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Columna
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El mal menor

Joaquín Estefanía

¿Por qué si todo el mundo sabía de la imposibilidad de su cumplimiento, atendiendo al sentido común y a la experiencia histórica de otras muchas crisis, los políticos de Bruselas y los técnicos del Fondo Monetario Internacional, impusieron a Grecia tan draconiano plan de ajuste y unas condiciones tan desmesuradas en el plan de rescate de 110.000 millones de euros? ¿Qué tipo de fundamentalismo ciega sus ordenadas mentes para que ahora, un año después y constatado el fracaso, el comisario de Economía de la Unión Europea (UE) o el gobernador del Banco Central Europeo insistan en que Grecia puede pagar sus deudas si acentúa su ajuste fiscal, como si esa operación fuera matemática y no existieran los ciudadanos y sus penalidades?

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El esfuerzo que tiene que hacer Grecia para honrar el servicio de su deuda es superior, en porcentaje del producto interior bruto (PIB), al que se exigió por indemnizaciones de guerra a la Alemania derrotada en la I Guerra Mundial en el Tratado de Versalles, y ya se sabe cómo terminó aquella experiencia. Decididamente contrario a ese volumen de indemnizaciones, Keynes -que pertenecía a la delegación británica que las negociaba en 1919- dimitió y escribió su extraordinario libro Consecuencias económicas de la paz, uno de los documentos más importantes de la Gran Guerra. En él dispara contra la Conferencia de París y la describe dominada por un ambiente reñido con la realidad; critica frontalmente la política de reparaciones a las que se obligó a la Alemania vencida, que consideraba imposibles de cumplir y nefasta para un futuro de concordia: "La política de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres humanos y de privar a toda una nación de felicidad sería odiosa y detestable, aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada en Europa". Tras esas reparaciones, Alemania apareció ante los ojos de sus ciudadanos como una víctima humillada y no como un agresor castigado.

La reunión de hoy de los ministros de Economía y Hacienda de los Veintisiete (Ecofin) deberá abordar el caso griego como el más importante pero no el único. Irlanda, otro de los países rescatados (85.000 millones de euros), mueve el rabo cuando oye los problemas de los helenos. Piensa que preanuncian los suyos propios. Para una flexibilización del plan de ajuste irlandés, las partes tienen un arma que no se da con Grecia: Irlanda todavía no ha cedido en la homologación de su impuesto de sociedades, notablemente inferior al del resto de los países europeos, lo que ha facilitado la deslocalización de muchas industrias en una especie de permanente dumping fiscal. Los representantes europeos también deberán cerrar el paquete de ayudas a Portugal (78.000 millones de euros) que cuenta con la oposición de Reino Unido (país que no pertenece al euro) y la difícil condicionalidad de Finlandia: que los créditos se garanticen con el patrimonio público portugués y la participación del sector privado, de modo que los acreedores sufran también las pérdidas en caso de que exista una quita de la deuda o una suspensión de pagos. También deberá el Ecofin despejar la presencia de Mario Draghi al frente del BCE, sustituyendo a Trichet a partir de septiembre, para que el Consejo Europeo la apruebe definitivamente en su reunión de junio. Para facilitar su nombramiento, el exvicepresidente de Goldman Sachs (el banco de inversión que asesoró a Grecia para ocultar sus verdaderas cifras de déficit, origen de todos los problemas) multiplica sus declaraciones señalando su condición de halcón: es partidario de una subida de los tipos de interés, en un momento en el que la mayor parte de Europa (excepto Alemania) enfila renqueante la recuperación.

El político e intelectual canadiense, Michael Ignatieff (recientemente fracasado como líder del Partido Liberal en las elecciones de ese país), escribió sobre el mal menor a la hora de abordar los problemas políticos relacionados con el terrorismo. Los responsables económicos han de analizar a partir de hoy, en una especie de analogía económica, el mal menor en relación con los problemas de la deuda soberana de los países citados. Entre otras cosas, para que el problema no llegue a España con la misma intensidad.

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