mundo —actualmente 1.000 millones— amenaza con mantenerse estable o incluso crecer como consecuencia de la evolución demográfica. Las víctimas, estima el organismo, alcanzarán los ocho millones en 2030 si esta tendencia no se revierte.

Este escenario ha dado vida a un nuevo debate que atañe a la industria: cada vez más expertos, incluso detractores habituales del sector, empiezan a ver en los productos alternativos —como los cigarros electrónicos— un mal menor aceptable. Y las compañías tabacaleras, por su lado, como un nuevo nicho de mercado adonde volcarse para sobrevivir.

Varapalos del sector

El varapalo al cigarro electrónico no ha parado la industria, sino la ha encauzado hacia nuevas prácticas. Ya no lucha para que estos productos se conciban como un elixir para dejar de fumar, sino como una alternativa menos nociva al cigarro convencional. Por ello hay que demostrar, con estudios avalados por las autoridades, que reducen el riesgo, y lograr que los fumadores se cambien a ellos.

Las previsiones son ambiciosas. El consejero delegada de PMI, André Calantzopoulos, espera que en los próximos cinco o diez años estos artículos acaparen el 15% del portfolio de la multinacional. La compañía ya ha invertido 670 millones para construir una fábrica en Boloña que tenga una capacidad productiva anual de 30.000 millones de unidades, equivalente a más del 5% de las ventas europeas de tabaco.

De momento, hay que tener paciencia: los cuatro productos que conforman el nuevo portfolio de la empresa están todavía en fase de experimentación. Todos tienen nicotina, pero solo dos de ellos son a base de tabaco, y se calientan en lugar que quemarse. Esto porque se estima que los elementos más dañinos del cigarro se originan a raíz de la combustión: de los 7.000 compuestos que se concentran en el humo, unos 100 podrían ser nocivos. “La ciencia todavía no puede asociar un componente a una enfermedad específica”, explica Moira Gilchrist, directora de I+D de PMI. “Evitando la combustión, en PMI aspiramos a prevenir o limitar su formación”.

La compañía ya había lanzado, hace casi 10 años, un dispositivo parecido, que no encontró la aprobación del publicó y se retiró del mercado. Pero la investigación siguió. Su sucesor, iQOS, es actualmente la plataforma PRR más desarrollada de la empresa, que se está comercializando como prueba piloto bajo la marca Marlboro en Nagoya ( Japón), Milán (Italia) y Suiza.

Este producto calienta el tabaco electrónicamente a una temperatura inferior a los 250 grados, frente a los más de 800 de la combustión de un cigarro convencional. No produce humo ni ceniza, y PMI presentará el año que viene a la Food and Drug Administration (FDA) de EE UU una serie de estudios necesarios para obtener la clasificación de “producto de riesgo modificado”. De momento, los análisis apuntan que el número de compuestos que se producen con el calentamiento es entre un 90% y un 95% inferior al del humo de un cigarro, así como su toxicidad. Los análisis clínicos van en la misma dirección.

La segunda plataforma con tabaco funciona de manera parecida: tiene una punta de carbono que se enciende con fuego y calienta el tabaco sin llegar a quemarlo. Los últimos dos PRR distribuidos por la empresa son exentos de tabaco, y entran en la categoría de los cigarros electrónicos. Uno de ellos, Solaris, se está comercializando como prueba piloto en Reino Unido y en España.

“Realizamos amplios estudios basados en las prácticas de la industria farmacéutica. los resultados hasta ahora son muy alentadores y nos dan la confianza para pensar que estamos en el buen camino. Sin embargo, necesitamos tener toda la evidencia antes de afirmar su perfil de riesgo reducido”, alerta Gilchrist.

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Sobre la firma

Laura Delle Femmine
Es redactora en la sección de Economía de EL PAÍS y está especializada en Hacienda. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Trieste (Italia), Máster de Periodismo de EL PAÍS y Especialista en Información Económica por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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