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Las elecciones de todos

Los grandes de la UE esperan el resultado alemán para tomar la medida a sus futuras políticas

Merkel, en un mitin en Rust el martes.
Merkel, en un mitin en Rust el martes.PATRICK SEEGER (EFE)

La crisis, el futuro de la economía y de las instituciones comunitarias han llevado a los países europeos, y en especial a los meridionales, a seguir con especial atención la campaña electoral alemana, casi como si fuesen unas elecciones propias. ¿Qué esperamos el resto de europeos de estas elecciones?

ESPAÑA

Como pasó en Francia con François Hollande, el Gobierno conservador español cruza los dedos en secreto para que los ganadores de las elecciones alemanas del 22 de septiembre sean sus adversarios ideológicos: los socialdemócratas. Hace tiempo que Mariano Rajoy descubrió que su complicidad política con Ángela Merkel no le reportaba ni un gramo de indulgencia en el severo tratamiento de austeridad recetado por la nueva dama de hierro. La Moncloa da por hecho que Merkel seguirá al frente de la Cancillería, pero apuesta por un cambio de pareja de baile, el relevo de los liberales por los socialdemócratas (SPD), que suavice sus perfiles más ásperos.

En el Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Exteriores, se hacen incluso quinielas con nombres propios: si hay Gran coalición, el representante socialdemócrata en el Gobierno no será su candidato electoral, Peer Steinbrück, sino su portavoz parlamentario, Frank Walter Steinmeier, cuyas posiciones europeas se consideran más en sintonía con las españolas. De sus contactos con él, Juan Manuel García-Margallo, ministro de Exteriores español, deduce que Steinmeier estaría más dispuesto que otros dirigentes de su partido a contemplar la emisión de eurobonos o, al menos, abrir la mano para que el Banco Central Europeo (BCE) sea más proactivo. Pero tampoco en Madrid se hacen demasiadas ilusiones. Si Hollande no fue capaz de torcer el pulso a Merkel, tampoco lo serán sus socios minoritarios de Gobierno. A lo sumo, España espera algo más de oxígeno para las políticas de estímulo, que ya se adivinan tras las promesas electorales de Merkel, o una acentuación de sus tardías preocupaciones por los efectos del desempleo juvenil en el sur de Europa. Pero hay líneas rojas que ni siquiera los socialdemócratas se atreverán a traspasar, y no solo porque Merkel lo impida, sino porque su propio electorado no lo toleraría: la idea de que el ahorro de los alemanes no debe servir para pagar el despilfarro de los vecinos del sur está firmemente arraigada en la sociedad germana y recorre trasversalmente el electorado de todos los partidos, según fuentes diplomáticas. Ello se traduce en que, mientras Alemania abandera el avance hacia el federalismo político, no deja de poner todo tipo de trabas a la unión bancaria. Berlín no quiere que ninguna autoridad de Bruselas meta la nariz en sus poderosas y opacas cajas de ahorros y bancos regionales (Sparkasse y Landesbank) y le diga cuáles debe cerrar. Tampoco le gusta que un fondo único europeo financie la liquidación de los bancos inviables o garantice los depósitos inferiores a 100.000 euros. Prefiere limitarse a una coordinación de los fondos nacionales a pesar de que, mientras sea así, "las entidades seguirán siendo calificadas en función de su nacionalidad y no de su solvencia financiera", en palabras de Rajoy. Seguirá sin resolverse la fragmentación del mercado financiero europeo, en el que las empresas españolas pagan el crédito mucho más caro que sus competidoras germanas.

La cuestión de fondo, según fuentes gubernamentales españolas, es que Merkel, al contrario que su antecesor Helmut Kohl, nunca ha tenido vocación ni proyecto europeo. Actúa como una gobernante centrada en su agenda doméstica que solo a regañadientes y obligada por su peso económico ha tomado el timón vacante de la construcción europea. Está por ver si en su tercera legislatura empieza a pensar algo más en los ciudadanos europeos que dependen de ella y menos en los electores alemanes de los que ella depende.

