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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

A la izquierda de la Europa del sur

En el sur del continente se han abierto varios caminos a la izquierda, diferente naturaleza y muy difíciles de conciliar

El líder de Syriza, Alexis Tsipras, comenta los resultados de las elecciones, el pasado domingo en Atenas.
El líder de Syriza, Alexis Tsipras, comenta los resultados de las elecciones, el pasado domingo en Atenas.REUTERS

Los resultados del 25-M ponen en un primer plano algo tanto o más importante para el futuro de Europa que el ascenso de los populismos o la quiebra del bipartidismo. En el sur europeo se han abierto muchas vías a la izquierda: caminos de diferente naturaleza y muy difíciles de conciliar. En estos momentos, Europa, cuya única posibilidad de supervivencia es una gran unión política y social, cuenta sin embargo en su flanco izquierdo con fuerzas de sentidos divergentes.

En estos comicios iba a dilucidarse la respuesta ciudadana al deterioro social, así como el grado de confianza en aquellos partidos de centro-izquierda del sur europeo que, en lo peor de la crisis del euro, se vieron forzados a escorarse a la derecha, torcidos del brazo por Alemania y la Troika.

Pues bien, el veredicto es claro: irrumpen sin complejos nuevos movimientos más a la izquierda, intergeneracionales pero mayoritariamente de un voto joven, de formación media-alta, que reclama a voces una regeneración democrática radical, tanto de las democracias nacionales, como del juego político en Europa. Mientras acontecen peligrosos flirteos entre los conservadores y la extrema derecha, del lado izquierdo suben partidos radicales, o alternativos, que pretenden abiertamente derribar a los viejos, anquilosados partidos socialdemócratas de centro-izquierda, tanto a escala nacional como en el tablero de la Unión Europea.

De un lado están los partidos “sistémicos” aunque disconformes (IU en España, los comunistas en Portugal, Die Linke alemán). Pero sobre todo despuntan otros novísimos en el sur europeo, con una típica estela de pureza no mancillada por el poder ni las burocracias (Syriza con el 26% aproximado o Podemos, que suma casi el 8%). Tras el 25-M ambos tipos de formaciones suben o mantienen su presencia en una mayoría de casos. Y para acabar de complicarlo todo, está la vía de la izquierda soberanista embarcada en movimientos de secesión, como Esquerra Republicana de Catalunya, con dos escaños de gran repercusión simbólica, con los que no es posible pactar desde la izquierda estatal.

Es cierto que, medido en números, el ascenso de la izquierda en la Eurocámara (Izquierda Unitaria Europea, GUE-NGL) no se traduce en un incremento tan grande como el que cabía esperar dada la situación (45 escaños, únicamente 10 desde 2009). Sin embargo, nos equivocaríamos si, a ambos lados del espectro político, leemos los resultados de manera meramente cuantitativa. Porque existe una cuestión nueva, tremendamente cualitativa, que expresa un síntoma y una tendencia. Incluso en Portugal, donde el Partido Socialista remonta, lo hace en medio de una abstención del…66%! Si los partidos de centro-izquierda no reaccionan, y no son capaces de elegir el camino correcto a tomar, una doble brecha, generacional e ideológica, se va a agrandar hasta destruirlos por dentro. Podría ser también el caso del Partido Socialista francés.

Por supuesto, las muchas izquierdas siempre han coexistido y rivalizado en Europa, del socialismo al trotskismo o el comunismo. La diferencia con el momento actual está en que, ahora, en este momento de construcción —o deconstrucción— de la UE, una convergencia o una ruptura entre ellas puede marcar el devenir de Europa. Resulta muy difícil ver en aguas tan revueltas; pero sabemos que las disputas entre las izquierdas, y la escenificación de sus grandes dilemas, tendrán efectos en dos terrenos principalmente:

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En primer lugar, en las políticas nacionales y europeas, principalmente la política económica (¿fin del austericidio, control del poder financiero?); la política social (¿pensiones, educación?) o medioambiental (¿energías limpias?). Y claro, tendrá efecto en la reforma institucional (poderes del Parlamento Europeo, la Comisión, el Banco Central Europeo, el Eurogrupo), en la calidad democrática (transparencia y erradicación de la corrupción) y en la participación ciudadana. Las muchas izquierdas parecen coincidir en el planteamiento y los objetivos; pero ¿hasta dónde hay que llegar, y cómo? Ahí empiezan serias discrepancias.

