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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Primero, la reforma laboral

Las promesas electorales forman parte del contrato de los partidos con los ciudadanos

Joaquín Estefanía

“Lo primero que haré como presidente será derogar la reforma laboral”. Palabra de honor de Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, para el caso de que acceda a La Moncloa tras las elecciones de diciembre. Promesa electoral fuerte por la que seguramente arrancará bastantes votos. Han sido declaraciones rotundas, reiteradas, sin equívocos ni fisuras por las que escaparse, sin reserva mental alguna. La hemeroteca es pródiga.

Es una idea fuerza de las que comprometen al que la hace. Lo que sucede es que no es el único compromiso solemne adquirido por el líder socialista. Una de las últimas veces que habló del mercado de trabajo, declaró textualmente: “Lo primero que haré como presidente será derogar la reforma laboral, aprobar un nuevo Estatuto de los Trabajadores, publicar la lista de amnistiados fiscalmente por el PP y recuperar la universalidad de nuestro sistema de salud”. Casi nada para una primera tacada. Por ejemplo, para los cien primeros días de gobierno. A la misma categoría pertenecen, al menos, dos derogaciones más: la de la ley mordaza (Ley de Seguridad Ciudadana) y la de la educación (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa).

Respecto de la primera, Sánchez ha dicho: “No necesitamos una ley para multar a los afectados de las preferentes que reclamen atención ante una sucursal bancaria o a quienes participan en las plataformas contra los desahucios de familias y personas vulnerables”. Y en cuanto a la LOMCE: “Este será el último curso con una ley educativa de partido y no de Estado”. Cosas parecidas se podrían reproducir sobre el sector energético. Mientras llega el momento de conocer el programa electoral socialista, se supone que las tres derogaciones citadas formarán parte del mismo, al menos con la misma intensidad que otras sobre los impuestos, las pensiones o la reforma de la Constitución.

Las promesas electorales suelen ser parte esencial de las esperanzas y las frustraciones de quienes aspiran a que las democracias cumplan con aquello que escribió Schumpeter: “Los electorados normalmente no controlan a sus dirigentes políticos más que negándose a reelegirlos”. Después de la desafección que ha producido la violación sistemática por parte de los Gobiernos de Rajoy del programa electoral con el que el PP ganó en 2011, sería temible que los socialistas volvieran a sustituir las ideas por palabras y que aplicasen un reformismo sin reformas.

El sociólogo José María Maravall ha estudiado el efecto de las promesas electorales en los resultados electorales (Las promesas políticas, Galaxia Gutenberg). Aunque sostiene que se juzga más las actuaciones pasadas que las promesas futuras, da también gran significación a éstas. Los ciudadanos se preguntan si su incumplimiento ha ocurrido porque los políticos se dieron cuenta a tiempo de que estaban mal formuladas y había que corregirlas en atención al interés general (aunque la rectificación tuviese un precio en votos), o si prometieron en sus campañas políticas populares cuya ineficacia conocían, con la intención de renunciar a ellas una vez en el poder para adoptar otras más eficientes.

Habrá que estar atentos para ver si Sánchez sigue insistiendo en las derogaciones planteadas o echa paladas de tierra sobre las mismas, conforme llega la fecha de votar.

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