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Desigualdad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Gran Gatsby y la OCDE

Cada vez más, el bienestar de un ciudadano depende de la riqueza de sus padres

El secretario general de la OCDE, Ángel Gurría.
El secretario general de la OCDE, Ángel Gurría.EFE

La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ha corroborado en su último informe —Por qué menos desigualdad beneficia a todos— las tendencias ya investigadas en los anteriores: que hay una relación directa entre igualdad y crecimiento económico, y que la brecha entre ricos y pobres en los 34 países de la institución es hoy la más alta en las tres décadas que lleva haciendo mediciones de la misma.

Al mismo tiempo que se analiza la desigualdad económica conviene hacerlo con la igualdad de oportunidades. Esta es un principio fundamental de las democracias. Significa que los logros y resultados de un ciudadano no dependen de sus progenitores, raza, género o cualquier otra característica inmutable. Según los estudiosos, existe una estrecha correlación entre la extrema desigualdad de ingresos y la desigualdad de oportunidades. Si ello se consolida, las oportunidades de los hijos en la vida dependerán en gran medida de la situación socioeconómica de los padres.

Así surge la denominada curva del Gran Gatsby, un gráfico que representa la relación directa entre la desigualdad económica y la inmovilidad social intergeneracional. Esta curva la introdujo en 2012 el presidente del Comité de Asesores Económicos de Obama, Alan Krueger, con datos del economista Miles Corak. La curva del Gran Gatsby (en honor del personaje de la novela de Francis Scott Fitzgerald) explica que en una sociedad democrática igualitaria existe un elevado grado de movilidad social, algo que no ocurre cuando el nivel de desigualdad es elevado. Relaciona el coeficiente de Gini (medición de la desigualdad en cada país) y el grado de dependencia entre los ingresos de una persona y los de sus padres. Por ejemplo, en Dinamarca, una de las naciones con un índice de Gini más bajo (más igualitarios), solo el 15% de los ingresos actuales de un adulto joven depende de la riqueza de sus progenitores. Por el contrario, en Perú, con uno de los índices de Gini más elevados del mundo, dos terceras partes de lo que gana actualmente una persona se relaciona con lo que sus padres ganaron en el pasado.

El corolario es sencillo: la desigualdad económica obstaculiza la materialización efectiva de la igualdad de derechos y oportunidades. Por ello la desigualdad importa cada vez más a los ciudadanos, en contra de lo que hace unos años declaraba la antecesora de Rodrigo Rato en el FMI, y ex economista jefe del Banco Mundial, Anne Kruger: “Las personas pobres están desesperadas por mejorar sus condiciones materiales en términos absolutos en lugar de avanzar en el ámbito de la distribución de ingresos. Por lo tanto, parece mucho mejor centrarse en el empobrecimiento que en la desigualdad”. Pues no.

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