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A la City se le suben los colores

La crisis de Barclays cuestionan el futuro de Londres como capital financiera europea

El exconsejero delegado de Barclays, Bob Diamond.
El exconsejero delegado de Barclays, Bob Diamond.MATTHEW LLOYD (GETTY)

Cuando estalló la crisis financiera, muchos agoreros empezaron a ver el principio del fin de la City de Londres. Con las grandes economías en recesión y la banca británica especialmente afectada, con dos grandes bancos literalmente nacionalizados (RBS y Lloyds), otro en el sanatorio de terminales (Northern Rock) y un cuarto ya en la morgue en forma de absorción (HBOS), empezaban a tañer las campanas.

Para sorpresa general, la City apenas tardó un par de años en recuperar el pulso. El centro de gravedad de la crisis se trasladó de la banca a los tesoros públicos, atontados por el agujero que la medicina suministrada a los bancos había producido en las arcas públicas.

La economía británica, una de las más afectadas, pasó de puntillas por todo eso a pesar de ser quizás el pecador más grande de todos: sus bancos son los que más fondos públicos han necesitado; sus cuentas públicas están entre las peores de Europa: su economía es de las que peor se comportan en términos de crecimiento a pesar de que al estar fuera del euro ha podido devaluar su moneda a voluntad. El hecho de estar fuera del euro ha sido su gran paraguas, al eludir las tormentas de la deuda soberana.

La supervivencia del euro se ve como una amenaza para el futuro de la City

Con ese escenario, la City estaba otra vez estirando el cuello, gallarda, y hace ya un año y medio el banquero más famoso de la ciudad, Bob Diamond, daba por concluido el periodo de “remordimientos y disculpas” al que muchos, aunque no él, habían apelado.

Todo eso, y el empleo de Diamond como consejero delegado de Barclays, ha saltado por los aires en una semana. Ha bastado que los reguladores británicos y de Estados Unidos impusieran a Barclays sanciones por 360 millones de euros por manipular durante años el índice de los préstamos interbancarios (el líbor y el euríbor) para que resurja con más fuerza que nunca el debate sobre los excesos de la City, sobre la compatibilidad entre la banca de inversiones y la banca comercial, sobre la necesidad de regular a un sector que se considera ya demasiado regulado.

Esta vez, el debate tiene tintes más profundos. La crisis del euro ha hecho temer por el futuro de la moneda. Y su futuro es todavía muy incierto. Pero al mismo tiempo, la supervivencia del euro vuelve a verse como una amenaza para la supervivencia de la City. Primero, porque la salvación del euro va a acarrear una unión bancaria de la zona euro que plantea serios interrogantes sobre su impacto en los bancos instalados en Londres. Y, segundo y fundamentalmente ligado a la crisis de Barclays, porque el ambiente parece haber cambiado de forma decisiva al incrementar el desprestigio de la City hasta límites que empiezan a tener carácter político.

Para Barclays, la manipulación del interbancario no es un reflejo del banco y su cultura, sino la acción de una quincena de empleados y mandos intermedios que han actuado sin el consentimiento de la alta dirección. Algo, por otra parte, difícil de aceptar a la luz de lo que se conoce.

Para la City, lo que ha hecho Barclays no es un reflejo del sistema financiero y su cultura, sino el típico caso de una manzana podrida. Pero ha habido muchas manzanas podridas en el pasado reciente de la City. Como por arte de magia, todos los bancos, sean de donde sean, parecen elegir Londres como escenario de sus trapos sucios.

Todos los bancos han elegido la ciudad para airear sus trapos sucios

En la City operaba el trader que hace unas semanas hizo perder 2.000 millones de dólares y mucho prestigio al JP Morgan Chase. Aquí cavó su tumba Lehman Brothers. Aquí ocurrió el fraude de 2.300 millones de dólares de UBS. Y en Londres operaban al menos una docena de la veintena de bancos que están siendo investigados en Estados Unidos, Europa y Japón por manipular el líbor y el euríbor durante la crisis financiera y antes.

