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El inspector en el laberinto popular

Aznar aupó a Miguel Blesa a la cúpula de Caja Madrid y Rajoy y Aguirre le descabalgaron 13 años después en plena guerra por el control de la entidad

Miguel Ángel Noceda
El expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa.
El expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa. EFE

Se atribuye a Pío Cabanillas Gallas, político gallego que fue ministro con Franco y luego dirigente de UCD y del PP, la frase “todos al suelo que vienen los nuestros”. Tan genial como acertada, la sentencia refleja lo que pasó en Caja Madrid cuando se acercaba el final del segundo mandato de Miguel Blesa y las familias madrileñas del PP se disputaron el control de la entidad como arma financiera de futuro.

Blesa aspiraba a un tercer mandato. No lo consiguió. La pelea entre la entonces presidenta de la Comunidad madrileña, Esperanza Aguirre, y el que era alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, dio al traste con sus objetivos. Gallardón le apoyaba, mientras Aguirre, que hacía tiempo que ansiaba meter el diente en la caja y se había topado con un Blesa irreductible, quería colocar a uno de los suyos. Propuso a Manuel Pizarro.

Tras una reyerta sin precedentes, en la que se filtraron papeles y créditos polémicos (como el concedido a Gerardo Díaz Ferrán, miembro del Consejo de Administración de la entidad) y retirado del conflicto Pizarro, Aguirre quiso colocar a su (entonces) fiel Ignacio González. Gallardón puso la proa y Mariano Rajoy, todavía aspirante a presidir el Gobierno, se vio obligado a intervenir colocando a Rodrigo Rato, aunque antes barajó el nombre de Luis de Guindos.

Así acabó la batalla de Caja Madrid y, en 2011, Blesa se quedó compuesto y en la calle, aunque con una indemnización de 2,5 millones de euros. La misma cantidad que le ha exigido el juez Elpidio José Silva como fianza para evitar la prisión a la que le había enviado por una “gestión aberrante” en la adquisición del City National Bank of Florida en 2008.

El calificativo ronda en la cabeza de Blesa desde que conoció el auto del juez, que ha investigado sus ordenadores personales y según quien la caja concedió un préstamo de 421.000 euros sin la “autorización” de la Comunidad de Madrid, como era preceptivo para los consejeros. Es el mismo juez que entiende del crédito de 25 millones concedido a Díaz Ferrán, inquilino de la misma prisión en la que Blesa pasó la noche del jueves. Blesa está convencido de su inocencia y de que, alentado por los comentarios de fiscales, el juez se ha extralimitado.

Al final el PP se lo dio y el PP se lo quitó. Miguel Blesa de la Parra (Linares, Jaén, 1947) había llegado a Caja Madrid por decisión política y se fue por el mismo imperativo. Aterrizó en la presidencia de la entidad el 11 de septiembre de 1996, solo unos meses después de que el PP ganara las elecciones. Era un desconocido, aunque llevaba tres años sentado en el consejo de la entidad en representación del PP. Su principal bagaje era la estrecha amistad con el nuevo presidente del Gobierno, José María Aznar, del que era compañero de profesión y con quien había compartido destino como inspector fiscal en Logroño.

Por ese motivo, Blesa había aparecido como candidato a presidir varias empresas públicas en el reparto de poderes que, por criterios puramente políticos, aplicó el Ejecutivo de Aznar. Pero su destino era la caja, donde su nombre ya había sido barajado cuando, un año antes, el PP había ganado las elecciones municipales y autonómicas. Sin embargo, los hombres del PP en la entidad, encabezados por Rodolfo Martín Villa, mantuvieron su apoyo a Jaime Terceiro. Pero se había abierto la brecha y aquella tregua solo duró un año. Hasta entonces, Blesa se había mantenido en la retaguardia, acostumbrado a pasar desapercibido en el Consejo, con un perfil de hombre comedido, sensato y de trato agradable. Aunque parecía poco dado a meterse en líos, la oferta de Aznar acabó tentándole y solo necesitó paciencia.

Para su nombramiento, en cualquier caso, el PP tuvo que alcanzar un pacto contra natura con Comisiones Obreras de Banca (Comfia), dirigida entonces por la volcánica María Jesús Paredes, e Izquierda Unida. La toma de poder justifica cualquier movimiento y, a juzgar por esos pactos, da igual la ideología. El viernes, Comfia criticó la decisión del juez Silva, pero ayer la dirección de CC OO se desmarcó y reclamó que se depuren cuanto antes las “posibles responsabilidades penales”. Con el acuerdo en 1996, IU y el sindicato ganaron fuerza en el consejo y el PP, la presidencia, pese a que alguno de sus representantes tuvo que taparse la nariz para votar a favor.