FRANCIA

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Detrás de una elección, a veces, se esconde otra. El Gobierno francés, que espera pocos cambios tras los comicios legislativos alemanes del 22 de septiembre, confía sobre todo en que su próximo interlocutor en Berlín le permita llevar a buen puerto sus proyectos prioritarios para evitar que las elecciones europeas del 22 y 25 de mayo de 2014 se conviertan en un triunfo de los euroescépticos. Con ese fin, París se está volcando sobre "temas que son la expresión y la encarnación de Europa", como la puesta en marcha de fondos de ayuda al empleo juvenil y la directiva sobre trabajadores desplazados.

Tanto en estas cuestiones como en otras, el Gobierno de François Hollande considera que ha establecido con el de Angela Merkel un modus vivendi lo bastante satisfactorio como para poderse acomodar a un nuevo mandato de la canciller democristiana. "Angela Merkel se ha adaptado a un presidente que no se alinea de manera sistemática con las posturas alemanas", asegura Thierry Repentin, ministro francés de Asuntos Europeos. "Seguramente hay más discusiones que con Nicolas Sarkozy, pero eso permite llegar a acuerdos equilibrados".

Prueba de ello son, según París, el pacto de recuperación firmado en 2012, las "concesiones" de Berlín —entre otras capitales de tendencia conservadora— en el proyecto de presupuesto de la Unión y la aportación francoalemana del 30 de mayo "a la competitividad y el empleo en Europa", que otorga un auténtico marco institucional a la eurozona e incluye la "coordinación" de las políticas económicas y sociales: mercado de trabajo, inclusión social, pensiones. "Hace 15 meses, era impensable que Alemania cediera en estos temas", afirma Repentin.

En los meses que se avecinan, París cree que va a poder impulsar con Berlín los asuntos "contantes y sonantes" que los socialistas franceses quieren poder presentar en la campaña de las elecciones europeas para convencer a los votantes tentados por el euroescepticismo o la abstención de que tienen mucho que ganar con Europa. El mayor ejemplo son los 6.000 millones de euros para promover el empleo juvenil en las zonas más deprimidas de la Unión.

En París se opina además que el hecho de que Angela Merkel se haya apropiado en su campaña de varias propuestas del Partido Social Demócrata (SPD), como la implantación de un salario mínimo o el techo para las subidas de los alquileres, favorece aún más el funcionamiento del tándem.

Tanto si Angela Merkel encabeza una gran coalición como si no después del 22 de septiembre, el Gobierno francés está convecido de que el resultado será positivo.

REINO UNIDO

Quien quiera que obtenga el poder en Berlín este mes no va a desvivirse para rescatar a David Cameron y su coalición azul y naranja con la versión británica del Partido Democrático Liberal alemán (FDP). Por mucho que los demócratas liberales británicos estén dirigidos por Nick Clegg, europeísta y políglota, este parece impotente en las discusiones sobre la política de la UE, que se han convertido en coto de caza privado que alimentan a la derecha conservadora. Y Cameron sacó a su partido del Grupo Popular Europeo de Estrasburgo en 2009, un acto de aislamiento que apartó a los tories de una gran red de poder dentro de la Unión.

Sin embargo, Alemania necesita que Gran Bretaña permanezca en la UE, como contrapeso a Francia y como Estado del norte del Europa, partidario de la austeridad y con una perspectiva comercial global, además de que conserva ciertos restos de influencia militar y diplomática. Y los británicos que no sienten la tentación de la idea de "abandonar Europa", sean del partido que sean, saben que necesitan a Alemania, el motor económico de la UE, su pagador y su áncora política en la crisis económica que aún sigue amenazando el endeudado flanco sur de la eurozona. Por supuesto, a Ed Miliband le gustaría que el 22 de septiembre ganara el rival socialdemócrata de Merkel, Peer Steinbrück, o que se deshiciera la coalición de la CDU/CSU con el FDP, un hecho que podría dar ánimos a los que desean separar a los conservadores y los demócratas liberales. Los laboristas y el SPD son almas gemelas a la hora de hablar de impuestos más altos para los ricos, mejores salarios para la mitad inferior de la creciente brecha económica alemana y muchas otras cosas. Una coalición rojiverde de centro-izquierda podría preparar el camino para que el Partido Laborista regrese al poder dentro de una coalición en 2015. Qué más quisiéramos, murmuran los laboristas que tienen más realismo. Steinbrück está atrapado en torno al 25% en la mayoría de las encuestas.

