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Berlín impone la unión bancaria y más medidas a largo plazo

La cumbre de la UE convalida el primer paso hacia la unión bancaria y condiciona la aprobación de estímulos europeos anticrisis a la firma de contratos con Bruselas para hacer reformas

Foto: atlas | Vídeo: Atlas
Claudi Pérez / Miguel González

“Europa corre el riesgo de empezar a parecerse peligrosamente a una creditocracia”. El peligro de que acaben mandando demasiado los países ricos —los acreedores del Norte, con la inevitable Alemania a la cabeza— es una de las grandes preocupaciones de la prima donna de la política europea del momento, Mario Monti, a quien el ala derecha del continente ungió ayer como el candidato que Italia, que Europa necesita. Monti pone el dedo en la llaga. Porque manda Alemania: en la política financiera, en la política económica y en la política a secas. La cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE arrancó en la capital europea para convalidar los primeros balbuceos de la unión bancaria, de clara inspiración germana, aprobados la víspera por los ministros de Economía y Finanzas de los Veintisiete. El método alemán, que consiste en obligar a tragar una austeridad estricta a todo el continente, se ha impuesto definitivamente a pesar de que no está funcionando en el corto plazo, con la eurozona en recesión y el Sur adentrándose en una peligrosa depresión social. ¿Algún atisbo de viraje, al menos en el largo plazo? El diktat de Berlín era ayer evidente también en la gran mayoría de las propuestas de largo aliento que abordaron los líderes para solucionar los errores de diseño del euro, a propuesta del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy.

Al final hubo una mínima concesión: los países que firmen contratos con Bruselas para hacer reformas dispondrán a cambio de un mecanismo de estímulo -todavía muy difuso- para amortiguar el impacto recesivo de los recortes. Para eso habrá propuestas a mediados de 2013, aunque los fondos anticrisis no llegarán en ningún caso a sus destinatarios hasta 2014, cuatro años después del arranque de la crisis fiscal europea.

Por primera vez en la historia, Alemania es el líder único y prácticamente indiscutido de la UE, y empieza a sentirse cómoda con ese papel: la advertencia de Monti sobre la creditocracia no se tradujo ayer en oposición en el consejo. Francia, débil y prácticamente desaparecida, tampoco fue capaz de ejercer de contrapeso. Y el resto de grandes economías, la propia Italia y España, más débiles aún, no consiguen armar un frente común para reescribir o al menos matizar esa narrativa germánica que domina Europa.

La prueba más patente de todo eso es la unión bancaria. Los líderes dieron un paso decisivo en la supercumbre de junio con una propuesta que consistía en crear un supervisor común —el cada vez más poderoso Banco Central Europeo (BCE)— para todos y cada uno de los 6.000 bancos de la eurozona, con capacidad para recapitalizar directamente las entidades con problemas —y romper así el círculo vicioso que vincula la crisis financiera y la crisis fiscal: la basura de los bancos acaba alojada en las tripas de la deuda pública, como se está viendo en España y antes sucedió en Irlanda— e incluso con un fondo de garantía de depósitos común y un fondo de resolución de bancos común. Un salto adelante estratosférico. Los ministros de Finanzas bajaron ayer de la luna ese acuerdo: el BCE supervisará unos 150 bancos de los 6.000. Serán al menos tres por país, los que tengan más de 30.000 millones en activos, aunque el peso relativo de esas entidades sobre el conjunto del sistema financiero es notable: en el caso de Francia y España, por ejemplo, el Eurobanco supervisará más del 80% del sector.

Se trata de un paso adelante, desde luego: de un buen primer paso, probablemente el más fácil en ese largo camino que será la unión bancaria, que debería estar lista en marzo de 2013. “Pero aún hay sobre la mesa asuntos espinosos”, resumió el economista jefe de Barclays, Julian Callow.

