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El coste de decir 'no' a Europa

Grecia se vería abocada a la suspensión de pagos y a una prolongada depresión sin las ayudas de la UE y el FMI

Claudi Pérez
El ministro griego de Finanzas, Evangelos Venizelos, interviene durante la sesión del domingo en el Parlamento.
El ministro griego de Finanzas, Evangelos Venizelos, interviene durante la sesión del domingo en el Parlamento.PANTELIS SAITAS (EFE)

Grecia —Europa entera— empieza a mirar hacia América Latina: hacia Argentina hace una década, hacia Ecuador hace cuatro años. El Parlamento griego aprobó a medianoche de ayer las medidas de austeridad draconianas (de Dracón, por cierto: inmisericorde legislador ateniense) para que la eurozona dé luz verde a un segundo plan de rescate, indispensable para evitar una suspensión de pagos descontrolada, lo que los analistas suelen denominar “un evento sistémico” para no decirlo claro: el caos. Ahora, el Eurogrupo debería activar el miércoles próximo las ayudas. ¿Se avecina un huracán? Frente a quienes advertían de que en el peor de los escenarios un no griego provocaría una especie de Armagedón (Grecia se habría visto abocada a salir del euro y el impacto habría sido “incalculable”, según la canciller Angela Merkel), un poco de historia: decenas de países han suspendido pagos centenares de veces y el mundo sigue en pie.

En 2008, Ecuador decidió reestructurar la parte de la deuda que consideraba ilegítima: las agencias de calificación ni siquiera rebajaron su solvencia. Argentina se declaró en bancarrota hace 10 años y le fue peor: hubo disturbios, saqueos y decenas de muertos (si bien la recuperación llegó a toda velocidad: el milagro fue obra de la devaluación, que dentro del euro es imposible, y del alza del precio de la soja). Islandia es el penúltimo ejemplo.

Grecia ha aprobado los recortes y es probable que la eurozona active el plan de rescate, aunque ni siquiera eso es seguro. “Grecia es un pozo sin fondo”, afirmó ayer el ministro alemán Wolfgang Schäuble. Eso sí, “casi nadie asume” que Grecia pueda abandonar la eurozona, advirtió. Y sin embargo, ese “casi” es clave: en Bruselas eso ha dejado de ser tabú.

Sin ayudas, lo que podría suceder es impredecible. Lo más probable es algo parecido a una reacción en cadena. Un sálvese quien pueda: no habría reestructuración “voluntaria” de la deuda y las agencias declararían la bancarrota de Grecia. El BCE no aceptaría su deuda: la banca griega al completo iría a la quiebra. El contagio llegaría por la vía financiera (a entidades alemanas y francesas) y con una estampida en los mercados: problemas para Portugal e Irlanda, y para Italia, España y el resto. Palabras mayores: el citado "evento sistémico" —un nuevo Lehman Brothers— estaría cerca. A pesar de todo, la quiebra de un gran banco se puede contener y encapsular. Cuando es un país soberano el que suspende pagos, eso es más difícil: la banca quiebra irremediablemente; a partir de ahí reina el desorden y hay serio riesgo de depresión.

Si Grecia volviera al dracma, la devaluación sería fulminante. Eso beneficiaría sus exportaciones (turismo, poco más), pero daría paso a una inflación galopante, a controles de capital para evitar una huida masiva de dinero. Y a graves desórdenes sociales, con las estanterías de los supermercados vacías y un Estado fallido incapaz de pagar las pensiones o los sueldos de los maestros. Puede que no sea para tanto: Wim Buiter, de Citi, asegura que las implicaciones “serían negativas, pero moderadas para el resto de Europa: el contagio se puede detener”. ¿Cómo? Con activismo político. Eso es precisamente lo que no sobra en Europa.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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