La aritmética alemana está seguramente muy ajustada, sobre todo si el FDP no logra alcanzar el umbral del 5% para entrar en el Bundestag. Sin embargo, ahora que, por fin, la economía de la eurozona empieza a recuperarse, es probable que lo que Merkel tenga que afrontar no sea más que, en el peor de los casos, otra gran coalición cn el SPD como en 2005-2009. A los votantes alemanes les gusta ese acuerdo —"existen pocas diferencias entre los dos principales partidos", dice un veterano observador alemán—, pero los británicos lo odiarían aún más de lo que odian la coalición liberal-conservadora desde 2010.

En agosto, Merkel habló en público de la necesidad de devolver ciertos poderes a los Estados miembros ("No tenemos por qué hacer todo en Bruselas"). Pero estaba hablando más de costes presupuestarios y eficacia económica que de reabrir los tratados de "una unión cada vez más estrecha" o devolver las competencias sobre leyes de empleo.

¿Puede beneficiarse el laborismo de la trampa que Cameron se ha tendido a sí mismo? En la situación actual, lo más seguro es que no. Miliband, que al principio se oponía a un referéndum sobre Europa, se está viendo obligado a pensárselo, so pena de salir electoralmente perjudicado entre unos votantes perezosos y desosos de culpar a "Bruselas" de todos los males que sufre Gran Bretaña.

El tímido consenso existente es que tratar de defender la necesidad de Europa al estilo discreto y razonable de los políticos alemanes da pocos votos.

ITALIA

Uno de los beneficios que la mayoría de Gobierno italiana espera obtener de las elecciones alemanas lo ha dilapidado ya, con toda imprudencia. El impuesto sobre bienes inmuebles, IMU, se ha anulado en 2013 sin tener una verdadera cobertura económica, con la esperanza de que antes de fin de año se manifiesten factores positivos imprevistos.

Entre los políticos italianos circula la idea de que a partir del 22 de septiembre será posible una nueva relajación de las normas europeas de equilibrio presupuestario. Según ellos, Angela Merkel se ha mostrado dura hasta ahora para no perder votos entre los electores más hostiles a los países más débiles de la Eurozona, pero dará muestras de realismo una vez reelegida.

La verdad es que las normas del Pacto Fiscal ya se han relajado de forma significativa, incluso para Italia. Después de los diversos resultados electorales en Alemania, lo único que podría abrir cierto margen sería que se produjeran a la vez una derrota del partido AfD, opuesto al euro, y una gran coalición CDU-SPD.

Más en serio, lo que beneficia a los intereses colectivos europeos es el objetivo declarado que se han fijado Enrico Letta y Fabrizio Saccomanni para el semestre de presidencia italiana de la UE (de enero a junio de 2014). Se trata de dar los pasos decisivos hacia una auténtica unión bancaria, una cuestión poco comprendida por la opinión pública, pero de una importancia crucial.

Dejando aparte el caso de Grecia, la inestabilidad de la eurozona la han provocado más los flujos de capitales privados que los endeudamientos excesivos de los Estados. Antes de la crisis, el dinero circulaba en abundancia en los países de mayores rendimientos, mientras que ahora se concentra demasiado en los países considerados más estables. Solo cuando, por ejemplo, los bancos españoles parezcan tan seguros como los austriacos desaparecerán las distorsiones que inhiben la iniciativa económica en los países débiles y bajan en exceso los tipos de interés en los países considerados seguros.