Son incidencias de la política, que se repetían en todas las cajas y que han llevado al sector a una de las reconversiones más sonadas de la historia mercantil española. Las cajas, acostumbradas a gestionar los ahorros de los ciudadanos y la obra social, se dejaron llevar por el boom del momento entrando en todas las burbujas que iban apareciendo y dejándose arrastrar por todas las modas, sin prestar mucha atención a los riesgos que tomaban.

A todo eso sucumbió la Caja Madrid de Miguel Blesa, que pasó en poco tiempo de ser un lego en la materia a familiarizarse con la operativa bancaria. Cuando llegó a la presidencia, la entidad era una de las mejor gestionadas del panorama hispano. Blesa cogió esa inercia y pilotó con prudencia. Los resultados seguían creciendo y la bonanza le condujo a ampliar su horizonte de miras. Su objetivo inicial fue ganar tamaño y salir fuera del ámbito de la comunidad madrileña e, incluso, abogó por la privatización, tomando en ambos casos las predicciones manejadas por su antecesor.

En esa obsesión por crecer, apostó por entrar en el accionariado de grandes grupos, algunos de ellos privatizados, como Telefónica y Endesa, donde pegó un verdadero pelotazo con la venta de su paquete tras la pelea desatada por la OPA de Gas Natural. Con los réditos entró en Iberia, donde se hizo principal accionista.

Las plusvalías elevaban el beneficio atípico mientras continuaba una agresiva política comercial. Pero, además, y eso fue su perdición, la caja se pasó de frenada en la concesión de créditos para la promoción inmobiliaria, llevado sin duda por la fiebre del ladrillo, y cayó en algunos agujeros históricos como el de Martinsa, a la que había prestado 1.000 millones, o el de la arrocera SOS, en la que se había convertido en accionista de referencia. Otra decisión fue la expansión exterior, quizá cegado por seguir la estela de los grandes bancos y La Caixa, con la compra, entre otros, de la firma hipotecaria Su Casita, en México, y la del citado banco de Florida, por 750 millones.

La caja entró en una situación vertiginosa, el control se desbocó y solo el exceso de confianza explica la compra por 815 millones a Repsol en 2007 de una de las torres de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid, del que es hincha, o la construcción del obelisco por 15 en la plaza de Castilla para conmemorar los 300 años de la entidad, fundada, como monte de piedad, por el padre Piquer.

Pero la caja ofrecía beneficios y en eso se escudaba Blesa cuando tuvo que entregar el mando, por imperativo político, a Rodrigo Rato, quien trazó una huida hacia adelante con una fusión incomprensible de siete cajas tan tocadas como Caja Madrid y todas controladas por gobiernos autonómicos del PP, y con el único objetivo de convertirse en primer banquero de España. Al final, Bankia, resultado de esa integración, ha tenido que ser rescatada con dinero público.

Antes de hacer carrera financiera, Miguel Blesa alcanzó un reconocido prestigio como asesor fiscal en un despacho en Madrid. Estudió Derecho en Granada y se trasladó a Madrid para opositar a inspector de Finanzas del Estado. Se preparó en la academia CEU y suspendió la primera vez que lo intentó. Esa circunstancia le supuso conocer, en el siguiente intento, a un hombre cinco años más joven llamado José María Aznar.

Ocurrió en 1974. Blesa ya estaba casado con María José Portela, de la que se divorció años más tarde y con la que tiene una hija (ahora tiene previsto casarse el próximo 8 de junio con su actual compañera, que conoció en la caja). Los dos compañeros acudían con frecuencia a la casa de Blesa a estudiar. En ocasiones, Ana Botella iba a buscar a Aznar, lo que condujo a la estrecha amistad de ambas parejas que pasaban vacaciones en común en el Pirineo catalán y en Oropesa del Mar (Castellón).

Aznar y Blesa aprobaron la oposición. En ese momento había plazas libres en Soria y en Logroño y los matrimonios decidieron trasladarse a la capital riojana. Vivieron, incluso, en el mismo edificio de la calle de San Antón, los Aznar en el séptimo piso y los Blesa, en el octavo. Es en esa época cuando Aznar, que escribe artículos en la prensa local, le confesó a Blesa su vocación política. No tardaría en acercarse a la Alianza Popular de Manuel Fraga. Blesa era entonces más cercano al PSOE. Era el progre de la pareja y Aznar, el conservador. Mientras Aznar iniciaba su carrera política, Blesa pasaba al gabinete del ministro de Hacienda Jaime García Añoveros, de UCD, en 1979. Permaneció en el ministerio hasta 1986. En los noventa, pasadas sus veleidades socialistas, entró en la fundación FAES, el laboratorio de ideas del PP.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Noceda
Corresponsal económico de EL PAÍS, en el que cumple ya 32 años y fue redactor-jefe de Economía durante 13. Es autor de los libros Radiografía del Empresariado Español y La Economía de la Democracia, este junto a los exministros Solchaga, Solbes y De Guindos. Recibió el premio de Periodismo Económico de la Asociación de Periodistas Europeos.

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