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Retrato robot del consumidor ‘colaborativo’ español

Hombres y mujeres usan por igual la fórmula, pero cada uno lo hace en sectores diferentes

Consumidor colaborativo = ciudadano empoderado. Tal es la fórmula. Sobre su perfil en España se sabe, de entrada, que el género no parece relevante. El 79% de los hombres entrevistados afirma haber compartido algún servicio o algún bien en algún momento de su vida, cifra que baja solo hasta el 73% cuando se trata de las mujeres, según el estudio más reciente sobre el sector, titulado Tendencias del Consumo Colaborativo en España, realizado por Avancar. Se revelan en cambio diferencias en cuanto a los objetos que se comparten: los hombres se centran en artículos de consumo como coches de lujo o smartphones, mientras que las mujeres lo hacen en bolsos, joyas o ropa de marca.

En lo que se refiere a la edad, la franja que más se ha abonado a la tendencia son las personas entre 35 y 44 años. Según Albert Cañigueral, experto en consumo colaborativo y miembro de la comunidad Ouishare de Barcelona, el público natural está en realidad entre los más jóvenes por el hecho de que tienen mucha cultura digital. Por comunidades, madrileños y catalanes encabezan la clasificación, ya que el 81% y el 77% de los encuestados respectivamente afirman haber alquilado o compartido algún bien o servicio alguna vez. En lo que se refiere a los motivos, el 64% confiesa que le mueve el deseo de ahorrar dinero y un 21% no tiene reparo en explicar que utiliza el dinero para pagar deudas.

Los beneficios económicos parecen pesar más, de momento, que la convicción sobre las bondades del nuevo modelo económico y de consumo. Aunque, según Cañigueral, las motivaciones económicas dejan paso con el tiempo a otras consideraciones. "Lo que hace que la gente repita este tipo de consumo son los aspectos más sociales e intangibles como el sentimiento de pertenencia a una comunidad o las relaciones personales que se crean". Es igualmente cierto que la percepción sobre el consumo está cambiando en general entre los españoles. Cañigueral da un buen ejemplo: "Hace unos años tener dos casas y tres coches era sinónimo de éxito. Ahora una persona con dos casas y tres coches se empieza a ver como un malgastador".

Más allá de las cifras y los porcentajes que aportan los estudios, ¿cómo es realmente el consumidor colaborativo? Otra encuesta reciente sobre el perfil de los compartidores españoles revela que son personas eficientes, con sentido común, ahorrativos, sociales. Comparten por dinero pero no solo por eso. Creen en un nuevo consumo al que es posible añadirle valores y sostenibilidad. Se trata de un consumidor de clase media, que ha recibido una buena educación y con inquietudes sociales. Para este grupo compartir propicia experiencias sorpresa: siempre hay un margen para la aventura y la improvisación. Y por último consideran que su modelo de consumo es el futuro, puesto que permite un crecimiento sostenible en armonía con la naturaleza.

Albert Cañigueral puntualiza que ellos no hablan de consumidor, sino de ciudadano: "En el modelo tradicional la persona tiene dos roles: trabajador y consumidor, y es la pieza final de la cadena. Ahora el ciudadano se convierte en microproductor. Sigue consumiendo pero puede también producir. De hecho es increíblemente fácil hacerlo, ya sea contenido cultural, como si se tratara de un medio de comunicación, o bien alojamiento, como un hotel, por ejemplo. Y cuando te has empoderado, cuando has descubierto esta capacidad y estos nuevos roles, no hay marcha atrás. Es como liberar al genio de la lámpara. No hay manera de volver a encerrarlo".

Javi Creus, fundador de la consultoría de estrategia Ideas for change, explica el impacto que produce sobre la economía este nuevo perfil de consumidor: "El ciudadano colaborativo activa aquello que sabe sin pedir perdón ni permiso. Y lo hace en un círculo de confianza suficiente para él, a veces gratis, a veces a cambio de cromos, de monedas virtuales o bancos de favores. O a cambio de dinero de verdad". Creus avisa sobre el empuje de esta nueva tendencia: "A esta generación colaborativa no hay quien la frene. Te pueden poner leyes, pero da igual. Si piensas que la Wikipedia se ha producido con el 1% del tiempo que los americanos invierten en un año delante del televisor, te das cuenta de que la capacidad de crear valor es brutal. Así que esta generación, conectada, educada y ambiciosa (en el mejor sentido de la palabra, porque quieren cambiar el mundo) y que además está dispuesta a renuncias personales, es un movimiento imparable". Creus considera que las empresas deben empezar a relacionarse con los "consumidores" teniendo en cuenta este nuevo perfil: hay que ampliar los roles que se le otorgan al ciudadano, tantos como sea posible. El ciudadano ya no puede ser tratado sólo como un consumidor pasivo.

