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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Eurozona estancada

El parón del crecimiento y la baja inflación exigen una respuesta europea conjunta

El estancamiento de la economía de la eurozona en el segundo trimestre de este año es una llamada de atención muy seria a las políticas que se están aplicando o recomendando en la fase de recuperación desde los propios Estados europeos y desde Bruselas. La vuelta de caídas trimestrales del PIB en Alemania e Italia (-0,2% en ambos casos), junto con el parón de Francia, sugieren que la fase de recuperación puede sufrir una grave regresión y convertirse en una recaída si no se adoptan las medidas económicas y monetarias que requiere tan inquietante situación. La zona euro vive en un escenario de crecimiento estancado con una tasa de inflación muy baja, cuyas consecuencias ya están a la vista: dificultades para reducir el endeudamiento y el desempleo, rentas más bajas y probabilidad de empeoramiento de las condiciones financieras públicas y privadas.

El Fondo Monetario, Bruselas y el BCE han alertado de forma persistente sobre la debilidad del crecimiento europeo; debilidad agravada además por la guerra comercial con Rusia y las tensiones energéticas latentes en los conflictos de Irak y Libia. Las estadísticas del segundo trimestre indican que la debilidad afecta al propio corazón de la eurozona (Francia y Alemania), mientras que España o Portugal alcanzan crecimientos intertrimestrales del 0,6%. El análisis parcial, es decir, el que consiste en celebrar lo bien que les va a los periféricos y lo mal que lo están pasando los países centrales, es incorrecto. Alemania y Francia, se quiera o no, actúan o deben actuar como polarizadores del crecimiento del resto del área; si se estancan o caen, la recuperación en España y Portugal resultará dañada. La exportación española, debilitada en los últimos meses, queda muy expuesta por la debilidad alemana.

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Lo que debe hacerse en este momento parece claro en términos económicos, pero es difícil de articular en términos políticos para el conjunto de Europa. Las políticas de restricción a ultranza del gasto público ya no tienen sentido (si es que lo tuvieron alguna vez); el crecimiento debe fundarse en el consumo y en el ahorro; uno de los objetivos prioritarios debe ser el recorte de la deuda y tiene cierta urgencia corregir la baja inflación (que obstaculiza, entre otras cosas, el pago de la deuda).

Todo esto exige una respuesta europea; las acciones parciales de los Estados no enderezarán la situación, incluso aunque acierten con sus políticas fiscales. La amenaza de un estancamiento con baja inflación, que ya no es una hipótesis lejana, es una de las razones por las que cabe pedir una implicación mayor del BCE en las políticas no convencionales. Hay que insistir en que las decisiones monetarias heterodoxas no pueden demorarse mucho más.

En este entorno de parálisis, la posición correcta del Gobierno español consiste de entrada en abandonar la carrera desbocada por subir cada semana las previsiones de crecimiento. La deuda (por las nubes, un billón de euros), la inflación (por los suelos, igual que el ahorro) y el desempleo no autorizan tanto rapto de optimismo.

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