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Tribuna
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Desendeudarse

Sin resolver pronto los problemas de fondo de la competitividad de nuestra economía estaremos abocados a un largo periodo de austeridad

José Luis Leal
Rafael Ricoy

Nunca se repetirá bastante que la crisis por la que aún atravesamos, a pesar de la recuperación de los últimos años, es una crisis de endeudamiento cuya salida, si nos atenemos a la historia económica reciente, será larga y compleja.

Al inicio de la pasada década comenzó un acelerado proceso de endeudamiento de los agentes privados de la economía que alcanzó su cénit muy tarde, en el año 2010, si bien los ritmos de aumento máximos se alcanzaron entre los años 2004 y 2007 en los que la deuda de empresas y hogares creció más de 64 puntos porcentuales de PIB, un ritmo claramente insostenible. En aquellos años, el crédito de los bancos y cajas de ahorros a familias y empresas creció mucho más deprisa que los depósitos de los residentes, llegando a alcanzar el desfase 400.000 millones de euros a finales de 2007. Para salvar esta diferencia, los bancos tuvieron que recurrir al ahorro externo, lo que aumentó fuertemente la vulnerabilidad de nuestra economía a los vaivenes de los mercados financieros internacionales. A grandes rasgos esta situación persiste, ya que la posición internacional de inversión de España (la diferencia entre los activos que poseemos en el exterior y los pasivos que hemos contraído) apenas ha disminuido en los últimos años a pesar del ajuste de la economía.

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Los préstamos a las familias pasaron de representar un 45% del PIB en 2000 a un 84% en 2009. En el mismo periodo de tiempo, los préstamos a las empresas pasaron de un 71% del PIB a un 130%. A partir de entonces, un poco más tarde para las empresas que para las familias, el porcentaje de endeudamiento comenzó a disminuir: en 2014 representaba, respectivamente, un 71% y un 109% del PIB: estamos pues en un claro y relativamente rápido proceso de desendeudamiento del sector privado de la economía.

Es interesante constatar que en el caso de las empresas, la reducción de su endeudamiento a corto plazo comenzó en 2008, mucho antes que la reducción de su deuda a largo plazo, que tan sólo comenzó a descender en 2012. Esta evolución parece dar la razón a los pequeños empresarios que se quejaron desde el principio de que la reducción del crédito les afectó en primer lugar y desproporcionadamente por la vía del cierre de la financiación del capital circulante, lo que provocó la desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas. Los intermediarios financieros siempre han dicho que la restricción del crédito se debió, fundamentalmente, al necesario ajuste de sus balances en un escenario de severo cierre de los mercados privados de financiación internacional y a la tardía sustitución de la financiación privada por la pública del Banco Central Europeo. A lo que hubo de añadir el problema de las garantías: al agudizarse la crisis, buena parte de éstas perdieron su valor lo que, junto con el endurecimiento de los criterios de solvencia promovidos por las autoridades, agudizó aún más los problemas de financiación.

Los préstamos a las familias pasaron de representar un 45% del PIB en 2000 a un 84% en 2009. En el mismo periodo de tiempo, los préstamos a las empresas pasaron de un 71% del PIB a un 130%

En este proceso de desendeudamiento privado cabe preguntarse si el ritmo actual es o no el adecuado. Para responder a esta pregunta hay que tomar en consideración la evolución de la deuda pública a lo largo de la pasada década, ya que el endeudamiento exterior de España es la suma del endeudamiento privado y público. En el año 2000, según los criterios de Maastricht (el llamado protocolo de déficit excesivo) la deuda de las administraciones públicas representaba un 58% del PIB; en 2007 había bajado hasta el 35% mientras que 2014 cerró con un 97,7%. Desde luego es una evolución singular que, aunque sobradamente conocida, requiere alguna explicación.

La burbuja inmobiliaria alimentó los ingresos públicos tanto por la vía general de una elevada tasa de crecimiento de la economía como por la vía, más específica, de la tributación relacionada con la compraventa de bienes inmuebles. Los excedentes de las cuentas públicas entre 2005 y 2007 crearon un peligroso espejismo en la sociedad, y en los responsables políticos, en cuanto a las posibilidades de provisión de bienes públicos. Desde el Ministerio de Economía se intentó frenar las demandas pero al final predominaron, como casi siempre, los criterios políticos. Técnicamente, los excedentes registrados deberían haber sido bastante mayores, pues los ingresos ligados directamente a la burbuja tenían una clara fecha de caducidad, pero era imposible presentar ante las Cortes presupuestos con fuertes excedentes. La solución adoptada fue plantearlos en equilibrio aún a sabiendas de que había una alta probabilidad de que los ingresos excedieran las previsiones. Al final hubo excedentes, pero inferiores a lo que habría sido necesario desde el punto de vista del restablecimiento de los equilibrios fundamentales de la economía, tanto internos como externos.

Al deshincharse la burbuja inmobiliaria y estallar la crisis financiera internacional el cambio fue dramático: del excedente del 2% registrado en 2007 se pasó al déficit del 4,4% en 2008 y al 11% en 2009. En los años posteriores el déficit se mantuvo entre 9,4% y el 10,3% y sólo comenzó a bajar significativamente a partir de 2013. Es cierto que en el déficit del 2012 hay que contar los más de tres puntos de PIB procedentes de la deuda de Bankia asumida por el Estado. El deterioro experimentado entre el año 2007 y el 2009, 15,4 puntos de PIB, no tiene parangón entre los países industrializados, como tampoco lo tiene el déficit por cuenta corriente del 10% del PIB que tuvo lugar en 2007. El cambio de situación se debió, en parte a los llamados estabilizadores automáticos, pero hubo también otras actuaciones que añadieron leña al fuego. De entre ellas hay que destacar el llamado "Plan E" que desató el gasto de los Ayuntamientos y cuyo exponente máximo fue el traslado en Madrid de la estatua de Colón del lateral de la Castellana al centro de la misma. El estímulo de la demanda y el empleo concentrado en el sector de la construcción fue de corta duración ya que cuando se agotaron los fondos, la gran mayoría de los desempleados que se habían contratado volvieron al paro, pero la deuda quedó anotada en los libros.

Al final, el endeudamiento conjunto del sector privado y público con el exterior ha permanecido prácticamente sin variación en torno al 100% del PIB

A partir de 2011 el sector privado entró en un rápido proceso de desendeudamiento (más de 30 puntos de PIB en cuatro años), pero esta evolución se ha visto en parte contrarrestada por el endeudamiento público por una cantidad similar a pesar de la disminución del déficit de las administraciones públicas. Al final, el endeudamiento conjunto del sector privado y público con el exterior ha permanecido prácticamente invariado en torno al 100% del PIB.

¿Estamos en la buena vía? La respuesta es más bien positiva, aunque con matices. Crecemos a un ritmo del orden del 3% del PIB con un ligero excedente de la balanza por cuenta corriente, lo que quiere decir que somos capaces de crecer y pagar, poco a poco, nuestras deudas. Sin embargo, el excedente exterior que registraremos este año será del mismo orden que el ahorro provocado por la caída del precio del petróleo. Caminamos por una estrecha senda donde la reducción de costes explica una parte demasiado importante del aumento de nuestras exportaciones. Seguimos siendo muy vulnerables. Si no resolvemos pronto los problemas de fondo de la competitividad de nuestra economía estaremos abocados a un largo periodo de austeridad.

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