Cuando el jueves pasado cientos de banqueros asistieron a una cena de gala en la City durante la entrega de los premios anuales de la revista financiera Euromoney, Emilio Botín estaba eufórico. No solo porque el Banco Santander había ganado el premio más codiciado, el de mejor banco global —a fin de cuentas, es la tercera vez que lo gana en siete años— sino por lo que significa haberlo ganado en estos momentos.

Por grande que sea, por muy moderna que pueda ser su estructura interna o eficaz su cadena de mando, el Santander es a ojos de la City un banco a la vieja usanza. Un banco comercial que comete a sus ojos la torpeza —Euromoney cree, en cambio, que es uno de los secretos de su éxito— de estar estructurado en filiales territoriales: cada país ha de vivir por sí mismo.

En sus palabras de agradecimiento, Emilio Botín comprendió que a algunos de los asistentes a la gala les podía haber sorprendido el triunfo del Santander. Se refería, sobre todo, al hecho de que se premiara a un banco español precisamente cuando muchos dudan de la banca española. Pero bien podría haber estado pensando en el otro aspecto de su triunfo, en el hecho de que ahí, frente a varios cientos de financieros, estaba un banquero de la vieja escuela, un genuino representante de la banca comercial, dando lecciones a los tiburones de la City, a la industria financiera más agresiva del planeta.

El contraste entre el Santander y el Barclays es un reflejo de los dos mundos opuestos que conviven en la City: el de la banca comercial y el de la banca de inversiones. La primera depende, sobre todo, de millones de clientes que depositan sus ahorros en el banco porque se fían de él. Si desaparece la confianza, desaparecen los ahorros. Y si desaparecen los ahorros, desaparece el banco.

La segunda, en cambio, vive de la agresividad y el ingenio de sus empleados. De golpes de mano, de toma instantánea de posiciones que pueden enriquecer el banco… o llevarlo a la quiebra. Es la banca de los bonus, de los incentivos, de las botellas de champán para agradecer un favor. Encerrados en su burbuja de traders, broquers, submitters y dealers, los banqueros de inversiones suelen mirar por encima del hombro a sus colegas de la banca comercial.

La banca de inversión es la de los bonus, la de las botellas de champán

La crisis de Barclays ha resucitado el debate sobre la necesidad de separar esas dos actividades. Siguiendo las recomendaciones del informe que le encargó al economista sir John Vickers, el Gobierno británico ya ha aceptado que tiene que haber un cortafuegos entre ambos y que, aunque los bancos pueden seguir realizando ambas actividades, eso tiene que ocurrir en unidades de negocio distintas, aisladas la una de la otra.

“Ya sabemos lo que ha ido mal. La idea de que la cultura del banco de inversiones es la misma que la cultura de la banca básica, creo que ahora está claro que se trata de culturas completamente diferentes y que tienen que estar separadas”, ha declarado estos días el gobernador del Banco de Inglaterra, sir Mervyn King.

“Me gustaría que el Parlamento legislara sobre eso lo antes posible y que aplique todas las propuestas de Vickers. Eso es lo que tenemos que hacer para cambiar la estructura de la industria”, defiende. El Gobierno ha aceptado principios del informe, aunque algunos críticos se quejan de que el canciller del Exchequer y ministro del Tesoro, George Osborne, los ha aguado demasiado por presiones de la banca.

Sin embargo, la crisis de Barclays ha extremado las posiciones de medios tan poco extremistas como el Financial Times, que ha pedido ahora la completa segregación de banca de negocios y banca al detalle en lugar de una mera separación de actividades dentro del banco como ha sugerido Vickers. “Aunque el Financial Times apoyó esas conclusiones, ahora estamos listos para ir más allá”, escribía esta semana en un duro editorial. “Pese a todos los beneficios de la diversificación, las tensiones culturales entre banca de inversiones y banca comercial solo se pueden resolver con una total separación entre ambas”, concluía el diario.