En este aspecto, la pregunta a los electores alemanes es distinta. Los sondeos no revelan que haya entre los votantes ninguna hostilidad hacia la unión bancaria (83% de opiniones favorables). El alemán corriente opina que las instituciones de crédito de los países débiles serán más seguras si están vigiladas por un organismo federal europeo.

Son los dirigentes alemanes los que se resisten a la unión bancaria. Existen demasiados vínculos entre un sistema bancario fragmentado y los poderes políticos locales. No es agradable sentirse observado por ojos extraños. Ante los electores, el rechazo se justifica por el peligro de que un sistema común cargue sobre el contribuyente alemán las fechorías de los banqueros de otros países.

En realidad, si los alemanes han soportado unos grandes costes, ha sido para sostener los bancos nacionales: casi 600 euros per cápita (apenas 80 euros en Italia). Por el contrario, la ayuda a los países débiles, hasta ahora, ha supuesto unos costes irrelevantes a la República Federal, aunque es cierto que implica riesgos en caso de que se rompa el euro. En el éxito de su industria Alemania tiene muchas cosas que enseñar, pero en el sector bancario, quizá, tiene mucho que aprender. La esperanza italiana es que esté dispuesta.

POLONIA

Hasta el invierno de 2007, cualquier acuerdo entre Berlín y Varsovia era solo una fantasía. Todo eso cambió tras la visita del primer ministro Donald Tusk a Berlín, que empezó a descongelar la relación entre los dos países. las élites alemanas trataban a Tusk como a un hombre providencial que iba a desviar a Polonia del camino equivocado. Ambas partes se mostraban comprensivas la una con la otra. Tusk dejó caer en el olvido el hecho de que el año anterior, en Berlín, los colaboradores de Angela Merkel le trataran de forma bastante brusca porque, al fin y al cabo, tanto él como su partido perdieron las elecciones. Por otro lado, los alemanes olvidaron las duras críticas con respecto al gasoducto ruso-alemán denominado Corriente Norte, en construcción en el Báltico, cuya inversión comparó con el pacto Ribbentrop-Molotov. En diciembre de 2007, esta clase de tono era cosa del pasado. Seis años más tarde, las relaciones entre Berlín y Varsovia son más buenas que nunca en la historia, los dos países trabajan en estrecha colaboración y reina la normalidad.

Varias circunstancias han propiciado el incremento de la confianza entre polacos y alemanes. Europa no tiene que preocuparse por el estado de la economía polaca ya que, de momento, Varsovia se enfrenta a la crisis con éxito. Hasta ahora, del otro lado del Oder se referían a una polnische Wirtschaft (economía polaca) como sinónimo de desastre. Eso ha cambiado.

A la hora de buscar a un socio en Europa, Merkel no tiene mucha elección. Los países que hasta ahora decidían conjuntamente la forma que debía adoptar Europa están sumidos en la crisis, o centrados en sus disputas políticas internas, o bien, como Gran Bretaña, barajando la opción de abandonar la UE. Polonia es el pilar del euroentusiasmo. Si hubiera adoptado el euro hace años, ahora tendría más que decir en la UE.

También es importante el hecho de que Merkel y Tusk se lleven bien y exista "química" entre ellos. Me pregunto si la debilidad que siente Merkel por Polonia se debe a su fascinación con el país, que empezó con sus viajes a Polonia en la década de 1980. O puede que el responsable sea su abuelo polaco. De todos modos, a la canciller y al primer ministro los une tanto el pasado (se criaron en una sociedad socialista) como la manera de hacer política. Los dos son pragmáticos hasta más no poder y despiadados con sus rivales.

Miguel González (EL PAÍS), Cécile Chambraud (Le Monde), Michael White (The Guardian), Stefano Lepri (La Stampa) y Bartosz T. Wielinski (Gazeta Wyborcza)

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