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Tribuna
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El Eurogrupo es un fantasma

Varoufakis advierte con razón de que el ente carece de reglas

Xavier Vidal-Folch
La directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, conversa con el prersidente del Eurogroupo, Jeroen Dijsselbloem.
La directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, conversa con el prersidente del Eurogroupo, Jeroen Dijsselbloem.EFE

El brillante profesor y malhadado ex-ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, acaba de escribir una crítica brillante, demoledora y ambivalente (cal, y arena) sobre la eurozona. Viene a cuento porque pasado mañana el Eurogrupo reemprende sus tareas —atención, con la Tasa Tobin en la agenda—, tras los acuerdos sobre Grecia del verano y porque hay que ir dando cuerpo al informe de los cinco presidentes, que es el documento estratégico anual de la Unión.

Sostiene Varoufakis que “la dirección de la mayor economía del mundo, la eurozona, depende de un organismo sin reglas procedimentales escritas, cuyos debates sobre asuntos cruciales son confidenciales —y no quedan registrados en actas— y que no responde ante ningún órgano electo, ni siquiera al Parlamento Europeo” (Democratizing the eurozone, Project Syndicate, 1/9/2015). ¡Un fantasma!

El temperamental ensayista comete de entrada un error de bulto. La dirección de la eurozona no recae formalmente en el Eurogupo. Este es un organismo informal que reúne a los ecofines, los 19 ministros de economía y finanzas del euro.

Antes del Tratado de Lisboa era una mera reunión de club. Desde entonces se dotó al menos de cierto grado de institucionalización, al elegir presidente para un mandato de dos años y medio, cargo que ostentó el actual mandatario de la Comisión, Jean-Claude Juncker, por tres períodos. Tras cada encuentro emite una “Declaración”, pero no un “Acuerdo” o “Conclusiones”. ¿Vinculan esas declaraciones?

No, salvo si los afectados así lo asumen; si el Ecofin (los 28 ecofines) las hace suyas; o si las endosa el Consejo Europeo (la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno): ambas son instituciones formales, con capacidad de mandato dentro de sus ámbitos. Un ejemplo: la declaración del Eurogrupo del 12 de julio de este año incluía entre corchetes (no como propuesta, sino como mera hipótesis no votada) la salida temporal de Grecia de la eurozona. El Consejo Europeo la desechó.

Dicho eso, acierta de pleno el profesor radical en que resulta una vergüenza que ese organismo —aunque no dirimente, sí extraordinariamente influyente—, carezca de una completa arquitectura institucional, definición exacta de funciones y sometimiento específico a un control democrático parlamentario.

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Antes que el rompedor texto de Varoufakis, una pléyade de informes oficiales y de think tanks han propuesto, en lenguaje más técnico, que la Eurozona se convierta en el grupo de la primera velocidad de la Unión, pues no todos quieren (Reino Unido) o pueden (muchos del Este) coger la directa, con lo que ralentizan al convoy.

El Eurogrupo sería en esa tesitura el Consejo (de ministros) oficial de los países del euro, que aceleraría la integración económica y monetaria, dispondría de capacidades fiscales (presupuestarias) y podría así establecer y financiar nuevas competencias comunes.

El informe de los cinco presidentes (Realizar la unión económica y monetaria europea, disponible en la web de la Comisión) propugna, cauteloso y para el largo plazo (a partir de 2017) crear “una función de estabilización presupuestaria para la zona del euro”.

La —más aguerrida— contribución del Gobierno español defiende una ambiciosa “unión fiscal” que “transfiera la soberanía a la Unión sobre las políticas de gasto e ingreso, un presupuesto común para la eurozona e instrumentos comunes de deuda” (Un excelente plan español para la UE, EL PAIS, 27 de mayo).

La propuesta socialista de resolución al Congreso español (abruptamente desechada por la mayoría popular el 18 de agosto) reivindicaba estructurar la eurozona convirtiendo al Eurogrupo en su cúpula, dotándolo de un presidente que sería “un ministro de Economía del Euro con poderes reforzados” y absorbería las competencias del comisario del ramo.

Eso sí, controlado por una comisión específica de la Eurocámara compuesta por los eurodiputados de los 18 Estados miembros del euro (web del Congreso). Esa idea (y la de una línea del presupuesto común) vuela más que la de un Parlamento (y presupuesto) específico para los euristas, porque todos los socios de la UE (salvo Reino Unido) están comprometidos a integrarse en la moneda única.

Y el borrador de informe de Estrasburgo (diputados Bresso, Brok y Verhofstadt) añade a esas ideas la creación de un Tesoro europeo y de una Oficina Presupuestaria del Parlamento, según la pauta de Washington, así como otorgar al presidente del Eurogrupo la representación unificada exterior del euro. Como se advierte, además de las críticas hay trabajos en marcha.

Pero también muchas preguntas de compleja respuesta. ¿Cómo evitar interferencias entre la línea presupuestaria-euro y el resto? ¿Cómo aprobar una y las otras, internalizando competencias y costes?, ¿hacia qué ámbitos dirigir la capacidad fiscal de gasto?, ¿el seguro de desempleo europeo, una nueva política de mayor cohesión...? Al cabo, el reto es: ¿cómo cohonestar más Europa con mejor Europa?

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