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Un empleado de banco devenido en autoridad monetaria

Fábrega dirigirá el Banco Central Argentino después de trabajar toda su vida, desde los 19 hasta los 64, en la banca

Alejandro Rebossio
Juan Carlos Fábrega, presidente del BCRA
Juan Carlos Fábrega, presidente del BCRAargentina.ar

Desde principios de 2011, cuando el Banco Central argentino batió un máximo histórico de reservas, unos 52.000 millones de dólares, hasta la actualidad, se perdió un 37% de esos recursos clave para defender el valor del peso, financiar las importaciones productivas o de consumo y pagar la deuda externa. Hasta octubre de 2011, se habían evaporado casi 6.000 millones y por eso entonces se instalaron fuertes controles cambiarios, que, entre otras medidas, impiden la compra de divisas para ahorro, en un país que ha usado el dólar con ese fin en las últimas cuatro décadas, y también la restringen para los viajes al exterior, la adquisición de bienes y servicios importados o el giro de beneficios de filiales de multinacionales a sus casas matrices.

Entonces se evitó la devaluación, que hubiese acarreado en un primer momento más inflación (en la actualidad asciende al 24% anual) y menos actividad económica (en 2013 Argentina crecerá más del 3%), pero se contrajeron las reservas en otros 14.000 millones, a 32.000 millones. Todo esto ocurrió bajo la presidencia del Banco Central de una economista heterodoxa como Mercedes Marcó del Pont, que ahora será reemplazada por Juan Carlos Fábrega, un hombre que carece de título universitario y que trabajó toda su vida, desde los 19 años hasta sus actuales 64, como empleado del estatal Banco de la Nación Argentina, desde administrativo en una oficina de la provincia sureña de Santa Cruz, la de los Kirchner, hasta la presidencia de esa entidad financiera desde 2010.

Marcó del Pont dio un discurso el pasado viernes que sonó a despedida. Ella, la encargada de las políticas monetaria y cambiaria, atribuyó la caída de 10.000 millones de dólares en reservas en 2013 a que el 75% de ellas se usó para saldar deuda pública, con lo que al final de cuentas se redujo la vulnerabilidad de Argentina. Lo curioso es que abogó por bajar la inflación, en lo que pareció un mensaje interno a sus rivales dentro del Gobierno, como el ascendido a ministro de Economía, Axel Kicillof.

Los colaboradores de Kicillof tachaban a Marcó del Pont de “ortodoxa” por impulsar este año una subida de los tipos de interés para contrarrestar el interés por el dólar en el mercado ilegal de divisas, que se amplió a partir de los controles cambiarios desde 2011. La gobenadora del Banco Central tampoco se llevaba bien con el todopoderoso secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, que quería usar los dólares depositados en bancos para que estas entidades suscribieran bonos, algo que ella rechazaba. También fue criticada por el ala más liberal de un gobierno peronista de izquierda como el de Fernández, es decir, por el vicepresidente Amado Boudou y por el que hasta ahora era ministro de Economía y pronto será solo negociador de la porción de la deuda impaga desde 2001 y embajador ante la Unión Europea, Hernán Lorenzino.

En lugar de Marcó del Pont llegará alguien sin pensamiento económico propio, aunque con una experiencia en el sector financiero que es elogiada hasta por los banqueros extranjeros. Quizá no sepa tanto de políticas de desarrollo, monetaria o cambiaria, que son tres necesidades estructurales y urgentes de Argentina, pero sí de regulación bancaria. Además, le gustaba ufanarse de que el nivel de los tipos de interés del Banco Nación, el mayor de Argentina, servía como guía para el resto de sus competidores. Oriundo de Mendoza, Fábrega conoció al expresidente argentino Néstor Kirchner (2003-2007) cuando eran niños.

Como bancario vivió en diversas provincias y representó al Nación en Chile y Uruguay, ascendió poco a poco hacia la cúpula con gobiernos peronistas y radicales, fue nombrado gerente general en 2003, cuando Kirchner llegó al poder, y en 2010 acabó como su presidente. En la práctica dirigió el banco en los últimos diez años y lo ha dejado en una situación bastante ordenada, sin la corrupción que lo caracterizaba en el Gobierno de Carlos Menem (1989-1999), aunque con una imputación de un fiscal por un caso de administración fraudulenta que ya ha sido descartada por un juez y que ahora está en manos de un tribunal de apelaciones. A partir de ahora también será juzgado por la ciudadanía argentina por su desempeño, en el que se verá si tiene autonomía o se somete a los designios de Kicillof y Moreno. Claro que la manda en Argentina sigue siendo Fernández, la esposa de su amigo de la niñez.

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