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Todo el petróleo para Putin

La compra de TNK-BP por parte de Rosneft refuerza el control político del petróleo en Rusia

Pilar Bonet
Refinería de Rosneft en la localidad rusa de Achinsk
Refinería de Rosneft en la localidad rusa de AchinskILYA NAYMUSHIN (REUTERS)

La petrolera estatal rusa Rosneft se transformará en la mayor productora pública del mundo tras adquirir la compañía TNK-BP por 56.000 millones de dólares. La operación, anunciada oficialmente el lunes, refuerza la presencia del Estado presidido por Vladímir Putin en el sector de los hidrocarburos y libra a la británica BP de los sobresaltos que sufría mientras trabajaba solo con socios privados rusos.

Pero la compra no contribuye al eficiente y competitivo desarrollo de la producción de petróleo y gas en Rusia. Así opina Mijaíl Krutijin, director del semanario The Russian Energy y uno de los analistas con reservas ante el trato del que es responsable Igor Sechin, director ejecutivo de Rosneft, encumbrado gracias a su relación con Putin. El zar de la energía, como le llaman, fue ayudante de Putin en los servicios de seguridad y llegó a vicejefe de Gobierno responsable del gas y del petróleo.

Rosneft es ya la primera productora de petróleo de Rusia, puesto al que escaló tras absorber los activos más rentables de Yukos, después de que el consorcio creado por el magnate Mijaíl Jodorkovski fuera abocado a la bancarrota tras una operación de acoso y derribo iniciada en 2003. “El trato cierra del todo el saqueo de Yukos”, y BP da al Kremlin lo que este “más deseaba”: la legalización de ese saqueo, dice la analista Yulia Latynina.

Con casi un 20%, BP será el segundo accionista, después del Estado ruso

TNK-BP, tercera petrolera de Rusia, está formada al 50% por BP y el consorcio AAR, en el que se integran tres firmas (Alfa-Grupp, Access Industries y Renova), detrás de las cuales están los oligarcas Mijaíl Friedman, German Jan, Víctor Vekselberg y Len Blavatnik. Curtidos en las privatizaciones y métodos de los años noventa, estos socios se habían convertido en una rémora para BP y en 2011 invocaron su derecho a la relación exclusiva con los británicos para bloquear con éxito (en un tribunal de Londres y luego en Estocolmo) los planes de la compañía dirigida por Robert Dudley para colaborar con Rosneft en la plataforma del Ártico. Dudley, que es director ejecutivo de TNK-BP, se vio obligado a huir de Rusia en 2008 tras el arresto de dos de sus colegas. El Kremlin le tiende hoy la alfombra roja.

En la actualidad, Rosneft tiene otros socios (Exxon Mobil, ENI y Statoil) para explorar el Ártico, cuyas riquezas deben sustituir a los campos en decadencia de Siberia occidental. BP podría incorporarse a la tarea (que requiere grandes inversiones, mucho tiempo y sofisticada tecnología) gracias a las nuevas licencias de Rosneft para prospecciones en la zona. El Ártico ruso es un dominio reservado a las empresas estatales Rosneft y Gazprom, que pueden colaborar con otras privadas, incluidas extranjeras, como socios subordinados. Sechin, en nombre de Rosneft, y Alexéi Miller, director ejecutivo de Gazprom, se han dirigido conjuntamente al presidente Putin pidiendo que les mantenga el monopolio en el Ártico.

A cambio de 12.300 millones de dólares en metálico y un 18,5% de sus acciones, Rosneft adquirirá la participación de BP en TNK-BP. Después, por 28.000 millones de dólares, comprará la de AAR. BP poseía ya un 1,25% de las acciones de Rosneft y, con la operación, su porcentaje en la compañía rusa llegará al 19,75%. El trato, de ser aprobado definitivamente por los consejos de administración, convertirá a BP en el segundo accionista de Rosneft después del Estado ruso, poseedor del 75,5%, mediante la sociedad RosneftGaz. BP espera obtener dos puestos en la dirección de Rosneft, formada por nueve personas.

Los oligarcas Fridman, Jan, Vekselberg y Blavatnik fracasaron en su intento de última hora para retener a BP (en parte porque los bancos rusos no les prestaron el dinero necesario) y tampoco participarán en proyectos conjuntos con Rosneft. Obtienen, con todo, un sustancial incremento de sus fortunas personales gracias a la operación.

Rosneft y Gazprom tratan de asegurarse el monopolio en el Ártico

Para financiar todas las operaciones de la compra se necesitan 61.000 millones de dólares, según ha manifestado Sechin, que espera reunir esa suma en parte con créditos, venta de activos no especializados y emisión de obligaciones. Rosneft aspira a captar entre 30.000 millones y 50.000 millones de dólares en los mercados internacionales y algunos analistas señalan que un fuerte endeudamiento lastraría sus proyectos de desarrollo. Las agencias Fitch y Moody’s han advertido que podrían revisar a la baja la calificación de la petrolera.

A juicio del analista Krutijin, la operación de Rosneft permite a BP recuperar con amplios beneficios la inversión de 8.000 millones de dólares que la británica ha efectuado en Rusia. Sin embargo, advierte, BP deja de ser una productora para transformarse en rentista de la compañía estatal rusa.

La operación de Rosneft se realiza sobre el telón de fondo de la división de la élite administrativa entre nacionalizadores, encabezados por Sechin, y privatizadores, liderados por Arkady Dvorkovich, el vicejefe del Gobierno responsable hoy de la energía. Oficialmente, el Kremlin no revisa los planes de privatización anunciados en el pasado. Esta semana, el ministro de Finanzas, Antón Siluánov, ha dicho que el presupuesto estatal incluye partidas procedentes de la venta de acciones de Rosneft, y el ministro de Desarrollo Económico, Andréi Beloúsov, concretó que en 2013 se pueden vender hasta el 6% de acciones de Rosneft.

Algunos piensan que privatización y nacionalización son perfectamente compatibles; a saber, que a la privatización por parte de la élite que rodea a Putin se llega precisamente por la nacionalización. En un artículo en The Moscow Times, el economista Anders Aslund afirma que para atraer a las grandes petroleras occidentales, el Estado debe garantizar que no confiscará sus activos como hizo con Royal Duch Shell en la isla de Sajalin y BP en Kovytka (Siberia). A pesar de aquellas experiencias, Shell y BP siguen trabajando en Rusia, lo que permite concluir que tal cosa les beneficia y les compensa.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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