En segundo lugar, el ascenso de la izquierda radical actúa como un factor de presión añadida sobre los partidos socialdemócratas. Apuntalados desde su flanco izquierdo, éstos deben tomar esta difícil decisión: ¿deben girar hacia el centro y arrastrar a una gran coalición a los conservadores, abierta quizá a verdes y liberales, para reflotar el proyecto europeo? ¿O bien deben girar a la izquierda a un gran pacto con las izquierdas alternativas para refundar Europa?

Esta es la gran pregunta. Y no hay respuesta fácil. ¿Es posible realmente una gran coalición de fuerzas pro-europeas? ¿Hasta qué punto puede y debe ceder la socialdemocracia en su programa frente a los conservadores? ¿Es posible una coalición transversal a varios socios europeos (norte y sur) y a varias ideologías?

La segunda opción, la del giro a la izquierda, también está plagada de dificultades. De un lado, ¿las izquierdas alternativas van a pactar ahora con la socialdemocracia? Parece muy improbable, y en todo caso las condiciones para ésta resultarían draconianas. De otro lado, para el centro-izquierda, resulta inquietante que, aun desde premisas muy diferentes, el voto y la movilización de la izquierda radical pueda converger en la práctica con la de los populismos de derechas en su soberanismo, contraviniendo su espíritu federalista. Más cuando eurófobos de todo pelaje no desperdiciarán la ocasión de convertir el Europarlamento en una caja de resonancia de sus debates nacionales. No puede descartarse que en asuntos muy concretos que impliquen más cesión de soberanía —en la reforma de los Tratados, la unión bancaria, el mercado interior, o el tratado de libre comercio con EEUU— el voto de la izquierda radical coincida con el de los populistas. De hecho, a menudo Marie le Pen, Wilders, Farage o Grillo se apropian de planteamientos de la vieja izquierda, pero en clave nacional-socialista: la soberanía popular, la defensa de los trabajadores y las fronteras propias. Peligrosos vasos comunicantes.

¿Qué hacer, entonces? Quizá lo mejor sea probar a lanzar redes a ambos lados y probar.

Por el camino del centro-derecha, hay que tener claro que ya no vale en absoluto con cualquier consenso. Como sugieren los resultados del 25-M, éste solo resultaría válido y tendría éxito bajo dos condiciones al menos. La primera, que se plantee para el conjunto de Europa en términos fundamentalmente de una unión política y social —y no como un frente bipartidista de conservadores y socialdemócratas parafrenar el espantajo populista. Un frente así sería interpretado negativamente, como un blindaje de los dos grandes partidos, y no en positivo, como la reedición del acuerdo histórico de las dos grandes familias políticas que en su día construyeron Europa. La segunda condición es que ese consenso funcione como marco de referencia europeo, pero sin que ello suponga forzar coalición alguna en los ámbitos nacionales. En España, por ejemplo, un pacto bipartidista en el momento actual supondría un certificado de muerte para el PSOE, obligado como está a diferenciarse del PP y a no contaminarse de la corrupción de su adversario.

Por los caminos de la izquierda política y social, la convergencia en un mismo espacio dependerá en gran medida de la iniciativa de los socialdemócratas, que deben actuar con reflejos y dejar a un lado toda señal de arrogancia. Lo primero es volver a empezar desde ya: abordar la regeneración interna de los partidos, cambiar los hábitos de hacer política, hablar con todas las formaciones menores, y actuar decididamente en clave europea, para recuperar la confianza de millones de ciudadanos que han perdido la fe.

Vicente Palacio es coautor del Informe 2014 de la Fundación Alternativas y la Fundación Friedrich Ebert La ciudadanía europea en tiempo de crisis

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