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El primer año sin Chávez deja una herencia de fragmentación y pesimismo

El sucesor del comandante, Nicolás Maduro, parecía afianzado en diciembre tras la victoria en las elecciones municipales pero enfrenta ahora una grave crisis económica y de seguridad

El presidente Nicolás Maduro ha repetido en distintas ocasiones que sus adversarios pensaban que, una vez muerto Hugo Chávez, se extinguiría la revolución bolivariana. Sin embargo, a un año de ese deceso, quienes gobiernan Venezuela en nombre del chavismo siguen en el poder, no sin tropiezos. ¿Quería decir entonces que la presencia del líder no era tan decisiva? ¿Que poco y cosmético sería lo que en definitiva iba a cambiar en la política venezolana con la muerte del Comandante Supremo?

“Pudiera decirse que estas últimas tres semanas de activación de la protesta en Venezuela es una muestra de que la sociedad también se está preguntando eso”, asoma como respuesta la psicóloga social y filósofa Colette Capriles, profesora de la Universidad Simón Bolívar (USB) de Caracas. “¿De verdad se murió Chávez? ¿Las cosas están iguales? Uno queda con la sensación de que nada de esto habría pasado con Chávez al mando. Es como si apenas ahora se estuviera poniendo a prueba qué fue lo que de verdad cambió aquí”.

El propio velatorio del exteniente coronel, ante cuyo féretro desfilaron cientos de miles de personas, lució como un anticipo de las dificultades que se asomaban. Ciertamente, el comandante había despejado los posibles pleitos de su sucesión al apuntar en público a Maduro como su delfín. Pero no sería fácil dejar la gestión de una franquicia tan fuertemente personalista como la del chavismo en manos de una burocracia que quizás no había cuajado lo suficiente.

Maduro en efecto ha hecho lo que ha podido en las circunstancias que sobrevinieron: hace tan poco como el reciente mes de diciembre, aparecía afianzado en el poder luego de las elecciones municipales. Y si por estos días enfrenta el desafío de una grave crisis de orden público, es en parte una situación incubada por su predecesor, sobre todo, en el campo de lo económico.

Mientras tanto, él ha tenido que lidiar con las apetencias de otras figuras del chavismo que encabezan, cada una, sus propias tribus. “Dentro del chavismo están funcionando las fórmulas personalistas, cada jefe está fortaleciéndose a la vez que mantiene una alianza táctica con las otras facciones”, describe Colette Capriles. Aún aceptado como un primus inter pares, Maduro habría sentido la necesidad de apoyarse en el ala izquierda del chavismo y de la asesoría cubana. “Por eso, si Maduro está haciendo cosas distintas a Chávez no es porque le provoque, sino porque no tiene otra opción. Al apoyarse en esos aliados, tiene que pagarle tributo al modelo cubano y a la izquierda política del chavismo. Ahora la gente, chavista o no, siente con claridad que estamos en una transición hacia un modelo que parece más calcado del régimen cubano. Maduro no puede darse ese lujo que Chávez sí se daba, el de ir y venir de una posición a otra sin nunca jugárselas todas, que le salía perfecto”.

Al desaparecer la fuerza de gravedad del Gigante-otro apodo que postmortem le asignaron sus adoradores-, como si Júpiter saliera de órbita, sus subalternos han querido ocupar el espacio. Hasta ahora, el poschavismo ha conseguido mostrarse con relativo éxito como un gobierno colegiado, en particular, sostenido por una détente pactada entre Maduro y el poderoso presidente de la Asamblea Nacional y jefe del partido oficial, Diosdado Cabello. Sin embargo, ya empiezan a hacerse visibles las primeras fracturas, manifestadas en los reclamos de un ala radical agrupada en el colectivo Un grano de Maíz, por ejemplo, o las críticas vertidas la semana pasada por el gobernador del estado de Táchira, José Vielma Mora, contra la gestión de las protestas por parte del gobierno. La atomización del archipiélago chavista también deja otro rastro, aunque menos visible: la parálisis. En muchos temas, fundamentalmente en el económico, la gestión actual de gobierno es un vaivén de órdenes y contraórdenes que refleja el equilibrio de pesos entre las distintas facciones oficialistas y que produce como sumatoria el inmovilismo.

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La fragmentación es el signo de la política después de Chávez. Pues su ausencia también profundizó las brechas al interior del polo opositor hasta el punto en que, recomienda Colette Capriles, sería preferible “dejar de hablar de la oposición como un todo y referirse a un campo opositor donde coexisten distintas fuerzas”.

La coyuntura política posterior a la desaparición física del comandante favoreció una dinámica centrífuga en la oposición, que está en pleno proceso de desgajar las dos corrientes que cohabitaban en su seno: una más gradualista y política, que apuesta a lo electoral, en principio encarnada por el ex candidato presidencial y gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles Radonski; y otra de mayor ruptura, liderada por Leopoldo López y María Corina Machado, que, sin renunciar a lo electoral, considera necesario hacer presión activa en las calles.

Que la muerte de Chávez haya podido tener ese efecto sobre sus adversarios tiene una explicación simple, según el consultor político Edgard Gutiérrez: “De no desaparecer Chávez, no habría existido la necesidad de organizar unas elecciones presidenciales en abril de 2013. En esas elecciones presidenciales que Maduro ganó por un margen mínimo, se consolidó el liderazgo de Capriles Radonski pero, enfrentado a una prueba de fuego, éste defraudó a un sector opositor que valoró como un error que Capriles no llevara sus impugnaciones del proceso electoral a la calle. Si Chávez hubiera estado en el poder desde octubre de 2012, otra habría sido la reacción del elenco opositor”.

Gutiérrez detecta en los estudios de opinión otra diferencia resaltante, que denomina la frustración de las expectativas. “Maduro no ha tenido una luna de miel con el electorado desde que ganó por escasa ventaja, nunca ha estado cómodo en el poder”, compara, “mientras que Chávez siempre tuvo el viento de cola a favor. Gozó del mayor boom petrolero de la historia del país y con eso impuso un modelo arbitrario de distribución de las riquezas que creó una sensación de bienestar. Y cuando el boom petrolero se agotó, Chávez apeló al endeudamiento externo para seguir financiando la ilusión de bonanza en tanto estuvo con vida. Eso se acabó. Chávez era un sinónimo de estabilidad política y de prosperidad. Maduro no es visto así. En los estudios, 70 por ciento de los entrevistados se dicen pesimistas sobre la dirección del país. Es algo que trasciende la división entre chavistas y no chavistas”.

De acuerdo al analista, todo este movimiento en el lecho de la opinión pública alimenta una tendencia a la búsqueda de un cambio que, en lo inmediato, “no quiere decir que el chavismo vaya a salir del poder” pero se traduce en una percepción de que “esto no funciona como antes, de que ese hombre por el que el comandante mandó a votar no sirve” y a la postre debería generar mayor desafección por las propuestas socialistas.

Sólo la distancia del tiempo servirá para ratificar si el paso de Hugo Chávez por la tierra dividió la historia de Venezuela en un antes y un después. Pero lo que ya va quedando de relieve, a un año de su partida, es que ese eventual “después” no tendrá que ser mejor para el chavismo.

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