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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zarpazos a la tasa Tobin

Cuando el genial jefe del Eurogrupo se rebela, es que el impuesto es bueno

Xavier Vidal-Folch

El obstruccionismo británico a la creación de una tasa Tobin —el popular y aún inalcanzado impuesto a las transacciones financieras— ha logrado premio de consolación. Ha retrasado su adopción. Londres recurrió al Tribunal de Justicia de la UE contra el (segundo) proyecto del impuesto, de la Comisión Europea, publicado el día de San Valentín de 2013, para 11 países, entre ellos España. Estos decidieron ir por su cuenta, como “cooperación reforzada”, para sortear el filibusterismo del Reino Unido. Este alegó que el impuesto afectaría a las transacciones de su City, aunque no participase en él, por una extraterritorialidad abusiva. Y es que bastará que una de las partes de la transacción, cliente o banco, residan en territorio de los 11 (ahora diez) para que haya que pagar la tasa.

El tribunal le quitó la razón el 30 de abril, sin entrar siquiera en el fondo de su reclamación (sentencia C-209/13). Le condenó a costas. Pero ya había logrado retrasar la luz verde definitiva de los “tobinistas”. La apuntaron el pasado martes. Pero acordaron revisar ciertos puntos, para evitar nuevos sustos, y se dieron nuevo plazo, el primero oficial. Cerrarán la directiva en 2015 para que rija desde el 1 de enero de 2016.

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El retraso provocado por los piratas de la City y su servil Gobierno no es el único zarpazo propinado al impuesto desde su primer proyecto, en 2011. Al reducirse el número de operaciones a las que se aplicará (compraventa de acciones y sus derivados, en vez de todos los activos financieros) y el número de países implicados (de 28 a 11/10) también bajará la recaudación. De los 55.000 millones proyectados se recaudarán solo 3.000. España, de 5.000 a 640, y con retraso: ¿cómo sustituirlos?

Otro zarpazo, nacionalista, aprovechando vericuetos: la recaudación no se destinará a engrosar el presupuesto común (en su versión inicial, cubriría un tercio); ni a alimentar un nuevo presupuesto de la eurozona; ni a la cooperación al desarrollo, todas esas causas nobles en que soñábamos. Ayudará a equilibrar las cuentas públicas de los Estados miembros, aurea mediocritas.

Entre tanta miseria moral, sin embargo, alumbra algo así como una ambición. Este no es un retoque fiscal. Será el primer impuesto creado por Europa desde cero. Si se deja horizonte abierto, podrá crecer. Crecerá. Y sobre todo, sentará un precedente para la armonización fiscal, que sigue en mantillas. Pierre Werner ideó —¡en 1970!— la ecualización del IVA: sigue en nada. La armonización de la fiscalidad del ahorro tardó tres lustros: solo implicaba información fiscal mutua, que finalmente será automática entre todos... ¡ahora! El tío Tobin marcha a pata coja, pero algo más deprisa.

Buena retranca tendrán las recientes decisiones, si concitan la enemiga del cuarteto ensimismado en la transparencia ajena (Reino Unido, Suecia, Holanda, Luxemburgo). Hasta el genial presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, (¿recuerdan el caos de Chipre?) se rebeló el martes contra el “tobinismo”. Maravillosa señal.

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