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MIRADOR
Columna
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Resurrección

Nada tiene más éxito entre nosotros que el éxito. Y nada se merece más el fracaso que el fracaso

David Trueba
Cola para comprar lotería de Navidad en la Puerta del Sol de Madrid.
Cola para comprar lotería de Navidad en la Puerta del Sol de Madrid.Samuel Sánchez

Si hoy es martes, hay razones para el desasosiego. En los últimos tiempos no hay semana en que falte noticia de la extrema pobreza en que viven algunos españoles. No ha provocado escándalo la muerte de dos hombres que sobrevivían dentro de una furgoneta. Al parecer, la estufa que utilizaban para calentarse en las noches de frío terminó por envenenar el aire de su refugio improvisado. Antes fue una anciana que iluminaba su casa con velas y cada día historias anónimas de precariedad y desamparo. Son noticias de un tiempo cruel, que no reciben el sobrenombre de lunes negro o martes negro, y mucho menos de viernes negro, que viene a significar exactamente lo contrario, una invitación a consumir para demostrarte que estás vivo. En el país europeo que más dinero gasta en cocaína, hablar de los pobres es crítica fácil, ser el aguafiestas en la recuperación de unas décimas en la prima de riesgo. Así que mejor dejarlos de lado y que se arreglen como puedan.

La Constitución española encierra un enorme peligro dentro. Incluso entre su prosa atiborrada de prudencia y cálculo para hacer sostenible un país que venía de la corrupción absoluta y soñaba con alcanzar los ideales democráticos de la región, se cuelan principios rotundos sobre la dignidad del ciudadano. Vivienda, trabajo, protección social e igualdad de oportunidades están siendo quebrantados sin que los constitucionalistas se muestren ofendidos. En un país que es indulgente con sus evasores fiscales y comprensivo con la élite que desvía ingresos a paraísos fiscales, no es extraño que los pobres resulten molestos. Nada tiene más éxito entre nosotros que el éxito. Y nada se merece más el fracaso que el fracaso. Al menos esto es lo que transparentan nuestras admiraciones. Se presenta a las elecciones un millonario y sale presidente. Si se presentara un pobre honesto, no lo votaría nadie.

Crece la línea de espera para comprar los números de lotería en los quioscos más señalados. Convertida ya la Lotería no tanto en una superstición, sino, tras ser revestida por la publicidad de pátina humanitaria, en la expresión única de la justicia a la que podemos aspirar. La caridad es tan socorrida que hasta los timadores han empezado a recurrir a enfermedades raras de un hijo y tratamientos caros en Houston, como antes los pillos recorrían los cafés pidiendo dinero para enterrar al bebé muerto. Puede que sea Navidad, pero entre corazones de piedra sigue vigente lo que escribía Tolstói, que los hombres consideran sagrado e importante solo aquello que inventan para dominarse unos a otros. Y eso que no conoció el teléfono móvil.

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