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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Divergencia, no convergencia

España ha retrocedido tres lustros en su nivel de bienestar y renta respecto a la media europea

Joaquín Estefanía

Cuando le preguntan sobre la antipatía que genera la troika, el director gerente del Mecanismo Europeo de Estabilidad, el alemán Klaus Regling, tiene interés en destacar que habla como economista: “Es cierto que la troika es muy impopular. Como economista eso me parece desacertado: las recetas de la troika en Europa, y anteriormente las del FMI en Asia y América Latina, son las adecuadas para volver a una senda sostenible (…) Grecia ha hecho grandes progresos, pero ese proceso debe continuar”.

Es como si debiera existir una contradicción entre lo que se piensa como economista y lo que se siente como ciudadano. Pero tanto si se analiza desde un punto de vista como desde el otro hay una cierta unanimidad en que las recetas del FMI en otras partes del mundo, desde los años ochenta, fueron una catástrofe económica y tuvieron un efecto notable en la involución democrática de amplias zonas del planeta. En cuanto a la práctica política de la troika, veamos lo que está ocurriendo, empezando por Grecia, el país citado por Regling: 21 trimestres seguidos de recesión, dos rescates por valor de 240.000 millones, quita de una parte de la deuda, 27,4% de la población activa en paro, 3,8 millones de griegos (34,6% de la población) en la pobreza y la exclusión, 30% de la población excluida del acceso a la sanidad pública, etcétera. ¡Y debe continuar el experimento!

España ha retrocedido tres lustros en bienestar y renta respecto a la media europea

Irlanda ha salido este fin de semana del rescate en el que entró en noviembre de 2010, fundamentalmente por la situación de los bancos del país, que llevó a los celtas a padecer un déficit público del 30%. Las autoridades irlandesas se muestran satisfechas de recuperar la soberanía económica, si al hecho de seguir tuteladas con dos inspecciones anuales de los hombres de negro y de tener que continuar, obligatoriamente, con una política de austeridad, se le puede llamar soberanía económica. Después de tres años de ajustes presupuestarios por valor del 18% del PIB, una deuda pública del 125% del PIB, una tasa de paro del 13% (que podría ser mayor si no se hubiese producido una emigración superior a las 200.000 personas) y drásticos recortes de salarios, Irlanda dice que vuelve a la normalidad. Portugal, cuyos gobernantes han sacado pecho porque el año que ahora termina no ha sido peor que 2012, duda ante un segundo rescate (después del de abril de 2011, de 78.000 millones de euros) con un permanente empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría y una tasa de paro cercana al 16% de la población activa.

Las políticas del FMI afectaron a la involución democrática de partes del mundo

¿Y España, que tuvo una modalidad de intervención distinta de los anteriores tres países, consistente en una línea de crédito de 100.000 millones de euros —de la que se ha utilizado menos de la mitad— para salvar bancos en crisis? El paisaje después de la batalla lo acaba de concretar la oficina de estadísticas de la Comisión Europea: el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita, que es el indicador más empleado para saber si la brecha económica respecto al resto de los países europeos se amplía o se reduce, cayó en 2012 al 96% de la media, lo que significa que la llamada convergencia real con esos países ha vuelto a niveles del año 1998. Durante su Gran Recesión, España ha retrocedido 14 años. En 2002, el PIB per cápita español era mayor que la media de la UE, y en 2007, el año previo a la crisis, Zapatero presumía de haber superado a Italia y tenía la ensoñación de alcanzar a Francia.

Pero Eurostat ha sofisticado sus estadísticas y ha publicado el grado de bienestar de las sociedades europeas, un indicador que mide el consumo global de los hogares, incluyendo los bienes y servicios consumidos, ya los paguen las familias o los provean los Gobiernos —a través de los servicios públicos como la educación o la sanidad— o las organizaciones sin ánimo de lucro. Pues bien, en cuanto a su grado de bienestar España está aún más lejos de la media europea (un 92%) y no se detecta que a corto plazo deje de caer.

Por ahora, el lado oscuro de las políticas económicas de austeridad aplicadas en los últimos años es más potente que su ángel bueno. Que no nos equivoquen.

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