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Tentaciones
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¿Qué diferencia una mujer que ha sido madre de la que no lo ha sido?

Por el derecho a no ser una 'buena madre' ¿De verdad la maternidad es para tanto? No, no lo es. Desmontamos algunos mitos sobre tener hijos...

Madonna, un enésimo caso de madre cuestionada por todos por su relación con su hijo, el adolescente Rocco.
Madonna, un enésimo caso de madre cuestionada por todos por su relación con su hijo, el adolescente Rocco.vía Instagram

Desde hace ya algunos años soy madre. Hay gente que me dice “no pareces una madre”, y yo me pregunto para mis adentros qué aspecto tiene una madre. Supongo que debería cortarme el pelo y vestir del Carrefour para “parecer una madre” para esa gente. Yo tampoco me siento madre, al menos no todo el rato. De hecho incluso me aprovecho de ello, y cuando ligo con un veinteañero de esos obsesionados con las milfs (mother I’d like to fuck) y me pregunta, rápidamente contesto: “Sí, tengo dos hijos”. Y no se hacen una idea de lo bien que funciona entre ese sector ser madre. Me lo llegan a decir cuando yo era veinteañera (y no madre) y no me lo hubiera creído.

Alguno, después de un coito, me ha llegado a decir “no se nota nada que hayas tenido hijos”. Me hace pensar sobre qué entienden -qué entiende la gente- por ser madre: ¿Que he de padecer una infinita dilatación vaginal para el resto de mis días? ¿Que mi cuerpo tiene que responder de una forma determinada y diferente? De verdad, no lo sé.

"No sé en qué se diferencia una madre de una mujer que solo es hija. Yo no me noto ninguna diferencia".

No sé en qué se diferencia una madre de una mujer que solo es hija. Yo no me noto ninguna diferencia. Por supuesto, está la experiencia vivida. Pero si no hubiera vivido la maternidad, supongo que habría nutrido con otras cosas mi vida. No tengo forma de saberlo. Por eso no alcanzo a entender la trascendencia que últimamente tiene esto de la maternidad. Florecen artículos cuestionando todo de uno y otro lado. Por supuesto es una cosita jevi esto de tener descendencia. (Y si no se tiene pareja, como en mi caso, ya se convierte en una experiencia loquísima). Pero así, entre ustedes y yo: no es para tanto. De verdad que no.

¿Qué son tres o cuatro años pendiente de nuestros cachorritos? Nada, se lo aseguro. Miento. Es mucho, es guay, es felicidad. Pero, vamos, que no es para hacer bandera de ello. También soy escorpio o vegetariana, pero mi vida no se define solo por eso.

Lo que pasa es que vivimos en una sociedad mercantil y capitalista que necesita poner nombre, estereotipar y definir cada cosa que vivimos. Y al perder la unión tribal que antaño existía entre varias generaciones, vivimos desconectadas (y desconectados) de nuestra propia naturaleza. No estamos habituados a ver amamantar, pero sí al vagón silencio del AVE. No conocemos los tipos de llanto de un bebé pero distinguimos cada ingrediente de una experiencia gourmet. A nadie se le ocurre oler a un recién nacido para relajarse, pero sí pagar por una sesión de yoga. Y claro, nuestras prioridades (convenientemente disfrazadas de liberación) entran en conflicto con la maternidad, una especie de maldición imposible de gestionar en nuestro civilizado mundo.

Internet está lleno de consejos, teorías y expertos en maternidad. Hay auténticas guerras sobre crianza, conciliación laboral o pediatría. Hay incluso una batalla abierta entre las llamadas buenas madres y las malas madres, que en realidad enmascara unos intereses perversos por enfrentar, dividir y designar a las mujeres que han decidido tener hijos. (Con patrocinios y marcas mediante, claro). Por eso, gracias a esta sinrazón, nos parece normal que las madres se obsesionen, que cuelguen fotos de sus bebés, que sufran por cada detalle, que se echen una responsabilidad imposible a las espaldas. Porque se nos vende la maternidad como un yugo muy bonito en el que tenemos que sufrir un montón “pero compensa”. Pues miren, no.

"Daría la sensación de que es cierta esa tontería de que 'ser madre te cambia la vida'. Yo creo que cambia si no se tiene una vida previa".

