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RECUPERACIÓN

Bálsamo, sí, pero: ¿calvario o milagro?

El rescate blinda a España de un mal peor, pero no garantiza fluidez del crédito ni recuperación

Xavier Vidal-Folch

Y ahora, ¿qué pasará? Una vez que España solicita el rescate, empieza la escritura de la letra pequeña, frecuentemente tan cruel. Se negocian las condiciones específicas, las que no están estipuladas con carácter general para todos los rescatables. Se discuten con las instituciones de la UE, encabezadas por el Eurogrupo, la Comisión y el BCE. Buena parte de las consecuencias de la operación dependerá del alcance y dureza de los detalles. Que, lógicamente, se desconocen.

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La primera variable es que será suave. Con carácter oficial, más allá de los recelos y apoyos previos, la UE asume que el rescate —es decir, el paquete de préstamos europeos— será para la banca, pero lo endosa un organismo público aunque sectorial, el FROB, especializado en reordenar la actividad bancaria. Esta es la opción más digerible, porque no es el conjunto de la economía española lo que se pone en cuestión. Y es mejor que la alternativa de inyectar directamente, en vena, las ayudas al Tesoro, la utilizada con Grecia, Irlanda, y Portugal; aunque es cierto que en ambas vías el garante final siempre es el contribuyente, porque en ambas la garantía la presta el Estado.

El Gobierno Rajoy hasta ahora se ha explicado fatal en Europa, y en muy pocos idiomas, a diferencia de la habilidosa comunicación del italiano Mario Monti

La inyección del dinero a través del FROB y no del Tesoro, es la máxima flexibilidad que permiten, y ya con una interpretación generosa, las actuales reglas de la Facilidad de Estabilidad Financiera Europea, el fondo de rescate provisional. No contemplan el rescate directo a los bancos domésticos, contra lo que pretendía el Gobierno. El otro indicador de la dureza o suavidad relativas será si el pliego de condiciones deja margen para cierta autonomía en la política económica: no está escrito, porque se trata de un tipo de operación de salvamento no transitado todavía.

Elegir un vehículo u otro, el FROB o el Tesoro, no era un dilema menor, aunque siempre deba responder la ciudadanía española. No constituía solo una estratagema para salvar la cara del Gobierno, o por el contrario, para afearla. Si el camino hubiera sido el Tesoro, el rescate, aunque tenga un destinatario bancario, se habría visualizaría como un expediente más similar a los rescates “duros” de Grecia, Irlanda y Portugal: a la economía entera y no solo a una parte de ella. El camino habría sido muy, muy empinado, porque esos rescates lo están siendo.

Siendo el FROB, el Gobierno deberá movilizarse para hacer pedagogía en los mercados, en todo el mundo, de que se trata de un rescate suave, y diferenciarse así de los otros socios caídos en desgracia. El camino será solo bastante empinado. El Gobierno de Rajoy hasta ahora se ha explicado fatal en Europa, y en muy pocos idiomas, a diferencia de la habilidosa comunicación del italiano Mario Monti. Deberá pues compensar esa deficiencia apelando a otros recursos, como una amplia alianza interna. Es decir, con un verdadero y sólido pacto de Estado, aunque sea limitado en su objetivo, lo que también diferenciaría a España de la estigmatización que sufren los rescatados por la vía dura.

El rescate, aunque sea una salida indispensable, no es un éxito gubernamental, aunque alguno finja pretenderlo. Es el certificado de una derrota de España

Será clave asimismo que el Gobierno no reincida en los errores cometidos durante el proceso previo. El principal fue la improvisación y la grandilocuencia a la hora de encauzar la crisis de Bankia. La pólvora del rey que Luis de Guindos ofreció a José Ignacio Goirigolzarri en forma de “todo el dinero que haga falta”, fue alegremente recibida por este, que lógicamente pidió el oro y el moro. Solo ese fútil episodio multiplicó el coste de la resolución de la crisis bancaria —muchos se aprestan a pedir lo mismo que el banquero de Bankia— y deberá figurar en el medallero eterno del ministro.

