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Tribuna
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El siguiente acto de Internet

Llevar las tecnologías de la información a todos y que no actúen como factor de desigualdad es fundamental para nuestro futuro

Un torneo de juegos en Colonia (Alemania).
Un torneo de juegos en Colonia (Alemania).INA FASSBENDER (REUTERS)

Hace diez años el mundo emergió de la debacle de los puntocom o negocios en Internet, y se empezó a considerar más seriamente el potencial de la Red. Si bien la avaricia especulativa y el temor de quedarse al margen pudieron haber influido en las perspectivas a corto plazo, nunca se tuvo duda sobre el panorama a largo plazo. Yo, junto con otros economistas optimistas, supusimos que el flujo gratuito de información y comunicación anunciarían una era de crecimiento rápido de la productividad y el bienestar —en mayor o menor medida— para todos, sin importar el tipo de destrezas, riqueza u origen social. ¿Acertamos?

En muchos sentidos, la revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC) ha dado más de lo que prometía —y a menudo de formas inesperadas—. Para muchos, la verdadera maravilla de la era digital es su creación de un mundo paralelo. Cualquiera con una computadora portátil y una conexión a Internet puede conversar con amigos virtuales; observar acontecimientos extraordinarios que pueden o no haber pasado; o divertirse con juegos en un mundo irreal con una complejidad incomparable.

Internet ha creado un paisaje accesible para todos y que puede inspirarnos en niveles de imaginación mayores. En efecto, aquellos que se mofan del valor de esto deberían recordar que desde que Homero describiera alrededor de la chimenea la ira de Aquiles, los sueños han sido nuestra fuente de inspiración y placer más grande.

Sin embargo, los beneficios de Internet no solo han sido para aquellos que trabajan o juegan en línea. Todos han ganado en determinada medida. Veamos los supermercados Walmart, Costco, Tesco o Lidl de cualquier parte del mundo y comparemos el precio, calidad y oferta actuales de los productos con los de una o dos generaciones anteriores. Este cambio espectacular positivo refleja el desarrollo veloz de las cadenas globales de suministro, en las que la investigación, constante y en tiempo real, de las preferencias de los consumidores permite a los fabricantes en lugares lejanos saber instantáneamente qué producir, cuándo y cómo hacerlo.

Todavía falta mucho más. Las compañías están usando Internet para financiar mediante donativos del público nuevas ideas e incluso permitir a los consumidores participar en el diseño de sus propios productos. Nuevas plataformas en la web permiten a personas comunes —sin dinero o destrezas especiales— compartir sus automóviles, habitaciones o incluso herramientas, y, por ende, está desafiando el dominio de corporaciones globales. El "Internet de las cosas" está conectando artículos domésticos simples (como un termostato) a la web, ayudando así a los propietarios a ahorrar dinero y hasta a reducir sus emisiones de dióxido de carbono.

Y con todo nos debemos hacer la pregunta: ¿todos se benefician en la nueva economía? Solo unos cuantos afortunados, en especial aquellos que combinan pensamiento creativo con conocimientos financieros, han capturado completamente las ventajas monetarias de la revolución de las TIC, y en ese proceso se han convertido en su imagen.

Más abajo en la escala económica, la mayoría de las personas, aunque disfrutan el acceso fácil a la tecnología y los precios bajos, han perdido terreno, pues los salarios reales han caído durante muchos años. Esta no es una caída temporal: la mano de obra en las economías occidentales avanzadas ya no puede exigir grandes ventajas salariales y la situación de los trabajadores puede empeorar todavía más.

Además, los directivos y los empleados de oficina (la fuerza intelectual que mantiene funcionando la intrincada maquinaria corporativa global, y que alguna vez fueron la columna vertebral de las clases medias) ya no son tan codiciados como antaño. Muchas de sus habilidades que durante mucho tiempo sustentaron su estatus, carreras y medios de vida se están haciendo superfluas.

Para una familia ordinaria de clase media actual, un percance médico se puede convertir en una catástrofe financiera. Ser dueño de una casa implica endeudarse de por vida. Ofrecer una educación decente a los hijos exige luchar y hacer sacrificios. Estamos siendo testigos del derrumbe de los supuestos que definieron a las familias de clase media —y muchos hogares de la clase trabajadora— durante al menos dos generaciones.

¿Quién está hablando por ellos? La mayoría de los hogares tienen algo que ganar si continúa la revolución de las TIC. Sin embargo, las familias de clase trabajadora y clase media se beneficiarían más si los productos y servicios hiperbaratos, la información gratuita y las experiencias virtuales de ocio aumentaran, en lugar de erosionar, sus habilidades comercializables. El político que logre conducir a la revolución en esa dirección tal vez nunca vuelva a perder unas elecciones.

J. Bradford DeLong, exsubsecretario del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economía de la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado de la Oficina Nacional de Investigación Económica.

Traducción de Kena Nequiz.

© Project Syndicate, 2014.

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