¿Y cómo sería el compartidor, que no consumidor, colaborativo ideal? Según Albert Cañigueral: "Como se dice en inglés, me aplico el walk de talk (haz lo que predicas). Utilizo el bicing, trabajo en un espacio de coworking, viajo con un coche compartido y me alojo con Airbnb. He dado también apoyo a diversas campañas de crowdfunding, he encontrado piso en el tablón de anuncios de Loquo, tengo una pequeña inversión en préstamos entre personas, daré clases en Foxize, he ido un par de veces a cenar con Eatwith...".

La economía 'colaborativa' en busca de definición

No está claro qué es la economía colaborativa, ni siquiera para sus más fervientes defensores, la comunidad de emprendedores, makers, creativos, académicos, comunicadores y demás seguidores que se han reunido del 5 al 7 de mayo en la Ouisharefest (París). Mientras algunos ponen el acento en el sustantivo y se llenan la boca con cifras estratosféricas, otros se quejan de que el adjetivo le va grande al nombre, una manera elegante de señalar que no se ciñe a la verdad. Alguien tuiteaba con alegría ayer que una start-up colaborativa había conseguido levantar en una ronda inversora seis millones de euros para expandirse internacionalmente. Y en la sala de al lado otra persona precisaba que no se puede hablar de tal tipo de economía mientras la propiedad de las nuevas empresas no sea realmente "compartida". Los emprendedores de última generación y los cooperativistas de toda la vida, juntos aunque no mezclados bajo una misma carpa, la del Cabaret Sauvage, donde se ha celebrado el encuentro.

Y puesto que no está claro de qué hablamos, la autoridad intelectual del movimiento, Rachel Botsman, lanzó un reto a los asistentes: llegar a definir claramente los conceptos que circulan como sinónimos pero que esconden realidades diferentes: consumo colaborativo, economía del compartir, economía colaborativa, economía del P2P (de persona a persona). Cuando Rachel Botsman publicó su libro What's mine is yours (Lo mío es tuyo), la biblia del movimiento, ella se refería al consumo en aquel no tan lejano 2010. Sin embargo algunos meses más tarde algunos decidieron rebautizar el concepto y hablar de economía "del compartir" para, según ella, elevar el debate a nivel superior.

Sea como fuere la economía del compartir, paradoja de paradojas, no tiene una definición compartida y consensuada. Aclarar el concepto es una de los retos de futuro que afronta esta nueva economía, y no es el único. El catedrático de la Universidad Stern de Nueva York Arun Sundararajan recibió ayer un aplauso espontáneo al explicar que un grupo de estudiantes iba a investigar bajo su tutela cómo hacer que la economía del "acceso compartido" sirva no solo para animar los mercados deprimidos y generar puestos de trabajo sino también para distribuir mejor la riqueza, es decir, para luchar contra las desigualdades económicas. En otro momento alguien alabó el sistema colaborativo porque está democratizando el acceso al consumo y a la producción. Pero un segundo más tarde alguien echó un jarrón de agua fría: comentó que tiene su encanto ser un freelance para plataformas colaborativas como TaskRabbit, una web norteamericana que permite ser contratado para una pequeña tarea puntual, pero la verdad es que ese encanto se desvanece si el empleado en cuestión envejece o enferma porque el sistema no provee, al menos de momento, protección social alguna.

El movimiento colaborativo está sufriendo, además de las tensiones internas, los embates del mundo exterior. Lo colaborativo se vende como moderno (por la vertiente tecnológica), como ahorrativo y lógico (permite aprovechar bienes o servicios infrautilizados) y como ecológico (incentiva a menudo el consumo local). Y por todo ello gana defensores de su causa día a día entre los consumidores y los inversores con visión de futuro. Entre sus más acérrimos detractores, los sectores económicos que ven amenazada su posición de privilegio y que denuncian una cierta competencia desleal y un proceder alegal cuando no ilegal. Exigen regulaciones, en Nueva York y en Barcelona, ya se trate del alojamiento compartido (Airbnb), los trayectos entre ciudades (Blablacar) o las carreras de corta distancia en un municipio (Uber).

Botsman quita hierro a todas estas tensiones y retos de unos y otros ya que cree que con el tiempo se irán resolviendo. Para ella el consumo y la economía colaborativa no son más que bebés que acaban de nacer. Hay que concederles tiempo para que crezcan y se establezcan en la sociedad, tiempo para que resuelvan el conflicto de anhelar el mayor beneficio económico sin, por el camino, abandonar sus principios. Están tan verdes que por no tener no tienen aún ni siquiera una definición clara. Ni compartida.

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