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El globo de Hollande se desinfla tras solo diez meses en el poder

Los socialistas superan una moción de censura, pero el presidente y el primer ministro se hunden en las encuestas

El presidente francés, François Hollande, con su exministro de Hacienda Jerôme Cahuzac el 4 de enero.
El presidente francés, François Hollande, con su exministro de Hacienda Jerôme Cahuzac el 4 de enero. MIGUEL MEDINA (AFP)

“Este Gobierno marcha con determinación hacia el abismo”. Eso ha dicho este miércoles el líder de la derechista Unión por un Movimiento Popular (UMP), Jean-François Copé, durante el debate de la moción de censura presentada por su grupo contra el primer ministro, Jean-Marc Ayrault, en la Asamblea Nacional. Como se esperaba, la moción fue cómodamente rechazada por los socialistas gracias a su mayoría absoluta. Pero la sesión ha servido para poner de relieve la debilidad política de un Ayrault cada vez menos convincente y para ahondar la herida de François Hollande, que vive sus horas más bajas a los diez meses de llegar al Elíseo.

Todos los sondeos reflejan que el pinchazo de la esperanza del cambio ofrecido por Hollande durante la campaña electoral es absoluto. El presidente, que empezó su mandato con un 65% de apoyos, ha perdido en los últimos meses más de 30 puntos de popularidad. Tras un ligero repunte por el inicio de la guerra de Malí, los indicadores de confianza se han hundido de nuevo y las comparaciones resultan cada día más desagradables para Hollande. Incluso el retirado Nicolas Sarkozy, y Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, obtienen mejor valoración que el líder socialista, al que ya solo apoyan el 30% de los votantes.

Los últimos desencantados, subrayan los politólogos, son los electores situados más a la izquierda en el arco ideológico. Hollande, que prometió rebajar el gasto público en 60.000 millones de euros en cinco años cuando llegó al poder, no ha sido capaz de mejorar los datos de paro, crecimiento y déficit, y pese a todo planea dirigirse al país por televisión en los próximos días para anunciar nuevas medidas “dolorosas” —entre ellas la reforma de las pensiones—.

Cuando entró en escena en mayo pasado, Europa recibió al presidente “normal” como el gran defensor del crecimiento y de la justicia social, y él mismo se declaró acérrimo enemigo de la austeridad. Pero la recesión que recorre el continente y la parálisis impuesta por Alemania en Bruselas han dejado a Hollande sin argumentos en casa y en Europa, como se pudo ver en la rendición de Francia durante la reciente negociación del torpe rescate de Chipre.

Con su táctica del avestruz, diciendo una vez que sí en junio y ‘nein’ en todas las demás ocasiones posteriores, la canciller Merkel ha desarbolado las intenciones de Hollande, y las esperanzas de un cambio real que albergaban tantos franceses —y muchos europeos— cuando las elecciones terminaron con la pareja Merkozy se han desvanecido por completo.

Con el paro sobre el 10%, una cota no superada en casi 20 años; un desempleo juvenil superior al 24%, y una presión fiscal tan elevada que ya no parece factible subirla más, la economía francesa es hoy la imagen de la atonía (crecerá el 0,1% este año, si la cosa va bien), mientras los ERE se suceden en la industria y el descontento social se extiende por el país.

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Francia está viendo con creciente aprensión los primeros casos de suicidios de parados ante las oficinas de Empleo, y aunque Hollande predica socialdemocracia, lo cierto es que su Gobierno se limita a aplicar una tras otra las recetas neoliberales que Berlín lleva tiempo imponiendo a los socios incumplidores del sur. “Mi rigor…”, ha dicho hoy Ayrault para empezar sus frases una docena de veces, tratando de dar la vuelta al apodo de Señor Rigor con el que le ha etiquetado la izquierda de la izquierda.

Por si le faltaran malas noticias, el martes Hollande recibió un revés político que deja muy tocado a su equipo económico. La renuncia de uno de los ministros más competentes del Gabinete, clave de su política económica y fiscal, el titular de Presupuesto (Hacienda) Jérôme Cahuzac, que se vio forzado a dimitir tras verse acorralado por la investigación judicial que le considera sospechoso de haber mantenido una cuenta secreta en Suiza durante años y de haberla trasladado a Singapur en 2010.

Aunque Cahuzac ha negado durante tres meses las revelaciones de la página web Mediapart, el paso del tiempo solo ha empeorado su situación su credibilidad, y ahora no solo afronta una posible imputación por blanqueo de dinero y fraude fiscal, sino que los jueces sospechan que cobró fondos ilegales de la industria farmacéutica cuando ejercía como cirujano de implantes capilares.

La oposición conservadora, rota en dos mitades desde las fraudulentas primarias del pasado otoño, ha tenido tiempo de recomponerse y hoy ha aplaudido compacta el discurso de Jean-François Copé. Con una mezcla de realismo, algunas verdades, unas gotas de demagogia y un tono catastrofista, Copé ha acusado a Hollande de haber incumplido sus principales compromisos (mejorar el paro en 2013, cumplir las previsiones de déficit, e impulsar el crecimiento en Francia y Europa), le ha dicho que ha sumido al país en el “hundimiento económico y moral”, y ha criticado una política fiscal “sin precedentes”, que supuso una subida de impuestos de 32.000 millones en 2012.

“En solo diez meses en el poder, aquí están ustedes, resignados. Cansados. Sin aliento. Cortos de ideas”, resumió Copé, que ha llegado a proponer un Gobierno de unidad nacional “para devolver la confianza a los ciudadanos”. Según la oposición, los socialistas se equivocan de diagnóstico, administran la mala medicina y su cura está empeorando al enfermo. Y el ejemplo debería ser Alemania: “Ellos también forman parte de la viaja Europa. Lo que puede Alemania, lo puede Francia, e incluso podríamos hacerlo mejor. Pero hace falta un gran diseño político”.

Hundido en las encuestas a un nivel muy parecido al de Hollande, el primer ministro Jean-Marc Ayrault se defendió como pudo del chaparrón, y dejó una frase que sonó grotesca dadas las circunstancias: “Sé dónde voy”.

Su discurso, lleno de buenas intenciones y declaraciones voluntaristas, mostró la misma falta de credibilidad e imaginación que atenaza a los gobernantes europeos. Ayrault defendió el rigor por sentido de la responsabilidad, y solo sonó convincente cuando atacó a los conservadores recordando que en diez años no hicieron las reformas que Francia necesitaba.

“Nosotros trabajamos por Francia. Ustedes siembran el miedo, el populismo, la demagogia, e invocan un día el modelo alemán, otro el inglés, e incluso algunos días el ruso. Nosotros creemos en el modelo francés, en la República. Y sabemos que tenemos que encontrar un nuevo modelo. Pero la solución no es cerrar las fronteras, buscar chivos emisarios por todas partes, renunciar a la fraternidad y a la igualdad y encerrarnos en nosotros mismos agitando ideas ultraconservadoras que solo conducen a la parálisis. El nuevo modelo consiste en modernizarnos, en reformar el país. Y debo decirles que sé dónde voy, dónde quiero llegar y dónde estará Francia al final de este quinquenio”.

Como novedades, Ayrault prometió aprobar antes del verano tres proyectos de ley: uno para acabar con la acumulación de cargos (“tú has acumulado toda la vida, Ayrault”, gritó un diputado de la UMP); otro para poner un techo a los salarios en las empresas privadas y una modificación constitucional para que Francia sea una República social.

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