Yo soy madre y reclamo mi derecho a vivirlo sin agobios. Sin juicios. Sin sufrimiento. Porque si no fuera madre estoy segura de que sería exactamente igual de feliz. No soy una víctima, no vivo en la India, violada y sin voluntad. Elegí tener hijos como podía haber elegido tener peces de colores o estudiar arquitectura. He pasado noches en vela, hospitalizaciones infantiles, besos, abrazos y también mucha incomprensión. Claro que, en otras áreas de mi vida, también he vivido todo tipo de experiencias que me han hecho crecer. Y me han hecho ser lo que soy. Madre y no madre. Sin más.

A veces, echando un ojo a la prensa, a las amigas o a las redes sociales, daría la sensación de que es cierta esa tontería de que “ser madre te cambia la vida”. Yo creo que cambia si no se tiene una vida previa porque, de repente, tenemos una preocupación que llena todo. En esos casos, las vidas se vuelven obsesivas, pequeñas y yermas. Y se llega a cierta edad vacía, porque nos hemos volcado en una sola cosa sin cultivar ninguna otra. Y eso sí que es una tragedia. También es triste que las madres que se creen liberadas ataquen a las que desean quedarse en casa con sus bebés, eligiendo una opción humana y consciente. Basta ya de juicios, y exigencias, por favor… Si sacamos el jugo de esos primeros años de maternidad, si aprendemos de nuestro bebé, si nos lo colgamos de un pañuelo y no lo soltamos, les aseguro que poco a poco sacaremos tiempo y ganas para usar las manos en otras cosas. Todo es más fácil y natural que como nos lo pinta la cultura de nuestros días.

En apariencia soy una madre despreocupada. Me da igual que mis hijos vayan monísimos vestidos o estén sucios con restos de chocolate en la boca. Jamás les he castigado y siempre han hecho lo que les da la gana. Creo en eso llamado “apego”: en el amor, respeto y el cariño como vínculo principal entre humanos. Confeccioné el calendario de vacunas según creí conveniente, di el pecho a demanda durante años, cancelé cientos de eventos, series y planes de mi agenda… También les dejé al cuidado de todo tipo de gente para salir a por un jornal. Y siempre me he sentido juzgada. Pediatras, amigas, parejas, familia y la vecina del quinto. Todos se arrogan el derecho a opinar sobre mi maternidad. Y todo porque en lugar de adaptar la crianza de dos criaturas a esta locura de vida, he vivido mis días improvisando según mis propias apetencias. Sin culpas rarunas, con mucho insomnio y muchas risas también. Sin saber conducir, sin trabajo estable, sin horarios ni normas. Me he adaptado yo. (A mi maternidad, al sistema intento que sea lo mínimo). Como he podido, he sabido y he creído conveniente. Y equivocándome un montón, claro.

Internet está lleno de teorías y reglas imposibles, pero también en internet he encontrado comunidades de madres maravillosas, foros de conexión que sirven para recuperar el relato tribal, el desahogo, el ánimo… El patio vecinal entrañable donde nos reunimos las “madres desastre” juzgadas y felices, que hemos elegido voluntariamente nuestro status. Y nos reímos mucho cuando otros se piensan que esto es una condena o un horror. Y mucho más cuando nos tachan de ñoñas por creer en el amor como principal instrucción en la crianza.

"Aunque me llamen 'mala madre', irresponsable, loca o incoherente, voy a seguir obviando los juicios ajenos, porque me dan igual".

Ser madre es un shock. Como la primera vez que se prueban las drogas, o como cuando viajamos a una cultura diferente. Pero nada más (y nada menos). Las madres hacemos las cosas bien, porque tener hijos en sí no reviste maldad alguna. Es el sistema el que está equivocado y lo hace mal con nosotras. Así que aunque me llamen 'mala madre', irresponsable, loca o incoherente, voy a seguir obviando los juicios ajenos, porque además de que me dan igual, tampoco son tan importantes. Tengo miles de cosas en qué pensar, y solo una de ellas es la maternidad.

Lo bueno del apego es que crea individuos independientes y curiosamente desapegados. Hoy tengo unos hijos preadolescentes que entran y salen de casa con sus propias llaves, que eligen cómo vestir, denuncian los casos de acoso escolar, hacen demasiados deberes y siempre les digo que tienen que jugar más. Y yo… Yo no soy una madre que sufre. Yo gozo. Con mis hijos sucios y desastrados o con un veinteañero en la cama.

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