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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El retorno de la historia

Antón Costas

Este año conmemoramos una serie de efemérides que, en unos casos para mal y en otros para bien, han marcado los últimos cien años. Pero, a la vez que cierra un ciclo histórico completo, 2014 trae señales inquietantes de comienzo de un nuevo ciclo en el que el conflicto sea de nuevo la opción de las élites para afrontar los problemas del siglo XXI. El recuerdo de esas efemérides puede ayudarnos a conjurar este riesgo.

Escribo el día en que se conmemora la invasión de Bélgica por la tropas alemanas hace cien años, hecho decisivo en el desarrollo de la I Guerra Mundial. El desenlace del conflicto cambió la relación de fuerzas entre las naciones. Provocó la desaparición de cuatro imperios —el austrohúngaro, el otomano, el alemán y el francés— y alumbró dos, el norteamericano y el ruso. Fue, en este sentido, una lucha entre imperios en busca de espacios de influencia.

Pero, a la vez, dentro de las naciones, en particular en Alemania, la Gran Guerra fue un conflicto entre las viejas élites aristocráticas, aliadas con los grandes grupos financieros e industriales, y las nuevas fuerzas sociales y políticas que la democracia y el capitalismo industrial de finales del siglo XIX habían creado. Ese conflicto fue descrito de forma magistral por la historiadora norteamericana Barbara Tuchman en su libro La torre del orgullo (1890-1914): una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial.

La ceguera de las élites llevó a aplicar enfoques y políticas del siglo XIX a los problemas del siglo XX. Por un lado, la creencia de que la economía de mercado se autoequilibra. Por otro, políticas monetarias, de austeridad fiscal y de reducciones salariales que debilitaron la economía y exacerbaron el conflicto social interno, y políticas proteccionistas de hostigamiento del vecino, que pusieron en marcha una lógica de conflicto entre naciones.

El resultado fue debilitar la salud económica y política de los países. En el orden económico, una economía volátil, inestable y especulativa, el desempleo masivo, la desigualdad, la crisis financiera de 1929 y la Gran Depresión de los treinta. En el orden político, el choque entre capitalismo y democracia, el nacionalismo y el fascismo. El resultado final, la Segunda Guerra Mundial.

Pero 2014 es también un año de conmemoración de efemérides que hablan de los beneficios de la cooperación. Se cumplen 70 años de cuatro decisiones que cambiaron la economía y la política: el desembarco en las playas de Normandía, que puso fin a los fascismos y restituyó las democracias; la firma de los acuerdos de Bretton Woods, que crearon un marco internacional de cooperación económica; la regulación keynesiana de la economía, que estabilizó la demanda efectiva y puso bajo control al genio de las finanzas, y la puesta en marcha de las nuevas políticas de bienestar, que dieron una dimensión social al capitalismo. El resultado de esta cooperación fueron los 25 mejores años del capitalismo y la democracia.

Finalmente, celebramos el 25º aniversario de la caída del muro de Berlín y del Imperio soviético, y la llegada de las primaveras democráticas a los países de Europa del Este. Este evento positivo trajo, sin embargo, un efecto perverso inesperado: la idea de “el fin de la historia”, que popularizó con éxito el profesor norteamericano Francis Fukuyama.

Causamos un desastre al querer aplicar políticas del siglo XIX en el XX. No volvamos a equivocarnos

La idea de que la sociedad de mercado había triunfado definitivamente sobre sus rivales fue la reencarnación de la creencia de los siglos XVIII y XIX en las virtudes civilizadoras del mercado y en su capacidad para generar las conductas y los códigos morales para que el capitalismo pueda funcionar adecuadamente. Con su teoría de la eficiencia de los mercados desregulados, los economistas y policymakers se sumaron a ese enfoque. Pura arrogancia ideológica.

La crisis financiera de 2008 fue consecuencia directa de esa arrogancia. Puso de manifiesto que el capitalismo dejado a su libre albedrío desarrolla tendencias autodestructivas de las que ya habían advertido tanto sus críticos como sus partidarios más conscientes, como hizo el gran economista austroestadounidense Josep A. Schumpeter en su obra Capitalismo, socialismo y democracia.

No es casual que, a la vez que cierra un ciclo histórico completo, 2014 traiga señales del retorno de una lógica de conflicto que, como diría Mark Twain, rima con la de los años previos y posteriores a la Primera Guerra Mundial. Ucrania y Crimea son un buen ejemplo.

Ni es casual que el escenario del conflicto sea, de nuevo, Europa. A partir de la puesta en marcha del euro, las élites europeas han creído en las virtudes autoreguladoras del mercado y dimitido de su responsabilidad política. Y han aplicado políticas económicas y sociales que recuerdan miméticamente a las de hace cien años. La UE está aplicando enfoques y políticas del siglo XIX a los problemas del siglo XXI.

No debería sorprender, entonces, que estemos asistiendo al retorno de la historia.

¿Qué lección podemos aprender de las efemérides que conmemoramos en 2014? La más importante es que cuando se optó por la creencia en las virtudes automáticas del mercado y la lógica del conflicto, el resultado fue desastroso. Por el contrario, cuando se optó por el capitalismo regulado e inclusivo y la lógica de la cooperación, el progreso económico, social y político fueron de la mano.

Esperemos que las élites europeas de hoy no caigan en la misma ceguera que hace un siglo.

Antón Costas es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona

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