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OBITUARIO

Emilio Riva, empresario italiano del acero

El Grupo Riva es dueño de 38 plantas siderúrgicas en el mundo

El empresario del acero Emilio Riva murió en Milán a los 88 años. El grupo que fundó hace seis décadas con su hermano es uno de los más grandes de Europa y posee la planta siderúrgica de Taranto, en el Sur de Italia, bajo la lupa de los magistrados y controlada por el Gobierno desde el verano de 2012. En agosto de hace dos años, los directivos de la sociedad fueron arrestados, acusados de sobornar a técnicos y políticos para falsear los informes ambientales sobre los vertidos tóxicos de la fábrica que según los ciudadanos causan enfermedades y muertes en la zona. El viejo patriarca, que aún presidía la empresa, se encontraba desde entonces en arresto domiciliario. En las últimas semanas, había sido hospitalizado.

La muerte del fundador, cerebro estratégico y autoridad moral de la sociedad familiar, llega en el momento más oscuro y polémico de su carrera. Emilio Riva, se lee en un comunicado del grupo, se fue con la pena de no poder defenderse de acusaciones infundadas, pero también con la confianza en que la justicia haría su trabajo, devolviendo a la familia y al Grupo Riva su plena honorabilidad. Entonces, sigue la nota, sus hijos y sus nietos podrán, con serenidad, seguir la obra que él empezó y esforzarse con las capacidades y la pasión heredadas para que el Grupo Riva confirme su lugar de protagonista en la siderurgia italiana e internacional".

“Il Ragioniere”, El Contable, fue un pilar del empresariado italiano, encarnando en su larga, fructuosa y también tortuosa y polémica trayectoria las luces y las muchas sombras de la historia industrial del país. “Toda mi vida compré y abrí fábricas. Nunca cerré una”, presumía.

Emilio Riva nació en junio de 1926 en Milán. Empezó su carrera en 1954, cuando junto a su hermano Adriano constituyó la Riva & C., una sociedad que compraba chatarra y la vendía a las industrias del acero en la provincia de Brescia. Tres años más tarde puso en marcha una primera acería con horno eléctrico, siete años después instaló la primera maquinaria de colada continua, que permitía plasmar piezas más grandes. En pocos decenios se ganó un sitio entre los primeros diez productores mundiales. La sociedad que deja a sus herederos es dueña de 38 plantas en el mundo, de Génova a Novi Ligure, otra localidad del noroeste de Italia, de Taranto a Sevilla, de Canadá a Francia, de Bélgica a Túnez. Produce acero en láminas, barras, tubos y múltiples acabados, gracias al trabajo de 24.000 empleados, factura 11 mil millones de euros cada año.

El anciano industrial no solo se adelantó a los tiempos en materia de calidad, rapidez y coste de producción, sino también en términos de política industrial. En 1995, compró al Estado la planta de Taranto. Por aquel entonces la acería llevaba abierta más de 30 años y perdía anualmente casi mil millones de liras. Riva invirtió, innovó y lo transformó en un centro de producción de acero vital para la industria europea. Junto al mar Jónico, hasta el cierre parcial ordenado por los magistrados, producía 28.000 toneladas de acero, que corresponde al 90% del acero de origen italiano, empleaba a 12.000 trabajadores de manera directa y 8.000 empleos indirectos. Mientras garantizaba el empleo, las máquinas de Taranto también escupían veneno: sustancias cancerígenas como la dioxina y el benzopireno. En Tamburi, un barrio pegado a la planta y que acoge a unas 17.000 personas, los niños tienen prohibido jugar en las zonas verdes y respiran un aire tan contaminado que es “como si fumaran 1.000 cigarrillos cada año”, según advierte un estudio químico de la asociación Peacelink. A lo largo de los años se han acumulado las denuncias de ciudadanos, periodistas y organizaciones no gubernamentales. Los investigadores no solo sostienen que los Riva se saltaron las normas de seguridad, evitando por ejemplo montar filtros y sistemas de bonificación. Dicen también que la empresa sobornaba a expertos para que edulcoraran los análisis o avisaran con antelación de los controles.

Los Riva, como los Agnelli, una amplia familia del capitalismo industrial italiano, laborioso y productivo que a la vez inquieta, siguen siendo los dueños de los altos hornos, de las naves y de las chimeneas de Taranto. Aunque ahora son los funcionarios enviados por el Gobierno quienes los gestionan, deciden cómo invertir el dinero de la propiedad y si convertirlos en algo diferente. La muerte del patriarca confunde aún más el enigma del futuro de la planta. Y de sus trabajadores.

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