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Tribuna
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El sonambulismo europeo

La decisión de elegir a Juncker revela, una vez más, la prioridad de las políticas nacionales frente a las necesidades europeas

Ángel Ubide

Las elecciones al Parlamento Europeo y la negociación posterior para elegir al presidente de la Comisión Europea han puesto de relieve muchos de los problemas de los que adolece el proyecto europeo. Los resultados mostraron una gran insatisfacción con la situación actual, tanto en términos de crecimiento y empleo como de liderazgo y de proyecto europeo. La respuesta de los líderes europeos ha sido una mezcla de desdén hacia la protesta claramente expresada en las urnas y una clara intención de ignorar el proceso democrático.

La triste saga de la elección de Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión revela el estado del liderazgo europeo: ni quería el puesto, ni era el preferido de los Gobiernos; fue nombrado en el último momento por Angela Merkel para representar al grupo liberal europeo porque hablaba alemán y así podía debatir en la televisión alemana con el candidato del grupo socialista, el alemán Martin Schulz; recibió el veto firme y público de Reino Unido por representar el pasado, la continuidad, más de lo mismo. Este candidato ha sido nombrado presidente de la Comisión ya que, sin tomárselo en serio, los líderes habían traspasado el poder al Parlamento al aceptar la idea del spitzencandidat (es decir, dar la presidencia de la Comisión al candidato del partido más votado) y cuando Merkel quiso volver a los antiguos métodos de elección a puerta cerrada (invocando los tratados, no lo olviden), el clamor político local no se lo permitió. Ante el temor de un percance político doméstico, Merkel cambió de idea sobre el peso de los tratados y decidió apoyar a Juncker. Es decir, la política doméstica por encima del bien común, de nuevo. 

Esto no quiere decir que Juncker no pueda ser un buen presidente de la Comisión —de hecho, aporta una larguísima experiencia en los entramados europeos y buena capacidad negociadora—. Pero no es un buen comienzo para una nueva Comisión y un equipo de liderazgo que va a tener que encabezar la reconstrucción del edificio económico europeo, que ha quedado muy tocado tras la crisis. La Unión Europea, y sobre todo la zona euro, tienen todavía mucho camino por recorrer para crear un espacio económico estable y próspero. Y esto tiene que comenzar por aceptar que muchas de las tesis alemanas son erróneas, que no todo se resuelve con reformas estructurales y que la zona euro padece un tremendo déficit de demanda; reconocer que una estrategia de reducción de la deuda no es lo mismo que una estrategia de consolidación fiscal, ya que hace falta que el denominador, el crecimiento, no se vea afectado de manera negativa por el ajuste fiscal; admitir que un proceso de reducción de la deuda requiere unos tipos de interés por debajo del crecimiento nominal y, por tanto, la cooperación del banco central, sobre todo cuando no se está cumpliendo el mandato de estabilidad de precios; aceptar que la insuficiencia de demanda tiene efectos muy perniciosos sobre el crecimiento potencial y que, por tanto, la política monetaria tiene un papel que cumplir; y sobre todo, reconocer que los ciudadanos europeos han sufrido mucho en esta crisis y se merecen una respuesta contundente por parte de los políticos, para que su sufrimiento no haya sido en vano. Esa respuesta contundente tiene que incluir completar la construcción de la zona euro, incluyendo la creacion de un programa de eurobonos.

Es hora de iniciar el proceso de exorcización de los eurobonos. Hay acuerdo unánime en la profesión económica de que una unión monetaria sin un respaldo fiscal robusto no es más que un sistema de tipos de cambio fijos con adornos varios, bonito y elegante en tiempos de calma, pero muy frágil en tiempos de tormenta.

La unión bancaria, que algunos presentan como una alternativa, es un aditivo útil, ya que armonizará la supervisión bancaria a nivel europeo, pero no es suficiente tal y como está diseñada para proteger la zona euro ante una crisis similar a la de los últimos años. Sin eurobonos como mecanismo de seguro, el debate sobre el futuro del euro retornará con el próximo shock negativo, no olvidemos que partimos de unos niveles de deuda muy elevados. Sin eurobonos, el BCE continuará vacilando a la hora de implementar políticas de expansión cuantitativa, urgentes en vista del panorama de baja inflación que nos espera. Sin eurobonos, los bancos seguirán acumulando bonos de su país de origen, y el vínculo entre la situación fiscal de un país y la solidez de su sistema bancario seguirá presente.

Sin eurobonos, la casa europea seguirá a medio hacer. Y no, no vale decir que cuando llegue la próxima crisis ya se improvisarán. Esto no se puede improvisar, requiere preparación, tiempo, consultas, no es un tema de fin de semana para completar “antes de que abra Asia”. Un sistema de eurobonos no tiene por qué suponer la mutualización completa de los presupuestos. Con que comprenda un 20% o un 30% del PIB es suficiente para generar un colchón de seguridad que garantice que la política fiscal no tenga que ajustarse en periodos de recesión, sino que pueda actuar de estímulo equilibrador. El resto de la deuda puede continuar siendo nacional, para así reflejar la situación de cada país y proporcionar el incentivo necesario para adoptar políticas disciplinadas y sensatas. Para dar garantías políticas a los países miembros, todos adoptarían en su Constitución una cláusula que diera prioridad al servicio de los eurobonos. Esta iniciativa no necesitaría obligatoriamente un cambio de los tratados europeos.

Sin políticas de demanda, sin completar el entramado económico europeo, la alternativa es un larguísimo periodo de bajo crecimiento, alto desempleo, aumento de la desigualdad y baja inflación. La presidencia italiana de la Unión Europea parece que ha entendido que hay que cambiar las prioridades y está pidiendo un programa de inversiones a nivel europeo y mayor flexibilidad en la aplicación de las reglas fiscales. Todo esto es necesario. Pero hay que ir más allá. Hay que perderle el miedo a la minoría de bloqueo alemana y hacer propuestas constructivas que mejoren el bienestar de la zona euro, aunque no sean del gusto político alemán. Y si Alemania tiene que perder una votación importante, como acaba de perder Reino Unido, que así sea. Pero no se puede dejar la casa a medio hacer. Los ciudadanos europeos no se lo merecen.

Este año se conmemora el centenario del inicio de la I Guerra Mundial. Uno de los mejores libros sobre sus causas se publicó el año pasado, Los sonámbulos, del profesor de Cambridge Christopher Clark. Su tesis es que no hubo una causa única de la guerra, sino un cúmulo de eventos, de decisiones individuales que, casi por azar, generaron la I Guerra Mundial. Los líderes europeos, con sus decisiones miopes, cortoplacistas, poco meditadas, como sonámbulos en la noche, crearon las condiciones para el estallido de la guerra. Muchas de las decisiones tomadas durante la crisis, y la saga de la elección de Juncker como presidente de la Comisión, generan un temor parecido a que, sin querer, poco a poco, podemos estar caminando, cual sonámbulos, hacia un problema muy serio en la Unión Europea.

Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics (Washington).

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