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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La igualdad se resiste

La incorporación de las mujeres a los puestos directivos podría considerarse como un fracaso

La incorporación de las mujeres a los puestos directivos de las empresas españolas es un proceso tan lento que bien podría considerarse como un fracaso social. La decepcionante evolución del ascenso femenino a puestos de alta decisión puede cuantificarse, pero las explicaciones suelen ser confusas o insatisfactorias. Por una parte, las mujeres se han integrado perfectamente en el mercado laboral, hoy escuálido, como lo demuestra el hecho de que ya son más de 646.000 las que trabajan en 114 empresas españolas cotizadas, casi el 40% de las plantillas totales. Pero esta presencia no se corresponde con su capacidad real de decisión en las empresas. Apenas ocupan el 22% de los cuadros intermedios, el 11% de la alta dirección y algo más del 10% de los puestos en los consejos de administración. Conforme avanzan en sus trayectorias profesionales, las mujeres se encuentran con resistencias cada vez mayores en la promoción. La conclusión, nada original, es que una parte sustancial de la población se encuentra infrautilizada, al menos por lo que se refiere a su capacidad de decisión y creatividad.

Lo más llamativo del fenómeno es que resulta bien conocido de antiguo, pero no existen explicaciones convincentes al respecto. Las que se manejan habitualmente más parecen lugares comunes que argumentaciones comprobadas con mediciones empíricas. Es tentadora la supuesta causa de la resistencia de los varones a dejarse arrebatar el poder o la de la tendencia inconsciente de los hombres a considerar que el sexo masculino es más contundente (¿despiadado?) y efectivo que el femenino cuando se trata de tomar decisiones; pero lo cierto es que la iniciativa de las mujeres en momentos complicados está bien reconocida y asentada. Hay quien sostiene que las mujeres suelen resistirse más que los hombres a aceptar cargos de responsabilidad porque supone una merma importante para la vida personal; pero un aserto de este tipo debe demostrarse cuidadosamente. La maternidad, opinan otros, es un factor de indisponibilidad que frena el ascenso, pero si bien es cierto que un obstáculo de este tipo podía considerarse un argumento décadas atrás, hoy intuitivamente parece poco fiable. Tiene en su contra el descenso de la natalidad y la existencia de leyes al respecto. Que muchos pueden saltarse, por supuesto, pero que es difícil ignorar durante décadas, como sería el caso.

Mientras se afina el saber sociológico sobre las causas de la escasa presencia femenina en los órganos españoles de poder empresarial, la decisión política sobre el caso está, dicho sea en términos sencillos, en una encrucijada. O se deja la evolución societaria a su aire y se confía en que, en muchas décadas, la participación se aproxime a la igualdad o se acelera el proceso con intervenciones legales; es decir, instaurando cuotas. La desventaja de no intervenir es que la igualdad puede convertirse en un proyecto a largo plazo, casi mineral, de ciencia ficción; el peligro de las cuotas es que no siempre se entienden correctamente porque casi siempre se explican mal. En todo caso, siempre es mejor la acción que la inacción; siempre que se acepten las cuotas por simple recomendación, por invocación a las buenas prácticas o mediante incentivos blandos no funcionan; al menos, han fracasado hasta ahora. Que se sepa también que este Gobierno, desafortunadamente, las considera anatema.

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