_
_
_
_
_

La troika, ese pariente inevitable y no querido

Portugal recibe la séptima visita de los ‘hombres de negro’. Quedan tres inspecciones más

Antonio Jiménez Barca

Terminaron en Portugal las elecciones municipales el domingo 29 de septiembre, se acabaron de contabilizar los votos y la troika (y su retahíla de tira y afloja con el Gobierno, posibles recortes y cuentas mirando siempre hacia abajo) volvió a aparecer en los periódicos y en la realidad lusa. En el fondo, siempre estuvo allí: literalmente. La séptima visita de los inspectores de los acreedores internacionales (Fondo Monetario Internacional —FMI— y Unión Europea), que en abril de 2011 prestaron a Portugal 78.000 millones de euros para librarla de la bancarrota, comenzó a primeros de septiembre y su llegada coincidió con el inicio de la campaña electoral de las municipales. Así que mientras los portugueses votaban, los inspectores examinaban. Todo un síntoma.

Cuatro días después de las elecciones, el viceprimer ministro, Paulo Portas, y la ministra de Finanzas, Maria Luís Albuquerque, explicaron en rueda de prensa el resultado de estas últimas negociaciones con los hombres de negro. La troika acepta liberar la franja octava y novena del préstamo (5.700 millones de euros). A cambio, el Gobierno luso deberá mantener inamovibles sus objetivos de déficit (el 5,5% del PIB para 2013 y el 4% para 2014). Desde abril, el Ejecutivo portugués había venido solicitando, en varias plazas y de diversas formas, algo más de aliento o una vuelta menos de tuerca (un 4,5% de déficit para el año que viene, vamos, en términos macroeconómicos). Pero la troika no ha transigido en aras, según explica, de dar una señal positiva a los mercados. “El que presta manda”, recordaba en un editorial el Diário de Notícias. También el mismo Portas se refirió a eso: “Vivimos en una suerte de protectorado. Ya faltan solo tres inspecciones para que en junio de 2014 el programa de la troika acabe y volvamos a ser más independientes y soberanos”.

Según el viceprimer ministro, el país vive “en una suerte de protectorado”

Los portugueses ya se han acostumbrado al desarrollo idéntico de esta visita de pariente inevitable no del todo querido en casa: la troika llega, discute con el Gobierno, acepta y se va. Pocos días después, algún ministro (o el primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, que no se esconde a la hora de dar las malas noticias), anuncia nuevos recortes y desgracias a una población de por sí sufrida: subida de impuestos, bajada de salarios,o desaparición de pagas extras. Algunos periódicos se temían que este último examen acarrearía una nueva dosis de austeridad. De hecho, el arranque del otoño es mala época debido a la inminente aprobación del presupuesto, cada vez más magro y apretado. El año pasado, estas fechas coincidieron en Lisboa con una gran manifestación de protesta que sacó a la calle a cientos de miles de personas que caminaron bajo un lema significativo y contundente: “Que se joda la troika”.

Por ahora, no hay una ración suplementaria de austeridad, según aseguró Portas el jueves. Es cierto que, como añadió el viceprimer ministro, se olfatean ya signos esperanzadores en la economía. Pero tampoco se aflojan en nada los recortes abrumadores que ya existen. Además, el presupuesto aún no ha sido discutido. Puede que esconda sorpresas. Y las sorpresas, en Portugal, desde hace dos años, casi siempre son desagradables. 

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_