Las dudas que despierta el acuerdo son numerosas. Se supone que 5.850 bancos seguirán bajo la órbita de los bancos centrales nacionales, tal y como quería Alemania, cuyos bancos locales y regionales están cargados de activos tóxicos. Pero el BCE se guarda un as en la manga: podrá controlar los bancos más pequeños cuando tenga indicios de que algo va mal, en casos razonables y bajo circunstancias “particulares”, aún por decidir. En el caso de la recapitalización directa de bancos, el acuerdo abre la posibilidad de hacerlo por vía urgente a través del fondo de rescate europeo, pero Alemania dejó claro ayer de que es difícil, muy difícil que eso suceda: habrá una propuesta a mediados del año que viene, y al final eso no será posible para 2014, indicó pasadas las dos de la madrugada el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. Finalmente, también habrá un fondo de resolución de bancos, para facilitar el cierre de entidades: pero llegará también relativamente tarde, de nuevo en 2014. No hay rastro del fondo de garantía de depósitos común: únicamente se armonizarán los fondos nacionales. “No se puede sobreestimar la importancia de este acuerdo”, dijo ayer la canciller Angela Merkel, siempre dispuesta a bajarle los humos a Europa: el comisario Michel Barnier, por contra, hablaba el día anterior de "acuerdo histórico". ¿Para quién? “Hemos logrado asegurar las peticiones fundamentales de Alemania”, aclaró Merkel.

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Y sin embargo la propuesta es relativamente favorable para España, con la credibilidad del sistema financiero en entredicho desde hace tiempo. Y sobre todo elimina la posibilidad de un huracán en los mercados, que los expertos temían si al final no había acuerdo. Tras los algo más de 40.000 millones de euros que ha solicitado ya España, si finalmente la banca necesita más dinero —algo en absoluto descartable— podrá beneficiarse de la recapitalización directa de bancos (esto es: sin que eso suponga engordar aún más la deuda pública española)... si el sector aguanta hasta 2014.

En las cancillerías de Berlín se oye una y otra vez una letanía: “Europa necesita solidaridad, pero primero necesita solidez”. Más allá de la unión bancaria, la hoja de ruta de Herman Van Rompuy parece escrita con esa sentencia como leyenda: se trata de nuevas medidas para profundizar en la gobernanza económica y en la unión política, con propuestas como los contratos entre la Comisión Europea y los países del euro para que éstos apliquen a rajatabla las reformas y recortes necesarios. Más palo, y de momento un mínimo rastro de la zanahoria necesaria para que algunos países puedan vislumbrar la luz al final del túnel. Van Rompuy hizo saltar las alarmas de Berlín cuando incluyó en ese nuevo paquete lo que eufemísticamente Bruselas denomina “capacidad fiscal”: una suerte de estímulo de la eurozona, financiado en principio con impuestos (quizá un IVA europeo, quizá la tasa de transacciones financieras), y que a cambio de cumplir sin mácula con los tijeretazos incluidos en los citados contratos sirva para compensar a las economías que más lo necesiten. La propuesta definitiva llegará a mediados de 2013, y su aplicación se espera para 2014, que parece destinado a ser el año en el que confluyan todas las soluciones a esta crisis.

Alemania se asegura así un calendario lo suficientemente holgado, y un compromiso lo suficientemente difuso para las ayudas; en cambio, apuntala todavía un poco más la austeridad: por contrato, nada menos, apenas unos meses después de prohibir en las constituciones la posibilidad de incurrir en déficits públicos. Al cabo, como advirtió Monti a primera hora, en un desayuno en la sede de un conocido think tank bruselense, manda la creditocracia. Manda Alemania.

"Este año ha sido bueno y este consejo también", dijo escuetamente el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a su salida de la cumbre. Este año, su primer año al frente del Ejecutivo, es el del rescate a la banca a cambio de duras condiciones, el del paro cabalgando ya por encima del 25%, el de las sucesivas subidas de impuestos que no estaban en su programa electoral, el recorte de todo tipo prestaciones y finalmente el de la congelación de las pensiones.

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Sobre la firma

Claudi Pérez / Miguel González
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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