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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La sucesión de Chávez

El sexenio que comienza será decisivo para determinar la solidez de la propuesta del chavismo

 Las ideas, las doctrinas inmigran, viajan, atraviesan fronteras y en el proceso cambian, se hibridizan y aunque mantengan el nombre, no necesariamente el contenido, como destacó Edward Said (Travelling Theory). El gaullismo se mantuvo fiel durante un tiempo a su partida de bautismo y a una “cierta —y nebulosa— idea de Francia”, para acabar fundiéndose con la derecha de toda la vida. El neozapatismo está bastante olvidado, porque su progenitor, el comandante Marcos, ha abandonado la tarea o busca otros teatros donde representar su espectáculo. La sucesión del expresidente de Venezuela, Hugo Chávez, igualmente, tiene mucho que ver con la movilidad espacio-temporal del chavismo, en su encarnación bolivariana o socialista del Siglo XXI.

La obra de Chávez, como política de redistribución de la riqueza, empoderamiento de las capas desfavorecidas de la sociedad, y diatriba anti-norteamericana, cruzó rápidamente el Atlántico para encontrar valedores sobre todo en Francia y España. El filósofo y antiguo revolucionario Regis Debray fue defensor en los años 90 del neo-zapatismo, y en lo contemporáneo es un intelectual franco-español o hispano-francés, Ignacio Ramonet, quien con mayor vigor ha promovido la propuesta chavista. En España existe un reducido pero activo núcleo intelectual de matriz universitaria que ha creído recuperar la idea de una izquierda, nueva y transitable, en la figura del desaparecido líder bolivariano.

Tanto el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, como el boliviano Evo Morales hacen uso frecuente de los símbolos y las jaculatorias chavistas, que no son, sin embargo, esenciales para su permanencia en el poder

En la propia Venezuela ha sido tanta la densidad fervorosa con que se propagó el chavismo, que hasta el candidato de la oposición en las pasadas elecciones presidenciales, Henrique Capriles, derrotado por solo punto y medio por el edecán de Chávez, Nicolás Maduro, creyó conveniente darle a su campaña un si es no es de chavismo: la promesa de mantener y aún mejorar la labor social de las misiones cubanas. Pero el habitát natural de esa transmisión hay que buscarlo en los dos grandes socios bolivarianos de Venezuela: Ecuador y Bolivia. Tanto el presidente ecuatoriano Rafael Correa como el boliviano Evo Morales hacen uso frecuente de los símbolos y las jaculatorias chavistas, que no son, sin embargo, esenciales para su permanencia en el poder. El primero arrasó en las presidenciales y legislativas del pasado 17 de febrero, y el segundo ha obtenido del Tribunal Constitucional venia para presentarse a un tercer mandato en 2014. Pero en ambos casos, el viaje del chavismo se topa con accidentes difíciles de sortear.

Nada de lo actuado por el jefe del Estado ecuatoriano puede, estrictamente hablando, calificarse de construcción del socialismo, sino de nacionalismo reformista modernizador. Una diferencia, por demás capital, se alza entre Chávez y Correa. El venezolano era anti-occidental, y especialmente anti-norteamericano, mientras que el guayaquileño le sostenía de manera solo litúrgica en ambas operaciones. Rafael Correa no es anti-español, y es probable que únicamente la intemperie que arrecia cuando el espantajo a combatir sea Washington, haya hecho que se enfundara el ropaje chavista. Pero no duda el Departamento de Estado que no está hecho de la misma pasta que el presidente fallecido. Y el caso de Morales resulta aún más cogido por los pelos. Es posible que el comunalismo pre-colombino del exlíder cocalero anticipe algún tipo de colectivismo agrario, pero el icono de Bolívar no encuentra fácil acomodo en el panteón indianista, porque el Libertador tiene que ser a sus ojos un español americano que, cualquiera que fuesen sus mejores intenciones, se limitaba a liberar al mundo criollo de la dominación de España, dejando a la espera a la población autóctona o afro-descendiente. El chavismo era imposible de trasplantar a la amazonia o al altiplano porque la revolución —o cualquiera que sea el nombre que se le dé—, no se basaba en un cambio de las estructuras productivas, sino en un vuelco emotivo de la sociedad venezolana (La Revolución Sentimental, Beatriz Lecumberri), de características nacionales virtualmente irrepetibles.

El bloque bolivariano ha desmejorado considerablemente en los últimos años. En 2009 cayó Manuel Zelaya en Honduras y el año pasado Fernando Lugo en Paraguay, ambos alfiles del anillo exterior del chavismo, y cuesta ver al nuevo presidente, Nicolás Maduro, como sucesor a parte entera del exteniente coronel. En 2013 ha habido elecciones presidenciales en Ecuador, Venezuela y Paraguay, y de aquí a 2019 la totalidad de América Latina renovará legislativo y ejecutivo, con lo que este será, como subraya el analista Daniel Zovatto: “un sexenio decisivo para determinar la solidez de la propuesta chavista, así como la sucesión, si la hay, a la cabeza del movimiento”. El bloque de esa izquierda anti-imperialista no pasa hoy de un chavismo light.

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