La exportación aguanta, y ha aportado en los últimos años una media de dos puntos de crecimiento al PIB. Pero todavía le falta más volumen

Por suerte no llegó a equivaler al error cometido por el anterior Gobierno de Irlanda, cuando en otoño de 2008 prestó a los clientes una garantía al 100% sobre todos los depósitos —no solo 100.000 euros—, bonos y otros activos bancarios. Le costó a la república gaélica el 32% de su PIB. Otro error en el que conviene no reincidir es la inmodesta centrifugación de culpas. La más socorrida es la responsabilidad de la herencia recibida: en su formulación más graciosa, la de Mariano Rajoy el 5 de junio, “el desaguisado que nos hemos encontrado”, como si Bankia o la CAM las hubiera dirigido el príncipe Kropotkin. Pero cuando no es la herencia, o el Banco de España, o quién sabe quién, la flecha va hacia Europa: se la responsabiliza de todo, porque aquí ya se ha cumplido con todo, y se macera así a Bruselas como gran candidata a chivo expiatorio si las cosas salen mal. Ahí es donde surgen los funambulistas “hombres negros” de Cristóbal Montoro. No insistan mucho por esta vía, que a lo peor los vigilantes, paganos y socios se incomodan. Ni aventuren que el formato del rescate es una “victoria” de los tercios de Rajoy sobre Bruselas, porque se trata de un rescate suave: estaba previsto y configurado en la normativa comunitaria del Fondo desde la cumbre del 21 de julio pasado.

El rescate, aunque sea una salida indispensable, no es un éxito gubernamental, aunque alguno finja pretenderlo. Es el certificado de una derrota de España.

Si se reconoce todo eso y se actúa con relativa sensatez, se evitará la tragedia. Incluso los mercados internacionales podrían reaccionar sin acrimonia y no estigmatizar a España. El rescate, en esa tesitura, actuaría como sutura del desangre y como un cierto bálsamo que permitiera a la economía española afrontar con menor dramatismo las tareas pendientes. No mucho más, porque aquí no está todo aprobado, sino únicamente iniciado. Hay un trabajo hercúleo por hacer, más allá o acá del rescate. Veamos.

El gran drama de la economía española consiste en que la demanda interna difícilmente despegará durante varios años, porque antes debe resolver dos problemas. Uno es la evaporación de 5,1 puntos del PIB, y del 6% de los empleos totales, a causa del adelgazamiento de la construcción residencial entre 2007 y 2011, como indica el trabajo preparatorio del profesor Josep OIiver para un documento del nuevo think tank EuropeG (próximamente en www.europeg.com). Y es un sector de empleo intensivo al que no se ha encontrado sustituto, ni siquiera voluntarista.

El otro es el exceso de endeudamiento, de 1,47 billones, y la consiguiente urgencia de desapalancarse, según algunos, en 500.000 millones de euros, según otros en unos 300.000 millones: el desapalancamiento privado se ha reducido en el último cuatrienio solo a un ritmo muy moderado, del 172% al 166% del PIB. Difícilmente fluirá pues más crédito o aumentará mucho la demanda solvente del mismo, pues a quien adeuda mucho, le queda menos para gastar o invertir. El único alivio frente a la atonía del consumo público y de las empresas y las familias es el sector exterior. La exportación aguanta, y ha aportado en los últimos años una media de dos puntos de crecimiento al PIB. Pero todavía le falta más volumen, más apoyo y más cultura internacional.

Si todo eso es así, se abren dos escenarios. Uno es un calvario para digerir la fiesta gastadora —sobre todo privada—: una larga recesión o estancamiento, en un entorno de atonía europea y de fracaso en romper la exclusividad de la consolidación/austeridad fiscal en la UE, que desembocaría en más ajustes, y más radicales, tanto públicos como privados. El dilema en ese horizonte es el carácter rápido o pausado del ajuste, y su aceptabilidad social.

El otro escenario es el del milagro: la economía europea se relanza gracias a la combinación del saneamiento de las finanzas públicas con una agenda de estímulo al crecimiento que facilite disparar las exportaciones. Y ese mecanismo despertaría las energías apagadas de la economía y la sociedad españolas. Esas que permitieron desafiar las coyunturas más penosas, y salir con bien: en 1959 con el Plan de Estabilización; en 1970 mediante el Acuerdo Preferencial con la CEE; en 1977 a través de los Acuerdos de la Moncloa; desde 1986 con la adhesión a la Europa comunitaria; en 1998/2000 con el ingreso en la moneda única… Si las cifras apuntan más al pesimismo, la historia económica apostaría por un, moderadísimo, optimismo.

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