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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Agitando las proyecciones

Santiago Carbó Valverde

Por si hacer previsiones económicas estaba resultando poco complicado, todo lo que viene por delante esta semana parece mucha mezcla para poca coctelera. El posible anuncio de las compras de deuda por parte del BCE y las elecciones en Grecia son dos extremos de una realidad compleja que, desgraciadamente, no se tocan.

El FMI ha marcado el punto de partida con la actualización de sus previsiones. Atisba un empeoramiento generalizado del crecimiento económico mundial con pocas excepciones, como Estados Unidos o España. Para nuestro país, el organismo internacional se alinea con las previsiones de consenso y estima que, este año, el crecimiento del PIB será del 2%. No es que el Fondo destaque por su capacidad predictiva, pero establece tendencias y comparaciones que son una referencia y, en esta ocasión, España queda bien parada. Que este panorama se cumpla al final del año o que las previsiones acaben pareciéndose como un huevo a una castaña depende de muchos de los acontecimientos y batallas que ahora se están librando, económicas y políticas.

Entre las primeras, el propio FMI llama la atención sobre el tobogán en que se ha convertido el mercado de divisas, las alteraciones (positivas y negativas) de la caída del precio del crudo o la pérdida de vigor en la pujanza de los países emergentes. El FMI sitúa, de hecho, a Europa como uno de los riesgos a la baja de la economía mundial, con posible parálisis a la japonesa incluida. Todo ello, en un entorno de mayor volatilidad en los mercados y de caída generalizada de la inversión, no exclusivos del continente europeo. En cuanto a los avatares políticos, van desde un Estados Unidos que navega a pesar del bloqueo impuesto por la mayoría republicana hasta el populismo que acecha en una Europa cansada de esperar, poco dada a los sacrificios a largo plazo.

En Europa, la gran referencia de la semana está en la esperanza de que el BCE acabe de una vez por todas desatando la expansión cuantitativa (QE) con mayúsculas. Ese QE que fue durante un tiempo un imposible, luego, un mesías y, ahora, un forzado experimento, posiblemente desvirtuado. Los mercados lo esperan, anda algo descontado. Tendrá un efecto positivo en las expectativas si su alcance cuantitativo es suficientemente potente porque será oxígeno en forma de liquidez, pero su impacto sobre la economía real puede ser más limitado, menos aún en los países que abandonen las reformas.

El FMI advierte también, cada vez con mayor intensidad, de la debilidad de los emergentes. En el cuadro de previsiones para estos países ninguno de ellos aparece con una revisión positiva. China está confirmando la tasa de crecimiento económico más reducida en muchos años y Japón anda a la desesperada en su enésimo plan de expansión. Brasil se queda cerca de un crecimiento nulo en 2015 y en la previsión de variación del PIB para el conjunto de Latinoamérica se ha corregido a la baja en un 1%, algo que necesariamente no es bueno para los intereses españoles.

Cabe también hacer mención al creciente “riesgo geopolítico”. Como quien no quiere insistir en un mal presagio, el FMI se refiere en varias ocasiones a esta fuente de incertidumbre, la guinda al pastel de volatilidad que depara 2015.

En medio de este avispero, llega pronto un nuevo Foro de Davos, el World Economic Forum, donde, a pesar de que en la agenda aparecen el cambio climático o las desigualdades como los temas estrella con altura de miras, los grandes riesgos globales serán un asunto clave también, porque nadie se olvida de cómo está temblando la tierra bajo nuestros pies.

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