“Barclays debería dividirse de forma inmediata en dos bancos separados, cada uno con su propio consejero delegado y ambos cotizando en Bolsa lo antes posible”, opina Michael Laffert, presidente de Lafferty Group, un proveedor de servicios financieros especializado en servir a la banca comercial. “Esa es la mejor forma posible de que el banco pueda superar los recientes acontecimientos desastrosos y recuperar la iniciativa ante el público, los políticos, los reguladores, los competidores y los mercados en general”, sostiene.

El pecado de Barclays

¿Qué ha hecho Barclays para provocar una tormenta política, mediática y financiera semejante? Manipular los datos que suministraba sobre sus ofertas para comprar dinero en el mercado interbancario, el tipo de interés al que se prestan los bancos entre sí para cubrir sus necesidades de tesorería o aprovechar sus excesos de liquidez: el líbor (de la Asociación de Banqueros Británicos) y el euríbor (que elabora la Federación de Bancos Europeos). Barclays hizo eso docenas de veces entre enero de 2005 y junio de 2009. Al principio, para empujar los índices al alza y aumentar así su margen de beneficio, tanto el del banco como el de los operadores que llevaron a cabo las manipulaciones. Luego, en 2007 y 2008, los datos suministrados eran más bajos de los reales para hacer creer que Barclays no necesitaba dinero y por eso ofrecía pagar tipos más bajos de los que en realidad estaba pagando.

Si la primera parte del fraude puede encajar en la explicación oficial del banco de que era un problema reducido a una quincena de operadores y sus jefes inmediatos, que actuaban a espaldas de la dirección, esa versión encaja menos cuando se aplica en la segunda etapa de las manipulaciones. El informe publicado por la FSA, la Autoridad de Servicios Financieros de la City, deja muy claro que esas manipulaciones fueron en gran parte consecuencia del nerviosismo de la cúpula del banco por las informaciones de prensa que vinculaban las posiciones altas de Barclays en el interbancario con problemas de liquidez. Es decir, como Barclays estaba ofreciendo tipos más altos que sus rivales para comprar dinero, los medios habían llegado a la conclusión de que tenía problemas de liquidez. Los operadores encargados de suministrar los datos del banco conocían ese nerviosismo, y por eso empezaron a ofrecer datos más bajos para la formación del líbor, siguiendo instrucciones de sus mandos inmediatos.

El dimitido consejero delegado de Barclays, Bob Diamond, que estaba entonces al frente de Barclays Capital, ha declarado esta semana ante una comisión parlamentaria que se enteró de esas manipulaciones hace unos días, al leer el informe de la FSA. Una declaración muy difícil de creer porque él mismo estaba preocupado por los rumores y su relación con el líbor y la creencia en Barclays de que los demás bancos estaban suministrando datos falsos. Ese es, al mismo tiempo, un aspecto atenuante para Barclays: el informe de la FSA revela que en los momentos peores de la crisis, la manipulación de Barclays se debía sobre todo a la convicción de que otros estaban dando datos falsos y ellos hacen lo mismo porque creen que, si no lo hacen, envían un mensaje alarmista al mercado.

Pero el informe revela también hasta qué punto es fácil manipular el índice, los escasos escrúpulos de los operadores y el amiguismo reinante, además de la falta de controles. “Te debo una. Ven un día después del trabajo y te abro una botella de Bollinger”, le dice un operador a un colega de otro banco que acepta suministrar un dato falso para hacerle un favor. “Si sabes guardar un secreto te cuento una cosa”, comenta otro. Y, tras explicarle el truco, le avisa: “Guárdatelo para ti porque si no, no funciona”. “No parece muy profesional”, comenta un operador ajeno al banco al comentar con unos colegas las operaciones de Barclays.

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