_
_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fábula

No es difícil transponer al decadente Donald Trump a ese banquete, e imaginarlo ahí, rodeado de reinas de belleza y siniestros compinches zalameros exhortándolo a comprarse la silla imperial

Mujeres al borde de las lágrimas aclamando a Donald trump.
Mujeres al borde de las lágrimas aclamando a Donald trump. Jonathan Ernst (REUTERS)

Decía Joyce que la historia es una pesadilla de la que estamos tratando de despertarnos. Puede ser. En mis pesadillas vuelve con insistencia un día del año 193 en que tuvo lugar la subasta más bizarra de la historia. Se subastaba el Imperio Romano. Unos guardias pretorianos habían asesinado al emperador Pertinax y el trono había quedado disponible al mejor postor. El día de la subasta, el magnate decadente Didio Juliano estaba en un banquete de pocos dioses y muchas libaciones. Ahí lo encontraron su hija y su esposa, Didia y Manlia, y se lo llevaron a la subasta. Envalentonado por el alcohol y las porras, se plantó frente a la escena y fue ofreciendo: “5.000 dracmas, 6.000…”. Hasta que ganó. Se llevó el imperio por 6.200 dracmas.

El historiador Edward Gibbon describe así las horas posteriores al asenso de Juliano: “… Mandó aderezar un espléndido banquete, y luego se entretuvo hasta muy tarde con los dados y con las gracias de Pílade, un bailarín de renombre. Se advirtió, sin embargo, que una vez retirado el tropel de aduladores, cuando quedó en soledad con sus amargas reflexiones, sin duda estuvo recapacitando acerca de (…) la incierta y arriesgada posesión de todo un imperio, que no había ganado por sus méritos, sino por medio de su riqueza”. Juliano tenía razón en estar preocupado. Enseguida, varios ejércitos le declararon la guerra (entre ellos, el de Siria). Su mandato duró solo dos meses y empezaron años de profunda crisis del imperio.

Aunque este episodio histórico es real, tiene aire de pesadilla. Mejor: de fábula admonitoria. Y es tan pertinente a nuestros días que inquieta. No es difícil trasponer al decadente Donald Trump a ese banquete, e imaginarlo ahí, rodeado de reinas de belleza y siniestros compinches zalameros exhortándolo a comprarse la silla imperial. (¿Cómo habrá sido la escena en la que se decidió y pactó que el magnate de bienes raíces intentaría comprar el país entero?). Es fácil imaginar a las ambiciosas aspirantes a “Augustas” Melania e Ivanka, como Didia y Manlia, custodiándolo en la subasta —un evento no muy distinto de estos meses de campaña—, y verlo a él avanzar en su delirio, infatuado por los vahos de la arrogancia y sed de poder, hasta el momento de la compra. Y aunque cada vez parece menos probable que este Juliano infernal sea responsable de que se cumpla la pesadilla histórica del eterno retorno, no hay que dar por hecho nada. Porque la escena posterior —la noche oscura del villano solitario que se da cuenta demasiado tarde de lo que ha hecho— es un final que ya está escrito.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_