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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nuevo impulso populista

Hay populismos buenos y malos. Ambos intentan responder a problemas reales de la gente

Antón Costas
Maravillas Delgado

Cómo hemos de analizar la emergencia de nuevas fuerzas políticas y movimientos sociales de signo radical populista en toda Europa? ¿Como una patología temporal que el sistema tradicional de partidos acabará digiriendo con algún que otro dolor de cabeza? ¿Como un nuevo tipo de política de largo aliento en respuesta a demandas sociales y nuevas realidades económicas que aún no comprendemos del todo?

Como el futuro aún no existe, no es posible dar una respuesta categórica a estas cuestiones. Pero la amplitud geográfica de la reacción populista, que va del Sur al Norte y del Oeste al Este de Europa, parece sugerir que estamos ante algo nuevo y duradero. De ahí que podamos hablar de un nuevo impulso populista en este inicio del siglo XXI.

Digo “nuevo” porque algo similar ocurrió hace cien años. A inicios del siglo pasado surgieron en Europa y en América nuevos movimientos sociales y fuerzas políticas radicales que también fueron llamadas populistas. Sin embargo, la evolución del populismo tuvo consecuencias políticas muy diferentes en ambos continentes.

Vale la pena explorar esta diferencia por las enseñanzas que nos puede ofrecer para el momento actual.

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El populismo norteamericano, nacido como un movimiento social y político contra la enorme desigualdad que tuvo lugar a finales del siglo XIX y comienzos del XX, dio lugar a un nuevo tipo de política: el New Deal, el nuevo contrato social que el presidente Franklin Delano Roosevelt ofreció a la sociedad. Esta nueva política supo afrontar las demandas de mayor igualdad y de oportunidades de las capas populares y, con ello, fortaleció la democracia norteamericana.

Por el contrario, en Europa, el inicial impulso populista en respuesta al mismo problema de desigualdad y falta de oportunidades de las clases populares se transformó en los años treinta en un impulso fascista que a la postre acabó con la democracia en Europa.

Antes de ver la razón de esa diferencia, preguntémonos qué buscaban. Tanto el populismo de Roosevelt como el fascismo europeo trataban de ofrecer a la sociedad un contrato social frente al desempleo y la inseguridad. Pero un contrato con contenido muy diferente. El norteamericano combinó seguridad con programas sociales y más democracia. El fascista europeo también ofreció seguridad frente al desempleo, pero basada en gasto público de guerra, en el apoyo a un nacionalismo beligerante y en la renuncia a libertades civiles y políticas, a la democracia.

La Administración Roosevelt supo prescindir de las políticas deflacionistas, basadas en la austeridad y la bajada de salarios

¿Cuándo tuvo lugar y por qué esta diferente evolución? Fue con ocasión de la Gran Depresión de los años treinta, la recesión y el elevado desempleo que siguió a la crisis financiera de 1929.

La Administración Roosevelt supo prescindir de las políticas deflacionistas, basadas en la austeridad y la bajada de salarios, que llevó a cabo el Gobierno del republicano Herbert Hoover en los inicios de la crisis, y formular un New Deal orientado a mejorar las condiciones de vida de las clases populares.

Por el contrario, los gobiernos europeos continentales, especialmente el del canciller alemán Heinrich Brüning, se empecinaron en responder a la recesión y al paro masivo con políticas deflacionistas basadas en la austeridad del gasto público, en la devaluación de salarios y en el mantenimiento del sistema patrón oro como camisa de fuerza. El resultado político del llamado error Brüning es de todos conocido.

Hay una enseñanza clara en esta historia. No fueron la crisis financiera de 1929 ni la crisis económica siguiente las causas de que el inicial impulso populista europeo se transformara en un impulso fascista. La causa fue la diferente política económica que aplicaron el sistema político tradicional y las élites en Europa y en Estados Unidos.

Lo mismo parece ocurrir ahora. La administración Obama y las élites norteamericanas, lo mismo que las del Reino Unido, han sabido lidiar mejor con la crisis financiera de 2008, procurando escapar de las políticas deflacionistas. Por el contrario, los gobiernos de la eurozona, de nuevo con el liderazgo alemán, han optado por políticas deflacionistas basadas en la austeridad y en la devaluación salarial. Han usado el manejo del euro como una nueva camisa de fuerza sobre las políticas nacionales.

Tengo para mí que las élites europeas no está captando la naturaleza e intensidad de los problemas sociales y económicos que están empujando el nuevo impulso populista europeo. Esta incapacidad no es algo nuevo. Leer hoy El mundo que se fue. Memorias de un europeo, del escritor austríaco de principios del siglo pasado Stefan Zweig, es una buena manera de darse cuenta de la ceguera de las élites para ver y comprender por qué la tierra se mueve en determinadas épocas debajo de sus pies.

En cualquier caso, como vemos, el populismo es como el colesterol. Hay uno bueno y otro malo. Ambos intentan dar respuesta a problemas reales de la gente, en particular al desempleo masivo y la desigualdad. Pero por caminos muy distintos.

¿Cuál es el riesgo del impulso populista que estamos viendo? Que, de nuevo, la ceguera de los partidos tradicionales y de las élites para comprender los efectos sociales y políticos de las políticas deflacionistas acabe transformando este impulso populista en un nuevo impulso nacionalista y fascista de variada naturaleza. Se vislumbran algunas señales.

Necesitamos con urgencia en Europa un nuevo contrato social que dé una respuesta positiva y democrática a las demandas sociales de empleo, mayor igualdad y más oportunidades. De este nuevo progresismo hablaremos en otra ocasión.

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